La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: Paradas en Astorga y Benavente

En la entrega anterior dejamos a los expedicionarios asturianos recién llegados a Astorga, antes de pasar por La Bañeza.
“Ya estaba la guerra en Astorga, entre nosotros. Cada uno se refugió en su casa”. De esta manera resume la situación Luis González Pérez, un joven entonces perteneciente a Acción Católica, en el periódico 'El Faro Astorgano' el 17 de agosto de 2012. Añade que “es impensable lo que la decisión del alcalde de Astorga Miguel Carro Verdejo, en aquellas circunstancias, pudo evitar para el bien de nuestra ciudad”.
Parece, ciertamente, que el regidor libró entonces a Astorga de un baño de sangre, al impedir que los asturianos, provistos de armas y con bastante dinamita, pusieran cerco al Cuartel de Santocildes. Lo hizo así Miguel Carro fiado del honor de los jefes militares de la plaza y de las repetidas promesas de lealtad al régimen legal que aquellos le habían hecho.
El recio temperamento del médico Ildefonso Cortés Rivas, la firmeza del alcalde, y el hecho de que el teniente de Asalto Alejandro García Menéndez, que mandaba la columna minera llegada en tren, era en Astorga un viejo conocido, pues había estado destinado en su Cuartel en 1933, evitó un desastre en la urbe. El regidor y el galeno, también socialista, se personaron en la estación astorgana para evitar los excesos de los mineros antes de que prosiguieran su camino. El segundo volvería a hacer lo mismo al día siguiente temprano para vigilar su paso de regreso hacia Ponferrada para retornar a Asturias.
Otros son además los datos que se muestran en algunas de las causas de la justicia militar que condenarán a muchos vecinos por su participación en lo sucedido aquellos días en Astorga:
El alcalde astorgano se enfrenta a los mineros
El 19 de julio por la tarde llegan los mineros a Astorga pidiendo armas. En León les habían prometido darles aquí más que las que allí obtuvieron. El alcalde realizó unas infructuosas gestiones para que les faciliten las sobrantes en el Cuartel de Santocildes. Fracasado su intento, un reducido grupo, una decena de asturianos más exaltados, mostraron su empeño en tomar el recinto militar y, como probable consecuencia, arrasar la población. A aquellos impulsivos, Carro les dijo: “¡De mi ciudad respondo yo!”. Parece ser que el médico Ildefonso Cortés, de enérgico carácter, fue quien más directamente se opuso a las pretensiones de aquella cuadrilla de mineros, que amenazaban además con quemar los templos astorganos.
Una comisión de tres representantes de los expedicionarios se hallaba en el Consistorio. En la estación y sus cercanías acampaban unos 2.500 más, y el regidor Miguel Carro tampoco les entregó arma alguna de las requisadas en las armerías y a los particulares.
Se las negó una vez que el jefe de la expedición, Francisco Martínez Dutor, lo llamó por teléfono desde La Bañeza -adonde había llegado desde León en los camiones, o en los autos que, adelantados al tren, desde la capital pasaban antes por Astorga. Le indicaba Dutor en su llamada que continuaran la marcha los venidos poco antes por ferrocarril. La negativa de Carro se produjo después de trasladar telefónicamente al gobernador civil, Emilio Francés, la exigencia que los mineros le hacían de obtener más armamento.
En esta comunicación por teléfono con Francés en su despacho, estaba este acompañado por Alfredo Barthe Balbuena, de Izquierda Republicana, y Alfredo Nistal Martínez, socialista, quienes a su vez trasladaron aquella demanda de armas al general Gómez-Caminero. Del general recibe Miguel Carro a través del mandatario provincial la rotunda negativa a complacerlos, “pues las fuerzas de Astorga tienen pocas armas, y el intento de que las entreguen a los asturianos podría provocar su sedición, lo que no sucedería -estaba seguro de no hacer la entrega”.
Notifica el alcalde aquella decisión a los comisionados de la expedición, que no obstante querían conseguir las armas por la fuerza. Enterado de nuevo el gobernador de estos extremos, alarmado, ordenó al regidor “que disuada por todos los medios a los mineros de tales propósitos”, medida con la que también Alfredo Nistal está de acuerdo. Para ello se dirige Miguel Carro a la estación y consigue que a las doce de la noche salga de ella el tren de los asturianos, excepto un pequeño grupo que montó en uno de los camiones requisados en Astorga que se encontraban en la Plaza Mayor con el objeto de alcanzar al tren en La Bañeza.
