Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Medio Oriente

Gaza: un territorio arrasado por Israel sostenido por mujeres

Maha Hussaini, periodista gazatí, trabajando en la Franja.

Ana Garralda

0

La voz grave, a veces rota, de Ruba Alkurd, una doctora de 34 años de la organización Médicos sin Fronteras (MSF), bien podría ser la de una mujer mucho mayor que ella. Su imagen muestra a una profesional joven, también madre, pero el sufrimiento que desprenden sus palabras, recogidas en audios enviados durante meses desde la Franja de Gaza, encajaría más con alguien que le dobla la edad, que ha visto demasiado y, con frecuencia, para mal. “Escucho esos audios y me devuelven al infierno”, relata desde el apartamento en las afueras de El Cairo donde hoy reside junto a sus tres hijos: Amín, de nueve años, Jannah, de siete, y Reem, de cuatro.

A la ciudad llegó de urgencia el pasado mayo desde el paso fronterizo de Rafah (entre Gaza y Egipto) donde, después de dos meses de alto el fuego, vuelven a verse tanques israelíes tras la ruptura en la madrugada del 11 de marzo de la última tregua acordada entre Israel y Hamás (en 72 horas de ofensiva israelí al menos 506 palestinos murieron en los bombardeos —más de 130 de ellos eran niños, según UNICEF— y otros 909 resultaron heridos).  

El ejército hebreo también había clausurado pocas horas antes el lado palestino del cruce al iniciar su ofensiva sobre el que entonces era el único rincón de la Franja donde sus tropas aún no habían entrado por tierra. Allí, entre 1,5 millones de personas desplazadas —más de la mitad de la población de Gaza—, hacinadas en condiciones infrahumanas en tiendas, refugios o edificios destruidos, los militares israelíes pensaban encontrar al centenar de rehenes que en ese momento seguían en la Franja (hoy son 59, 24 de los cuales se cree que siguen vivos). 

Como el resto, Ruba y su familia también malvivían, pero a ellos no les quedaba tiempo. Semanas antes, un colega oftalmólogo le dijo que si no operaban pronto el ojo izquierdo de Amín, el hijo mayor, afectado por una lesión anterior, perdería la visión por completo. “La última cirugía se complicó con un glaucoma, le aumentó la presión del ojo y con ocho años le salieron cataratas”, apunta. “Pasé días buscando unas gotas que debía echarle y a un cirujano que pudiera volver a intervenirle, pero no los encontré. El dolor aumentaba y yo no tenía nada que darle a mi hijo. A veces, ni agua”, prosigue la doctora.

Sin apenas comida, agua, ni productos de higiene

Según datos de enero de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), casi la mitad de los gazatíes (y cerca de la totalidad en los 11 meses posteriores al 7 de octubre) disponen hoy de menos de 15 litros de agua diarios, la cantidad mínima recomendada por la ONU por persona y día para beber, cocinar y mantener la higiene personal. “Cuando olía a la gente me sentía devastada”, explica Alkurd. “Sabía que no era por voluntad propia, sino porque no había con qué lavarse, ni jabón, ni ropa limpia que ponerse”, añade. 

La falta de productos de higiene y la proliferación de piojos, sarna y otras infecciones bacterianas —propiciada por la destrucción total o parcial del 80% de la infraestructura de agua y saneamiento de Gaza, incluidas las seis principales plantas de tratamiento de aguas residuales— llevaron a la doctora y a muchas de sus colegas médicas a adoptar medidas para no enfermar. “Nos cortamos el pelo casi al cero. No había agua para mantenerlo limpio, ni hidratado. Se nos caía a diario, como a tanta gente desnutrida. La comida no era la adecuada y no había ni vitaminas, ni minerales”, explica. De acuerdo con los últimos datos de la OCHA, casi el 100% de las mujeres embarazadas y lactantes de Gaza no tienen satisfechas sus necesidades alimenticias y entre el 10% y el 20% están desnutridas. El 86% de la población (1,84 millones de personas) tampoco, incluidos los 4.646 niños (672 de ellos con desnutrición aguda grave) que fueron inscritos en programas de tratamiento de la desnutrición desde que entró en vigor el alto el fuego —el 19 de enero— hasta el 15 de marzo. 

