NÍA, el proyecto audiovisual con el que Lola Cancio rompió el silencio de las mujeres del occidente asturiano

Lola Cancio hizo su maleta de los viajes grandes en marzo de 2020. En realidad, el viaje que tenía por delante era desde Gijón a Serandías, un pueblo del concejo de Boal donde ella pasaba los veranos y recordaba ser feliz entre el bullicio del bar tienda de Casa Barenta de Abaxo. Pero ese viaje, que su marido Javi pensaba que sería para unos días, intuyó Lola que iba a ser más largo, y la intuición no le falló.
Licenciada en derecho y especializada en igualdad y perspectiva de género, Lola se crio en muchos sitios y en realidad en ninguno. De aquellos años de periplo por diferentes puntos de España que marcaba la agenda de su padre, que trabajaba en una empresa de la construcción a nivel nacional, tiene Lola varios recuerdos; uno, la valoración en positivo de no arraigarse nunca en un sitio y dos, el sentimiento cada vez más grande de que “casa” estaba en Casa Barenta de Abaxo. “Estuvimos en Laviana, en Castilblanco, en Brea de Aragón, en Euskadi, en Don Benito…”, recuerda mientras mira al río Navia bajar sereno desde las enormes cristaleras de la que ahora es su casa, la que en realidad nunca dejó de serlo.
Tras estudiar el primer año de carrera en Oviedo y terminarla en Madrid, donde vivió 25 años, a Lola no se le quitaba de la cabeza la idea machacona de querer “vivir en el rural” y poco a poco, junto a su marido Javi, que añoraba tener un pueblo como el de Lola, fueron los dos acercando su camino a Casa Barenta. “En el 2016 dejamos Madrid, ya teníamos a nuestros dos hijos y nos vinimos a Gijón, eran tiempos en los que nadie hablaba de volver al pueblo y no nos parecía posible establecernos aquí, que era el lugar al que veníamos de vacaciones”, explica Lola. Pero aquellos años en Gijón fueron también años de pasar todos los fines de semana en el pueblo, en su pueblo.
“Estuvimos tres años de cooperativistas y los viernes después del cole hacíamos la maleta de fin de semana y nos veníamos para aquí”. Todas las semanas tenían el respiro necesario para ellos en Serandías, el lugar que cada vez les abrazaba más, donde se sentían plenamente a gusto y donde a Lola le siguen viniendo los recuerdos de aquel bar tienda en el que se hizo mayor, con veranos en manga corta, bicicletas, juegos hasta el anochecer en las caleyas sin miedo a nada, el cantar de los grillos y las noches grandes de junio.

