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¡O tempora o mores!
En enero de 1919 arrancaba la Conferencia de París que ponía término a la gran guerra y organizaba los términos de un periodo de paz. El presidente de los EE.UU. trasladó la sede presidencial a París durante unos meses. Se trataba de Woodrow Wilson, político con un prestigio olímpico que ya había sido presidente de la Universidad de Princeton y pronto sería Premio Nobel de la Paz.
Los líderes mundiales, los vencedores y los vencidos, confiaban más en este hombre que en ellos mismos para organizar la paz después de la Guerra. Le salía el prestigio por las costuras. Tenía 63 años y la idea fija de crear la Sociedad de Naciones. Era, por tanto, lo contrario en su reputación al personaje chabacano que hoy preside la Unión.
En un psiquiátrico de París trabaja de guardia un español de 22 años, Jose Germain, que hoy da su nombre al mayor hospital psiquiátrico de Madrid. Y le toca atender a un hombre que deambulaba sin rumbo y desnudo por las calles de París. Era el presidente de los EE.UU. residente en París para ser la persona principal y el eje indiscutido en la negociación de los acuerdos de París. El presidente americano, sonado y en pelotas.
Se había derrumbado el hombre, de forma que este político providencial de irrepetible prestigio moral es retratado por Keynes, que asiste a la conferencia como economista de la representación inglesa, como alguien psicológicamente hundido que actúa recluido en un mundo místico. Posiblemente le alcanzó la gripe española.
Desde 1919 a 1921, ya en Washington, sigue ejerciendo como presidente incapaz por enfermo, viendo cómo se falsificaba su firma en los decretos presidenciales. Keynes llamó a la paz que Wilson propició, una paz cartaginesa porque uno de los tratados firmados, el de Versalles, imponía a Alemania la entrega de dinero y ganado, mucho más y la mitad de los productos químicos y farmacéuticos. Una deuda imposible de pagar, no odiosa, pero inasumible. Un antecedente indeseable que introdujo a Alemania en una crisis de la que solo salió mediante el Tercer Reich con dirección a otra guerra. Vemos de forma clara un antecedente del asunto de las tierras raras de Ucrania.
Durante el mandato de Nixon se practicó la llamada estrategia del loco, no le hagan esto al presidente porque es muy difícil anticipar su decisión toda vez que está loco. Es la práctica de ser poderoso e impredecible inventada para la política exterior y los juegos geoestratégicos que alguno, como el chabacano actual, lo practica en economía condimentando la realidad económica con lo peor para el plato, pues añadir incertidumbre es la mejor manera de proceder para que pierdan todos los agentes.
Sobrepujando actitudes loquinarias, podemos recordar la hambruna de China cuando los dirigentes comunistas decidieron que los gorriones se comían sus insuficientes cosechas y decretaron su extinción. Ni les cuento cómo se perdieron las cosechas llenas de gusanos hasta el extremo de tener que rectificar importando gorriones cuando acabaron con la población de esos pájaros.
Antes de que Marx se quedara casi en exclusiva con el universo ideológico de izquierdas del planeta, Saint Simón establecía que la historia tiene voluntad propia que no es otra cosa que la Ley suprema del largo brazo invencible del progreso. Que yo hoy no veo en ninguna parte. ¡O tempora o mores!
Todo parece aquí y ahora que se practica la teoría de juegos, disciplina matemática donde un agente interactúa con otro según sus costes y beneficios. Con esta teoría, en el juego pueden ganar los dos contendientes. Perder uno o los dos. Existe en esta disciplina el dilema del prisionero que es un juego donde dos personas resuelven no cooperar a pesar de que de hacerlo ganarían los dos.
Se ha instalado entre nuestras naciones un frenético desorden que se asemeja a un hormiguero. Algo absurdo, pero los absurdos de la vida no necesitan ser creíbles porque son verdaderos. Los gobiernos son legítimos por el consentimiento de los gobernados, cosa inexistente en dictaduras y colonialismo. Ahora podemos decir que hay gobiernos fruto del voto y ajenos al consentimiento. Entiendo oportuno beber de Gramsci para redefinir el sentido común del público y revivir lo cotidiano en forma rebelde y transformadora. La aparición de gente con poder incurables por macarras ha dormido el sueño americano. Y nos impide dormir a nosotros.
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