En este contexto, Ruba y Mohamed, su marido, médico de 37 años y uno de los pocos cirujanos vasculares que quedan en Gaza, tomaron la decisión más difícil: cuando fuera posible, ella y sus hijos saldrían de Gaza para operar a Amín, aunque eso implicase que él no pudiera acompañarles. Comenzada la guerra, Israel no permitió salir a los hombres si no portaban otra nacionalidad. La única forma de intentarlo era por la frontera con Egipto, pagando a las mafias 5.000 dólares y lo peor, esperar un mes. “Imagínese la decisión”, afirma Ruba. “Como mujer sentía que abandonaba a mi marido, como médico, a mi gente, pero como madre debía pensar en mis hijos. No tuvimos otra opción”, alega. 

Hoy, desde El Cairo, donde Amín pudo ser finalmente operado (recuperó el 80% de la visión del ojo), Ruba reza para que termine la guerra, reabran el paso de Rafah y pueda reunirse con su marido. Al ser palestinos de Gaza tampoco pueden registrarse en Egipto, por lo que ni a ella se le permite trabajar, ni a sus dos hijos en edad escolar (Amín y Jannah) inscribirse en un colegio. “Les enseño yo desde casa”, comenta. “Nos conectamos a diario con una plataforma de clases online que lanzó el ministerio de Educación [de la Autoridad Nacional Palestina] para niños gazatíes. Al menos podrán tener sus certificados escolares”, indica. 

Por el momento, viven con lo justo. Desde que Ruba abandonase Gaza, la organización para la que trabaja, MSF, instó a los empleados locales que salieron de la Franja a coger un permiso retribuido de seis meses, seguido de otro no remunerado por la misma duración. “Ahora dependemos de lo que nos envía Mohamed. Si no vuelvo antes de julio, incluso aunque no abran la frontera, perderé mi contrato con la organización”, lamenta.

A pesar de todo, la gazatí es consciente de su suerte. Primero, porque en El Cairo disponen de agua, comida, electricidad “y hasta de una lavadora”, destaca. “Ahora sé que tener una es un lujo cuando durante meses y tras jornadas maratonianas de trabajo tenía que lavar a mano y con agua fría toda nuestra ropa. Me salieron ampollas muy dolorosas. Me daba alergia el único detergente que había”, añade.

Por otro lado, en su casa cairota ella y los suyos, por fin, duermen por la noche. Ya no están aterrorizados por el zumbido permanente de los drones israelíes o el estruendo de los constantes bombardeos. Tampoco escuchan a las ratas. “De madrugada, en la habitación donde vivíamos, se podía oír ese gras, gras que hacían cuando rondaban nuestras bolsas. No podía dejar nada fuera. A veces pensaba que si me dormía vendrían y nos comerían vivos. Pensará que suena a broma, pero no lo es”, cuenta. 

La palestina opina que la proliferación de estos roedores no solo se debe al descomunal volumen de basura acumulada en Gaza o a la destrucción de sus sistemas de saneamiento y depuración, sino también a los miles de cadáveres (más de 9.000, según la ONU) que aún permanecen bajo los 40 millones de toneladas de escombros que se amontonan en la Franja, según estimaciones de Naciones Unidas. Retirarlos, dicen sus expertos, llevará más de una década. 

Salir del trabajo y encontrarte sin casa

“En mis 25 años de servicio en Gaza y después de una Intifada y tres guerras (2008-2009, 2012 y 2014) nunca vi tanta muerte y destrucción”, afirma Maha Mahmoud Wafi, técnica de emergencias médicas, de 44 años, desde el Centro de Ambulancias que la Media Luna Roja Palestina (PRCS, por sus siglas en inglés) tiene en la ciudad de Jan Yunis, en el sur de Gaza. Tampoco antes, dice esta sanitaria y madre de seis hijos, había tenido que evacuar su casa, “el único remanso de tranquilidad que conocía”, ni verla totalmente destruida.

