Un estudio analiza el umbral de escorrentía de las cenizas del Tajogaite para prevenir riesgos por lluvias intensas

Un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC), en colaboración con universidades y otros centros de investigación, ha realizado ensayos para analizar la removilización hídrica de los piroclastos depositados tras la erupción del volcán Tajogaite en La Palma en 2021.
El objetivo de este estudio, presentado por el geólogo del IGME Andrés Díez Herrero en una ponencia celebrada este jueves en La Palma, es determinar los umbrales de escorrentía y movilización de estos materiales, con el fin de prevenir riesgos asociados a lluvias intensas, como lahares o flujos de escombros.
El estudio se desarrolló en el barranco de Tamanca, en el suroeste de la Isla, donde se realizaron pruebas de lluvia artificial sobre microparcelas experimentales y sectores de laderas, en las que analizaron cómo variables como la pendiente, la granulometría y la cobertura superficial afectan la escorrentía y la movilización de los piroclastos.
Los resultados han revelado que la mayor influencia no la tiene la pendiente, como se esperaba, sino la concentración del agua en superficies impermeables, como rocas consolidadas o suelos antropizados, así como en ramas y tallos de la vegetación.
Andrés Díez, que es doctor en Ciencias Geológicas por la Universidad Complutense de Madrid, ha explicado que esto se debe al efecto de concentración de la lluvia que se produce cuando el agua se capta en las hojas de los árboles y arbustos, discurre a través de las ramas y se concentra en el tronco o tallo de la planta.

“Cuando hay vegetación, casi con la cuarta parte de lluvias se produce escorrentía y removilización del suelo, y si la lluvia cae sobre una superficie de roca consolidada como una colada basáltica, con tan solo 15 litros por metro cuadrado ya se produce escorrentía”, ha detallado el geólogo.
En general, las superficies de tefra desnuda requieren mayores cantidades de precipitación para iniciar la movilización de los piroclastos, mientras que en áreas con vegetación la escorrentía comienza con precipitaciones menores.
Estos resultados tienen implicaciones directas en la gestión del riesgo volcánico en La Palma, ya que pueden emplearse en modelos predictivos para estimar la probabilidad de lahares y flujos de escombros en distintos escenarios de lluvia.
Además, con estos datos se pretende contribuir a la elaboración de mapas de peligrosidad y a la planificación territorial de las zonas afectadas por la erupción.
Sin embargo, el investigador ha asegurado que hasta el momento sólo se ha estudiado el comportamiento de la cenia y el lapilli “en zonas muy concretas, y no hemos estudiado toda la superficie de las cuencas de Cumbre Vieja, por lo que no estamos en condiciones todavía de decir cuál es el umbral de escorrentía para toda la ladera y cuándo se deben dar alarmas”.
Para ello, Díez Herrero ha afirmado que sería necesario realizar “muchísimos más ensayos para dar con una norma de carácter general”, además de la colocación de estaciones pluviométricas en el entorno del volcán “porque ahora mismo no sabemos cuánto está lloviendo”.

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