Llegó el confinamiento y ahí llegó la primera señal, quizás era el momento de apostar todo por irse al rural. “Yo cogí la maleta de los viajes grandes cuando anunciaron el confinamiento, metí la ropa de verano de los críos porque si no, no les iba a servir nada, todo les iba a quedar pequeño. Dejamos nuestros trabajos y aprovechando nuestras indemnizaciones nos dijimos, vamos a intentarlo”. Y lo hicieron.
“Llevo toda mi vida trabajando en proyectos sociales que tengan que ver con la igualdad de género, con aplicar esa perspectiva en las empresas y con la sensibilización y la educación de familias, colectivos”, matiza. Ahí, en el rural que ella tanto soñaba, sabía Lola que había una brecha que necesitaba de otra mirada, y ella tenía las claves para poder empezar a cambiar las cosas. “La desigualdad es transversal, pero aquí la población es mucho más envejecida, hay dificultades en las comunicaciones, las mujeres no lo tienen tan fácil para acercarse a un centro asesor de la mujer y necesitan asesoramiento, los espacios de socialización para la mujer son pocos. ¿Dónde te encuentras?”. Y a esa pregunta quería Lola darle respuesta. Y la respuesta fue Nía, acrónimo de “Nosoutras ideamos arte” y a la vez la palabra que se utiliza en toda la zona del Navia-Eo para referirse a una mujer: nía.
Se trata de una iniciativa cultural que plantea una visión feminista de este territorio y en la que también se rinde homenaje a esas mujeres que durante generaciones fueron esenciales para mantener con vida toda una comarca. Ellas, las nías, “construyeron, sostuvieron y sostienen” el territorio. Y dentro de esas nías está también la propia Lola.
“No se trata de quedarse mirando al pasado e idealizarlo, sino de hacer una transformación feminista que tiene mucho que ver con el empoderamiento colectivo de las mujeres, va mucho más allá de la autoestima, que claro que es importante, que mujeres viendo a otras mujeres se den cuenta de que sus problemas y sus miserias no son solo de ellas, sino que son compartidas. Nía es una herramienta de lucha contra la despoblación porque si nos faltan mujeres no hay vida. Apostamos por el territorio, pero por un territorio en el que podamos desarrollar nuestras capacidades, todas ellas”, explica Lola.
La primera actividad que se hizo desde Nía fue pedir a las mujeres de la zona que enviasen una foto de una “nía” que les hubiera marcado en su vida con una pequeña semblanza. Y ahí empezó el aluvión. Llegaron ciento de fotos, la mayoría de mujeres mayores; de abuelas, madres… y con una selección de esas imágenes se hizo una primera exposición que viajó por el territorio y que fue el germen para que en colegios como el Carlos Bousoño de Boal echasen a andar proyectos propios como “As nosas nías”.
Lo principal es crear espacios seguros para las mujeres donde puedan hablar y compartir sus experiencias. Vamos creando mesas redondas y espacios colaborativos donde las mujeres ganen en empoderamiento colectivo
“Lo principal es crear espacios seguros para las mujeres donde puedan hablar y compartir sus experiencias. Por eso vamos creando mesas redondas donde todas puedas participar, espacios colaborativos, nunca guionizados, donde las mujeres ganen en empoderamiento colectivo”, matiza Lola, que apuesta por esa mirada puesta en el futuro huyendo siempre de esa imagen tan idealizada de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No fue así.
Nía nació de una idea compartida, entre Lola Cancio, el promotor cultura de A Veiga Abel Pérez y Javier Herrera, productor audiovisual y compañero de vida de la propia Lola. Ahora acaban de lanzar un documental en gallego-asturiano donde, tres parejas de mujeres de la zona, cuenta sus vidas. Desde Sampol, en Boal, relatan sus vidas Argelina Rico y su hija Carmen Siñeriz, desde Figueras (Castropol) hablan Matilde Díaz y su hija Jacinta Martín, mientras que en los Oscos están Amparo Iglesias y su amiga y vecina Dolores Martínez. “Es maravilloso escucharlas, y como lo hacen en su lengua propia, donde se sienten seguras. Fíjate que nos preguntaban, ¿podo falar como quero? Y claro que sí. Ahí, en ese espacio seguro ellas se relajan, cuentan y son escuchadas.
El reportaje, que se está moviendo en festivales, y que se está presentando en diferentes asociaciones vecinales donde después del visionado las mujeres participan en una charla abierta, está removiendo las conciencias de todo un territorio que aún tiene mucho que decir y en donde “as nías” comienza a ver el futuro con esperanza porque la hay.

Lola Cancio soñaba con vivir en Casa Barenta e hizo del sueño su realidad. Ahora, desde su pueblín del Navia, ha conseguido que muchas mujeres de la zona rural, de la que ella es parte, huyan del silencio y compartan con otras “nías” sus experiencias, miedos e ilusiones. “No es un proceso rápido, pero el nivel de implicación de las mujeres es algo que nos está reconfortando mucho”, explica.
El silencio de las mujeres del Navia-Eo no era elegido, solo necesitaban de una “nía” que les removiese por dentro, que les demostrase que todas sus vidas conforman una identidad colectiva fundamental. Esa “nía” era Lola Cancio, la nena de Casa Barenta de Abaxo.
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