Ese fue “el primero de los dos peores días” de la vida de Wafi. Una mañana, mientras trasladaba heridos al Hospital Nasser (el más importante de Jan Yunis) uno de sus hijos la llamó para decirle que los israelíes acababan de avisarles que evacuaran de inmediato la vivienda familiar porque iban a bombardear la zona. “La impotencia fue horrible”, cuenta. “Yo en el trabajo y sin poder comunicarme en condiciones con mis hijos (por el bloqueo intermitente impuesto entonces por Israel) y sin saber si estaban bien”. El segundo peor día, continúa Maha, también la encontró trabajando en una de las ambulancias. Su hermano contactó con la central y pidió que le comunicaran que soldados israelíes acababan de llevarse detenido a su marido. “La angustia de no saber dónde estaba ni por cuántos días o si estaba bien o mal fue terrible”, asevera.

“Gracias a Dios hoy todos estamos bien”, continúa. Durante unos segundos, Maha esboza una tímida sonrisa en su rostro agotado. La realidad, sin embargo, no da tregua. Hoy, una vez termine su jornada laboral, ya no podrá descansar en su casa de Jan Yunis, su “pequeño paraíso” ahora en ruinas (como el 92% de las viviendas de Gaza, según datos de la OCHA). Esta vez, al salir, regresará al oeste de la ciudad, pero a una tienda de campaña en una zona gris y devastada, cubierta por enormes nubes de polvo y rodeada de lagos pestilentes de aguas residuales que no pueden ser tratadas porque ni funcionan las estaciones de bombeo, ni las plantas de tratamiento. 

La suspensión israelí de toda la ayuda humanitaria y comercial desde el 2 de marzo y el cierre de los cruces de mercancías ha empeorado aún más la grave crisis energética de Gaza, con un aumento de los precios del diésel de hasta un 105% y del gas de cocina de hasta un 200%, en comparación con febrero, lo que limita significativamente el acceso a combustible esencial en medio de un continuo apagón eléctrico. 

Hasta entonces, en el Centro de Ambulancias de Jan Yunis, Maha y el resto de paramédicos seguirán lidiando con sus otros frentes: la falta de medicamentos y suministros esenciales o la puesta a punto de las maltrechas ambulancias donde, en 15 meses de guerra, se dejaron la vida 19 de sus compañeros (según Naciones Unidas, 1.060 médicos y trabajadores sanitarios han fallecido en la Franja desde el 7 octubre de 2023).

A este respecto, y antes de finalizar la entrevista, la palestina subraya el valor “extraordinario” de sus compañeros de trabajo, en especial de sus colegas mujeres. “Todas, sin excepción, merecen el mayor de los respetos”, afirma. “A pesar de las enormes dificultades que enfrentan (el riesgo diario durante los traslados; jornadas extenuantes de trabajo o salir de casa sin saber si los hijos estarán a salvo) siguen luchando y con el compromiso que siempre nos guía: brindar ayuda humanitaria y servir a los demás”, alaba.

Informar, a pesar de todo

Guiadas por esa vocación de servicio, Maha Hussaini, de 33 años y Haula al-Jalidi, de 35, decidieron, a muy temprana edad, que querían ser periodistas. “Si creces en una Gaza bajo bloqueo —impuesto por Israel y Egipto en el año 2007— y sufres los estragos de tres guerras, informar ya no es solo una vocación. Para mí es un deber para con mi gente, sobre todo si no hay nadie más (desde octubre de 2023, Israel y Egipto prohíben la entrada de prensa extranjera a Gaza) que lo cuente”, dice taxativa Hussaini, colaboradora de los medios digitales Middle East Eye y The New Humanitarian o de plataformas como la Red Marie Colvin de Mujeres Periodistas. Un trabajo informativo enfocado en Derechos Humanos por el que el año pasado fue galardonada con el Premio al Coraje en Periodismo, otorgado por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF), con sede en Washington. 

“Mi caso, quizá, es más naíf”, cuenta Haula al-Jalidi. “Siendo pequeña ya soñaba con ser periodista para hablar de la belleza y la historia de Palestina, pero lamentablemente de lo único que hablo ahora es de su destrucción y muerte”, ironiza la reportera, que charla con elDiario.es desde El Cairo, donde trabaja como corresponsal para las cadenas de televisión Al Arabiya y Al Hadath.

Al igual que hiciera la doctora Ruba, ella y su marido, Baher, fiscal de carrera ahora desempleado, decidieron abandonar Gaza cuando Israel anunció el comienzo de su ofensiva sobre Rafah, la ciudad donde ellos también habían sido desplazados junto a sus cuatro hijos (el mayor, de 13 años y el menor, de seis) y donde pudieron ser acogidos por los abuelos paternos. 