En la misma noche del 19 de julio recibía el alcalde astorgano otro aviso telefónico desde León -sin precisar si era o no del gobernador civil, dirá en su declaración- para que el tren y los camiones de mineros se detuvieran en La Bañeza. Cuando Miguel Carro transfiere este mensaje ya ha salido de La Bañeza para Zamora el convoy ferroviario, por lo que comunica personalmente por teléfono a Martínez Dutor en Benavente que se detenga en esta villa, “en la que debía de esperar la llegada de González Peña -Ramón, seguramente, más que Manuel, su hermano- y otros más”.

Acusaciones falsas y letales
Los mineros tendrían algunos heridos en Astorga. Uno de ellos, en una pierna por disparo, fue llevado a la Casa de Socorro del Ayuntamiento por el empleado postal Diego Berrocal Corrionero en el coche en que transportaba el correo mientras esperaba en la estación la llegada de la saca de la correspondencia. “Diez o doce asturianos entre el interior, la baca y los estribos del vehículo” -dirá-, obligado a ello a punta de pistola por Ángel González González, que también lo fuerza a realizar dos viajes más al Consistorio con parecida carga.
La astorgana Balbina de Paz García (apodada 'La Chata') sería culpada por algunos de sus convecinos, cuando la procesen y condenen a ser fusilada en el cementerio de la ciudad el 7 de marzo de 1938, de haber exaltado a los mineros. Esta acusación, como otras que le hacen, no se demostró en el consejo de guerra al que fue sometida. Tampoco se probó que se fuera con ellos “acompañándolos hasta el cruce con ‘el ganadero’ del tren que los conducía”. Se trataba de una evidente falsedad, pues fue vista en la estación tanto al salir el convoy ferroviario como a su vuelta desde Benavente en la mañana del día siguiente. La culparían también de haber llevado allí a varias niñas de su barrio adornadas con gorros rojos para mostrarles a los expedicionarios, una mentira más que, con las otras, cargaría los fusiles del pelotón de fusilamiento que finalmente la asesinó.

Un hurto y un susto
Mientras los mineros permanecieron en Astorga, alguno de ellos robó en el Hotel Iberia la cantidad de quinientas pesetas, que pertenecían a Jovina, la mayor de las sirvientas del hotel. Otros amedrentaron a su dueña, viuda, que se hallaba en el establecimiento tan solo con Francisco, su hijo pequeño, un mozalbete de 17 años. Los ladrones fueron obligados a devolver lo sustraído por Víctor Nieto Fuertes ('El Francés'), que se les enfrentó al mano de una de las patrullas establecidas por el regidor para velar por el orden ciudadano.
Los asturianos habrían sido enviados al Hotel Iberia por José Donato Molinero Teverga (“que siempre disponía allí de un plato de comida”) por causa de que Anunciación, una de las hijas de la dueña, amadrinaba la bandera de Acción Católica. La consagración de esta bandera estaba prevista para aquella mañana de domingo pero se había suspendido. No obstante, también se denunciará a Balbina de Paz “porque, según el rumor público, habría instigado a los mineros a asaltar el negocio de la viuda de Abella por ser una familia fascista”.
Según nos relató en abril de 2017 José Antonio Abella Gavela, en base a los recuerdos de su padre Francisco Abella, aquel mozalbete de antaño pero que ya pasaba de los 98 años, a la madrina, a sus otras hermanas, a su madre y a las criadas las encontraron escondidas en la cuadra o pajar del hotel un grupo de mineros después de echar la puerta abajo, para después apoderarse de género y viandas en el bar del hospedaje.
“Llevaban una linterna, y al descubrirlas, dijo uno: 'No disparar, que solo son mujeres'”. Su hermano Francisco Abella, mientras tanto, llamaba por teléfono al cuartel de la Guardia Civil avisando de lo que sucedía, y desde allí se desentendían (“estaban acuartelados y el asunto no era cosa de ellos”, le dijeron). En esta tesitura, se dirigió por las traseras del hotel y cruzó por el Chapín al Ayuntamiento, para ponerlo en conocimiento del alcalde. Este “mandó al lugar a dos milicianos armados de escopeta”. Eran el citado Víctor Nieto y otro.
