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'Jartos' de coles

Felipe González y José María Aznar, en una imagen de archivo
29 de diciembre de 2024 21:12 h

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Dicen los historiadores que Diocleciano fue el único emperador de Roma que abdicó sin por ello adquirir la condición de emérito ni dedicarse a dar por donde la espalda pierde su casto nombre. Se fue y punto. Aun así, ante el caos de la Roma entonces decadente, fueron a buscarlo a su retiro a orillas del Adriático, donde se dedicaba al cultivo de hortalizas, para convencerlo de que volviera al poder y el hombre respondió: ¿Si vierais las coles que he cultivado con mis propias manos?  

A Aznar y a González no ha ido a buscarlos nadie pero ahí siguen. Esta semana han vuelto otra vez a nuestras mientes. El primero, por la continua evocación de “el que pueda hacer que haga” provocada por un partido judicial activo y activado en su propósito, papel reconocido por el aún recluta Feijóo, de hacer la oposición política que el citado refuerzo gallego de primavera es incapaz de llevar a cabo; el otro, porque ahora quiere dirigir la política exterior de España y plantarse en Caracas, ese asunto interior de España, en la toma de posesión improbable de Edmundo González. Sin duda que en Venezuela recordarán a Felipe y a sus amistades, aunque por peores razones que en el barrio de Salamanca o en Miami, donde falleció su amigo, el del caracazo, y compinche ideológico, Carlos Andrés Pérez, destituido como presidente por corrupción en el país hermano. 

La verdad es que no sé si ambos son aficionados a las coles. No sería raro en el caso de Felipe que, como sevillano, habría probado el insigne cocido vernáculo de tan imperial hortaliza. En todo caso, al contrario de Diocleciano, nunca se han retirado, y eso que no tendrían por qué haberse dedicado a labores hortícolas, ambos son letrados. Uno al servicio de la inspección de Hacienda del Estado- extraña grey- y el otro, laboralista de desconocidos éxitos. Es normal que les rechine el maoísmo, cuyo inventor, quizá leyó a Diocleciano, pregonaba volver a la fábrica después de cada mandato político.

De todas las cosas que tenemos que padecer en estos nuevos tiempos de democracia, una de nueva creación es la nobleza orgánica. Cuando llegan a lo suyo y más tarde les toca dejarlo, no están dispuestos a aceptar la murga orgánica, ya no se van nunca

Pero, siendo justos, ni Aznar ni González -aunque reconocidos en su parentesco moral- por distintas posiciones políticas, nunca fueron de esa filosofía china ni se vieron en ningún caso volviendo a lo suyo. Hablando de Mao, el de China, recuerdo a José Luis Ortiz Nuevo, gran flamencólogo, que encargó un traje Mao a un alfayate de Coria del Río que cosía muy bien; la prensa de entonces, madre de la de ahora, sacó a colación sin venir a cuento que en la China comunista todo el mundo vestía igual, ya saben, andalucismo, Libia, China, Venezuela... Hoy, todos los niños bien cuyos padres siguen leyendo esa prensa visten pantalón beige claro y saquito azul marino con las enagüillas de la camisa azulina colgando por fuera, y tan aplaudidos.  

En Estados Unidos, los dioclecianos son distintos: los presidentes se van pero ayudan al presidente de turno, el modelo es Carter -el magnate de las arvellanas- , pero cierto es que allí son miembros de la plutocracia, llegan ya ricos al poder,  y por estos lares los dioclecianos proceden por lo normal de la tiesura, natural o de familias a menos, y facturan.  

De todas las cosas que tenemos que padecer en estos nuevos tiempos de democracia, una de nueva creación es la nobleza orgánica. Cuando llegan a lo suyo y más tarde les toca dejarlo, no están dispuestos a aceptar la murga orgánica, ya no se van nunca. En cierto sentido son parásitos anclados en el régimen; bien que se aprovechen de su fama, relaciones y reputación publicada, ganen dinero y estén presentes en las tertulias, consejos y saraos del poder pero, hombre, que sigan el ejemplo de Diocleciano y se queden con sus coles. ¿No se cansan?

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