Previamente Haula y Baher, huyendo de los bombardeos, se habían visto obligados a trasladarles dos veces más, la primera en la ciudad de Gaza y a la semana de empezar la guerra. “Yo hacía la última conexión telefónica del día cuando Baher, nervioso, me empezó a hacer señales”, cuenta. “Había recibido un mensaje diciendo que iban a atacar el barrio y que teníamos que evacuar”. Aturdida, despidió el directo y como pudieron reunieron “la vida que una familia puede empaquetar en 20 minutos”. Tras esa noche, ni ella ni su marido volvieron a ver más el hogar que durante una década construyeron con tanto mimo. “Lloré mucho un día y después otro, pero después pensé en cuánta gente estaba igual o peor y decidí seguir adelante”, relata.

Apoyada por Baher, su “columna vertebral”, Haula trabajó a destajo los meses posteriores. Mientras, sus hijos, que fueron trasladados un total de cuatro veces dependiendo de lo cerca que estaban del lugar donde caían las bombas, quedaron al cuidado de varios familiares. “No había otra opción. Yo podía hacer hasta 18 directos al día, entre las 8:00 y las 16:00 horas, y después continuar en casa con conexiones telefónicas hasta las 22:00”, cuenta la palestina.

Su base de operaciones o “segundo hogar”, al igual que para decenas de periodistas gazatíes, era el complejo del hospital Al-Aqsa, en Deir el Balah, uno de los pocos lugares de la Franja donde había electricidad, funcionaba Internet y reporteros como ella podían realizar conexiones o cargar teléfonos, portátiles y demás aparatos electrónicos. Allí, entre colegas, personas desplazadas y la llegada constante de heridos, Haula y Baher pasaban la mayor parte del tiempo.

También lo hacía Maha Hussaini, quien solía trasladarse hasta allí desde uno de los abarrotados refugios de Deir el Balah donde residía junto a su familia, a la vez varias veces desplazada, hasta el inicio de la efímera tregua. “A pesar de las enormes dificultades, todos hemos trabajado desde el primer día”, asegura la informadora. “Incluso cuando Israel cortó el suministro de electricidad y combustible o destruyó casi todas telecomunicaciones, los periodistas de Gaza nos las arreglamos para contar lo que las voces silenciadas de nuestros colegas no podían narrar”.

Vivir con la muerte cerca

Hussaini se refiere a los 166 periodistas y trabajadores de medios que, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, en sus siglas en inglés) han sido asesinados en Gaza desde el 7 de octubre de 2023. Desde entonces, el total de muertos palestinos supera los 49.600 (más de la mitad son mujeres y niños) y el de heridos se acerca a los 112.000; en Israel, los fallecidos son 1.200 (de los que alrededor 800 eran civiles) y los heridos son más de 14.900.

“Muchos de los reporteros asesinados eran buenos colegas con los que trabajé”, dice Maha. “Por eso su ausencia me motiva a seguir, para contar lo que ellos no pueden”, añade. Según Hussaini, los informadores han sido uno de los objetivos de Israel durante esta guerra. Hoy asegura despertarse cada mañana tratando de aceptar la idea de que “quizá este día pueda ser el último” o pueda ser “el siguiente blanco de Israel”.

Un temor con el que Maha, sin hijos a su cargo o compromisos familiares, estaba dispuesta a lidiar, pero que motivó la salida de Haula y su familia de la Franja. “La situación era extremadamente peligrosa para todos”, explica. “También conocía a muchos de los compañeros asesinados. De verdad sentías que la muerte estaba cerca, pero a mí lo que más miedo me daba era que alguno de mis hijos pudiera enfermar y no disponer de hospitales con medios donde poderle curar”, apunta. 

A la capital de Egipto llegaron ella y su familia el año pasado gracias a las gestiones y la cobertura económica del grupo Al Arabiya, para el que sigue trabajando como corresponsal, lo que le permite seguir sosteniendo a su familia. A Gaza, por ahora, no sabe si volverán, pero lo que sí tiene claro es la noticia que, en directo y llegado el momento, le gustaría dar: “Hoy, Palestina, ha dejado de estar ocupada. Todos aquellos que se marcharon ya pueden volver y reconstruir sus casas. Pueden regresar”.

Etiquetas
stats