Dos predilectos, dos aciertos

Anelio Rodríguez Concepción y Antonio Fernández Rodríguez.

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La designación de Antonio Fernández Rodríguez y de Anelio Rodríguez Concepción como hijos predilectos de La Palma no puede ser más acertada. A pesar de que sus perfiles son muy diferentes, Anelio destacado intelectual y Antonio relevante científico, ambos tienen en común su amor por la isla, su disposición desde un principio para involucrarse en cualquier trabajo que contribuya al beneficio de los palmeros y el ejercicio de una docencia que ha marcado a sus alumnos, como he podido comprobar por el cariño que les profesan. Ellos, que siempre han atendido con especial afecto a los oriundos de la isla, son brillantes, humildes, generosos y tolerantes. Ambos son Doctores, han formado sus respectivas familias con dos mujeres extraordinarias y tienen un brillante currículo del que solo una pequeña parte ha salido en los medios. A cualquiera de ellos puedo llamarlo hermano, así que ya pueden imaginarse la alegría con que he recibido estas iniciativas de Cabildo Insular. 

Antonio, Toño como le llamamos sus amigos, es mi colega y he tenido la oportunidad de trabajar con él, aunque no en el ámbito científico, porque nuestras áreas de conocimiento son diferentes, aunque coincidimos cuando me tocó coordinar el plan estratégico de la ganadería canaria. Se había realizado otro plan con anterioridad, con costes desorbitados, en el cual no se tenían en cuenta los aspectos sanitarios: un verdadero disparate. Cuando le pedí que coordinara la redacción del proyecto en el ámbito de la sanidad animal lo aceptó de inmediato, haciendo un excelente trabajo por el cual no fue remunerado. Se trataba de coordinar a una serie de científicos quienes, de manera altruista, colaborarían en la elaboración plan. Toño consiguió reunirlos sin ningún problema.

A pesar de que pueda parecer un poco extraño, también he colaborado con Anelio en su faceta de escritor. Tengo el honor de ser, junto con el gran cineasta Víctor Erice, uno de los primeros en leer sus textos, antes de ser publicados. Es evidente que dentro del aspecto literario entre nosotros todo fluye en una única dirección: él enseña y yo aprendo. Sin embargo, Anelio valora un enfoque científico de su obra y no digamos nada cuando entre sus personajes aparecen animales. Me involucré mucho en la elaboración de su libro ‘El león de Mr. Saba’, hasta tal punto de viajar hasta Galicia con él (se suponía que Víctor también iba a viajar con nosotros pero, desgraciadamente, a última hora no pudo) para vivir un par de días en el circo de Lale, nieto de Mr. Saba. Fueron unas jornadas extraordinarias entre trapecistas, tigres y otros artistas.

Conocí al padre de Toño antes que a él. Trabajamos juntos en la construcción de la Gallera Guerra, en mis últimos años del Instituto, junto con personas entrañables como ‘El Pistola’, Enrique, ‘Bambiche’, ‘Sereca’ y otros muchos que ya no están con nosotros. Al terminar la jornada nos dábamos un homenaje a base de paella, vino del país y muchas chanzas. Mi contacto con su padre, Antonio, se mantuvo en el tiempo, haciéndose más afectivo según iban cayendo nuestros camaradas de la gallera. Varias veces salimos juntos de tenderete, a pesar de la diferencia de edad. Él me presentaba a sus amigos diciendo que tenía dos hijos, uno casero y otro callejero. Imagínense quién era este último.

También, en el caso de Anelio, conocí antes a su padre, por la amistad que tenía con el mío, basada en el profundo respeto. Decía D. Pepe Díaz Duque, abogado y erudito palmero, que la verdadera bondad solo está en el espíritu de las personas inteligentes. Ese era el caso de D. Anelio. Ese es el caso de Anelio. Sin embargo, otra persona de su familia fue la que me cautivó desde el momento en que la conocí: su madre. Doña Manuela era la esencia de las cosas buenas que poseen las mujeres de esta tierra, incluyendo su lenguaje castizo. Cadenciosa y dulce, te regalaba una mirada llena de encanto y con un matiz de picardía. Cuando ya estaba muy malita, mi querida prima Ana, notaria de La Laguna, hizo un esfuerzo para ir a su casa con el fin de que firmara unos papeles de interés para sus hijos. Como es habitual en estos casos, dado el estado febril de la señora, Ana quiso comprobar si estaba en condiciones para realizar la firma. Tras ser presentada como mi pariente, le preguntó: “¿Qué opina usted de mi primo?”, “Que es un nabolengo”, fue la respuesta. Ana miró a Anelio sorprendida y vovió a insistir: “¿Y qué es un nabolengo, Doña Manuela? ”Un andujón“, contestó de nuevo. Mi prima volvió a mirar a Anelio, con cara aún más extrañada, y nuevamente preguntó: ¿Y que es un andujón, Doña Manuela? Esa vez se demoró un rato más en dar la respuesta: ”Un novelero“. Ana puso inmediatamente los papeles delante de ella para la firma. 

Podría contar muchas más cosas vividas con ellos, las cuales siempre han sido provechosas o, al menos, divertidas, aunque con esta muestra creo que se visibiliza mi afecto hacia estos dos hermanos míos y hacia sus familias. Ambos reconocimientos les hacen justicia, aunque llegan un poco tarde. Si hubieran sido designados en su momento, habríamos podido disfrutar de cada uno, exclusivamente, por más tiempo.

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