Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.
Socialización en la violencia: modelos normalizados que conducen a procesos de deshumanización

Los últimos informes publicados por los principales organismos internacionales especializados en la promoción y el cuidado de la salud, así como el estudio del comportamiento humano y las sociedades (The Lancet. Child & Adolescent Health, Volume 8, WHO 2024), señalan que la normalización de la violencia en las relaciones humanas es una constante creciente, presente en todos los grupos y sociedades, muy difícil de combatir.
Nos referimos en este escrito a la violencia como el uso intencional de poder o fuerza física, como amenaza o como hecho, contra uno mismo, contra otra persona, un grupo o una comunidad, y que tiene como propósito causar daño, malestar, perjuicio, privación, lesiones, o muerte.
En cuanto a los tipos de violencia con un impacto serio en la salud pública podemos destacar los más comunes: la violencia interpersonal (con el acoso y el ciberacoso alcanzando cifras muy preocupantes en los últimos años), la violencia colectiva, sexual, maltrato infantil, abuso de ancianos, abuso de personas con discapacidad, negligencia etc. Nuestra sociedad lleva años normalizando una violencia enraizada en las relaciones interpersonales y el entorno social más cercano.
Los modelos familiares, los círculos cercanos, y los agentes socializadores más potentes (Redes Sociales a la cabeza) son clave en la formación de patrones de comportamiento que promueven procesos de socialización especialmente negativos para el desarrollo de los más jóvenes. Factores como los modelos educativos inadecuados, principalmente el permisivo-indulgente y permisivo-negligente, así como conflictos familiares que no se abordan de manera correcta, conflictos en la escuela cotidianos que tampoco se abordan de manera correcta (o peor aún, cuyo abordaje se evita), junto con la exposición temprana a diversas formas de violencia, están incrementando el riesgo de que niños, adolescentes, y adultos, normalicen la violencia en sus propias relaciones, lo cual nos lleva a un proceso de socialización en la violencia que determina el desarrollo personal, cognitivo, intelectual y social de las personas.
Estamos viviendo una realidad donde es constante la exposición a situaciones de violencia en múltiples contextos, ya sea: En los hogares; en las escuelas; en diferentes ámbitos profesionales proyectados y amplificados a través de los medios de comunicación, Internet y las Redes Sociales (véase en los deportes, el cine, la música, o la política). Como resultado, personas de diferentes generaciones hemos incorporado y normalizado la violencia en nuestros procesos de socialización, lo cual tiene un impacto directo en nuestras ideas, sistema de valores, creencias, actitudes y comportamiento en sociedad. ¿Cuál es la consecuencia principal?
La violencia ha dejado de percibirse como un problema, y ha pasado a convertirse en un patrón de comportamiento aprendido y reproducido en las diversas relaciones interpersonales a lo largo de nuestro ciclo de vida
Cuántas veces hemos escuchado expresiones del tipo: “Es normal discutir, pelearse o insultar a otros cuando surge un conflicto. Es algo natural”. Los científicos sociales, especialmente los profesionales de la educación, sabemos que esta premisa no es cierta: NO es normal resolver conflictos de una manera violenta. NO es natural. Lo que ha ocurrido es que lo hemos normalizado. Es diferente. NO es normal que las personas, sean niños de 8 años, adolescentes de 15 años, o adultos de 40 años, no tengamos herramientas, habilidades y capacidad para resolver conflictos de una manera que no implique violencia verbal o física.
Es importante poner el foco en este punto: Por descontado, el conflicto en sí NO es algo malo. El conflicto sí es connatural al ser humano. Desde un punto de vista científico, podemos afirmar que sí se producen conflictos de manera natural en las relaciones interpersonales, porque forma parte de nuestra naturaleza. Y tenemos que aprovechar esos sucesos como una oportunidad para adquirir herramientas, habilidades y competencias que nos permitan aprender a resolverlos de una manera que no implique violencia, esto es, de una manera pacífica y respetuosa.
Los conflictos deberían ser oportunidades de aprendizaje y mejora de la convivencia social; sin embargo, continúan siendo la “excusa” perfecta para poner en práctica actitudes y conductas violentas en nuestra relación con el entorno y los otros semejantes.
Las investigaciones sociológicas más recientes y destacadas sobre la socialización en la violencia y su normalización en las relaciones humanas (Ruíz Repullo, 2022; Pedernera y Torrado, 2021; Sutherland, 2017) han revelado que la manera en que las personas expresamos nuestra rabia, ira, enfado, junto con la aceptación de todo un complejo ideario que justifica y legitima el ejercicio de la violencia, influyen significativamente, como ejemplo, en la conexión existente entre haber sufrido violencia en el ámbito familiar desde temprana infancia y ejercerla años más tarde dentro de una relación de pareja, o en el mismo seno de la familia de origen.