El mismo regidor Miguel Carro Verdejo y el médico Ildefonso Cortés Rivas se presentaron el día 19 por la noche en la estación al conocer que un grupo de enardecidos asturianos hacían ánimo de asaltar algún comercio, pero cuando llegaron ya habían partido aquellos en el tren tras desistir de su empeño. En la estación abandonaron a su paso un paquete: una vez recogido, resultó contener tres cargadores de ametralladora con sus proyectiles, que se sumaron a las armas y municiones que ya se guardaban bajo llave en la sala de sesiones del Consistorio.
En Astorga había dejado el comandante Ayza Borgoñós, al mando de la expedición, para el responsable de la columna ferroviaria, el teniente Alejandro García Menéndez, las instrucciones de dirigirse a Benavente.
Al final de la tarde, unas horas antes de que los mineros de aquella columna continuaran su camino, un oficial del Cuerpo de Seguridad y Asalto requería en las inmediaciones del paso a nivel de la carretera de Astorga a León al astorgano Mariano Herrero, que se encontraba en dicho punto. Era este guarda jurado, y lo urgía el oficial a montar en una camioneta que iba en cabeza de la caravana de autobuses que transportaba a los asturianos del convoy motorizado y orientarles en la dirección de La Bañeza. Allí llegarían ya de noche, para marchar después también a Benavente desde aquella localidad. Poco después le mandaron apearse, ya que no les era necesario porque tenían consigo a otro paisano conocedor de la ruta -declara el guarda jurado-, y bien pudiera ser quien los guiara el bañezano Sergio Concejo Manjarín, venido con ellos desde Asturias.

Los mineros en Benavente. Pan, techo y cena
A las columnas de mineros asturianos se sumaron otros, algunos de las cuencas mineras leonesas y militantes de izquierda en los lugares de su paso, León, Astorga y La Bañeza, dispuestos a acompañarlos hasta su destino en el empeño de defender con las armas la República. Juntos arribaron a la villa zamorana de Benavente en la noche del día 19 o ya en la madrugada del 20. Lo hacían desde León directamente unos, y otros en un recorrido menos recto y que incluyó las etapas y los altos señalados, siguiendo las sucesivas órdenes que desde la capital daba el comandante Ayza Borgoñós, jefe de la expedición.
Poco después de las dos de la tarde del domingo 19 de julio, alzados ya los militares en Zamora capital, les llegaba de los sublevados de Valladolid un telegrama avisando de que se dirigía allí el tren de los mineros. Con ánimo de interceptarlos salió un destacamento de soldados a las afueras zamoranas para tomar posiciones en los accesos por carretera y colocar explosivos en las vías.
Se les comunicó más tarde que el convoy arribaría sobre las doce de la noche a Benavente y se ordenó a los efectivos del puesto de la Guardia Civil de esta villa replegarse a Villalpando. Integraban el cuartel un cabo y seis guardias, según apunta algún autor, creemos que erróneamente, pues debían de ser más y estar a cargo de un responsable de mayor graduación, teniente o capitán, dada su condición de cabecera de una de las dos compañías de la Benemérita en Zamora.
Según relata en sus memorias el capitán de Carabineros Ángel Espías Bermúdez, el alcalde de Benavente, Alfredo Rodríguez Enríquez, recibió en la noche del día 19 telegramas desde Astorga y La Bañeza del jefe de las milicias mineras, en los que le solicitaba que a su llegada tuviera preparadas quinientas raciones de pan. El regidor llamó enseguida al capitán de la Guardia Civil y le dio conocimiento del caso. Le contestó este que el asunto no era de su incumbencia, y salió de servicio fuera de la villa. Con el fin de evitar males mayores, reunió el alcalde a los panaderos y les dijo: “¿Quieren y pueden hacer ustedes quinientas raciones de pan para unos mineros, que llegarán en tren de madrugada procedentes de Astorga?”.Ante la contestación afirmativa se emprendió su elaboración.
Algunos percances
El alcalde bajó a recibir a los mineros y pidió a sus dirigentes que no molestasen a persona alguna. Así y todo, afirma alguna fuente que “apoyados por militantes de la Casa del Pueblo, algunos arremetieron contra personas acomodadas y políticos conservadores”. Benavente era un pueblo pacífico. La Guardia Civil estaba acuartelada y los socialistas parecían dueños de la localidad. Las muchas personas que se acercaron a la estación cuando llegaron los expedicionarios lo hicieron con el fin de curiosear y enterarse de lo que pasaba. Algunas serían después severamente castigadas por ello.

Los asturianos hacían algunos disparos al aire a su llegada, y durante su corta estancia en Benavente causaron heridas leves a un guardabarreras de la estación ferroviaria -que fue indemnizado después por ello, cogieron de una armería dos escopetas y registraron algunas casas de señalados derechistas en busca de armas.
También entraron en el cuartel que la Guardia Civil había abandonado y se apoderaron del armamento que allí se custodiaba, asaltándose además un estanco para obsequiarlos con tabaco, como antes se había hecho en La Bañeza. En la estación uno de los vecinos, Francisco Fernández Merino, evitó que el jefe de la misma, Jesús Urzáiz, fuera agredido por un minero apellidado o nombrado Polledo durante la discusión violenta que ambos sostuvieron.
Al conocer los expedicionarios que en Zamora se había declarado el estado de guerra, “decidieron variar de dirección y dirigirse a Madrid”. Aunque, con el trazado de los ferrocarriles entonces existente, cerrado el paso por los sublevados antes en Palencia y Valladolid, y ahora en Zamora, continuar desde Benavente hacia Madrid ya resultaba imposible.
El oficial de Correos José Almoina Mateos, masón y secretario de la Agrupación Socialista de Benavente, se unió a los mineros. En 1931 había refundado la Agrupación, cuyo semanario 'El Pueblo' dirigió. Lo convertirían después en bestia negra de los benaventanos de derechas, como lo sería Ángel Galarza para los derechistas zamoranos. Se les sumaron también varios obreros y dirigentes de la izquierda, como el propietario republicano Luis Rodríguez Guerra, el presidente de la sede socialista, o el alcalde de Bustillo del Oro, desplazado desde aquella localidad a la villa en bicicleta.
Tras recalar en Benavente, después de ser entusiásticamente recibidos por las autoridades locales y directivos de la Casa del Pueblo, que les facilitaron lugares de descanso y alimentos en un reparto organizado desde el Consistorio, realizaron los mineros algunos registros e incautaciones de armas. Los guardias civiles del cuartel lo abandonaron para retirarse en tres vehículos hacia el de Villalpando, localidad tomada poco antes, el día 19 por la tarde, y en la que, al igual que en Zamora, Benavente, Valdescorriel y Pobladura del Valle, existía un pequeño grupo ácrata adherido a la FAI.
Error mortal en Villalpando
Los guardias retirados de Benavente después de llegar los mineros se cruzaron en el camino, sobre la una de la madrugada del lunes día 20, con un grupo de unos cuarenta jóvenes obreros, anarquistas y afines pobremente armados, que habían salido de Villalpando para apostarse en las cunetas de la carretera de La Coruña y esperar allí a los asturianos. Estos les habían prometido desplazar un destacamento a su pueblo para ayudarles a recuperarlo para la República cuando contactaron con ellos antes o después de su llegada a Benavente.

En la oscuridad de la noche, los jóvenes confunden a los guardias con los mineros venidos para cumplir su promesa, y en respuesta a sus vítores y saludos son tiroteados por los beneméritos, que hieren a dos de ellos y dispersan a los demás. Así, moría desangrado uno de los heridos cuando lo trasladaban a Zamora en un taxi -coche de punto- de los que traían los guardias civiles. El otro, curado en el hospital zamorano, sería fusilado el 6 de octubre.
Las noticias de los movimientos y del avance de las columnas mineras corrían ya por toda la región, utilizadas en Morales de Toro el día 22 para engañar y tender una mortal celada a los leales republicanos del lugar, cazados como conejos por las rastrojeras de sus campos cuando salieron a su encuentro para unírseles en Tordesillas. Aquí se suponía que se encontraban los expedicionarios, “encabezados por Largo Caballero”, en su camino hacia Valladolid y Madrid, y allí mismo eran también buscados -sin hallarlos- por falangistas vallisoletanos para hacerles frente y contenerlos.
Próxima entrega: 20 de abril
José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web