Es sólo uno de los muchos hallazgos que subrayan la importancia de implementar intervenciones en el plano familiar que permitan trabajar la prevención, y promover el cuestionamiento de los valores, creencias, ideas y actitudes que legitiman el ejercicio de dicha violencia, fomentando estrategias efectivas para una socialización positiva, asentada en el respeto a los derechos fundamentales de las personas. En el ejercicio de nuestra libertad individual jamás podemos pasar por encima de los derechos de otras personas; no podemos atentar contra la dignidad de otras personas. Hemos de repetir hasta la saciedad, hasta que quede “grabado” en el ideario colectivo: nuestra libertad para opinar o actuar termina donde empieza la del otro, y viceversa.
La socialización en la violencia normaliza modelos que promueven la deshumanización: Cómo podemos trabajar la educación en valores asentados en el respeto, la educación, la responsabilidad individual y colectiva, la tolerancia, empatía, generosidad, convivencia pacífica y democrática, y en acciones encaminadas a mejorar las condiciones de vida de nuestros semejantes, contribuyendo al progreso y avance en derechos fundamentales, cuando vamos “lanzados” hacia un proceso deshumanizador cada vez más alarmante.
Somos conscientes de que la historiografía profesional lleva siglos mostrándonos cómo las civilizaciones atraviesan ciclos de vida similares a los organismos, llamados ERAS, que incluyen etapas de nacimiento, crecimiento y decadencia. Dentro de esta corriente, hay modelos teóricos que sostienen que aproximadamente cada 200-300 años las grandes civilizaciones, como podría ser nuestra sociedad occidental, entran en una fase de declive que precede a su colapso final.
El final de una era en una sociedad puede incluir, entre otros, crisis profundas y transformaciones radicales: La Historia nos ha enseñado que estos fenómenos siempre van de la mano de conflictos donde la violencia social está presente, y aumenta de forma exponencial, afectando de forma muy negativa a la convivencia de grupos, comunidades y sociedades.
¿Podemos afirmar que la normalización de la violencia, y los consiguientes procesos de deshumanización, son inevitables en una sociedad que está cerca del final de su ERA, experimentando transformaciones profundas, y donde los más jóvenes son quienes sufren el impacto más significativo? Es evidente que nuestros menores dependen de adultos de referencia responsables de su educación, y de poner en marcha estrategias para contrarrestar los efectos de la realidad que estamos viviendo por medio de una socialización asentada en valores positivos, como los anteriormente mencionados.
Esta misión se antoja utópica: Factores imparables como la globalización, el capitalismo actual asentado en el consumo masivo y desmedido, los avances tecnológicos, el cambio climático, o la omnipresencia de las Redes Sociales (convertidas en los principales medios de comunicación y socialización), configuran un mundo caracterizado por la volatilidad, el consumo acrítico, la confusión y la rápida evolución social. Los contenidos violentos, continuamente presentes en la realidad de jóvenes y adultos, tienen un impacto especialmente negativo cuando los niños están expuestos a los mismos sin control ni supervisión. En definitiva, los agentes de socialización en la violencia están muy extendidos en nuestra vida cotidiana.
Este tipo de socialización normaliza modelos de conducta que no son cuestionados por quienes los llevan a cabo. Aquí está el gran problema a abordar: qué hacemos cuando dejamos de cuestionar lo que hacemos, porque lo hemos naturalizado, y mecanizado
Conforme a los criterios vigentes de la investigación científica profesional, la exposición repetida a contenidos violentos resulta en una menor activación psicológica ante acciones de dicha naturaleza. Es el fenómeno conocido como desensibilización. Si nuestra capacidad de reacción empática sigue reduciéndose, facilitará los procesos de deshumanización. Estamos entrando en el final de una era porque vivimos cambios profundos en la forma en que nos relacionamos con la realidad, con los demás y con nosotros mismos.
Frente a esta realidad inquietante, el desafío de las ciencias sociales es el de buscar formas de revertir el proceso de desensibilización, y recuperar una socialización basada en la empatía, la responsabilidad y el respeto mutuo. Si bien es cierto que el contexto global y las dinámicas socioculturales actuales favorecen la indiferencia y la deshumanización, no podemos arrojar la toalla, y aceptar que estamos condenados a seguir ese camino.
La educación en el ámbito familiar, escolar y demás espacios comunitarios es la herramienta clave para contrarrestar la normalización de la violencia. ¿Cómo trabajar la prevención? Fomentando y reforzando el pensamiento crítico, la reflexión ética, así como la capacidad de cuestionar las formas de interacción social que reproducen ideas, actitudes y conductas violentas.
En última instancia, el futuro de nuestra sociedad dependerá de la capacidad para construir un tejido social donde la dignidad y la convivencia pacífica, respetuosa y democrática sean principios inquebrantables, y donde la violencia deje de ser ese elemento tan arraigado en nuestra identidad colectiva. Tenemos por delante un reto muy arduo pero necesario. De nosotros depende cómo queremos que sea el desenlace de nuestra era.
Sobre este blog
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