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Desde el amplio siglo XX y lo que va del XXI quienes se dirigían a los territorios de la Mancha contemplaban en un promontorio estratégico un castillo que, construido para resistir, llevaba siglo aguantando desidias humanas y envites climatológicos. El castillo para mentalidades tiernas podía ser una aparición romántica en los amaneceres nuevos de la Mancha o en los atardeceres de rojo intenso de la puesta del sol. Aunque los fantasmas del pasado habían huido de ese lugar hacía tiempo y ocupaban su espacio lagartijas, escorpiones, palomas y algún conejo despistado. Cualquier curioso, incluso con mentalidad romántica, se preguntaría cuanto resistiría ante el abandono manifiesto.
Ahora una torre del castillo, la más enhiesta, ha hecho lo que tenía que hacer, desmoronarse. ¿Para qué alargar la existencia de unas piedras que a nadie importan? Será mejor para ese lugar que se despuebla. Si a los ciudadanos y administradores no les importan sus ruinas, qué otra cosa podía hacer sino derrumbarse. Al fin y cabo para las administraciones públicas no es más que un castillo de entre los muchos que existen.
Desaparece un testigo más de la desidia administrativa que persigue al patrimonio histórico en estos territorios. Un elemento estratégico del sistema defensivo de la Mancha se borra. No entenderemos cómo fue posible mantener un extensión tan extensa que protegía la cuenca del Tajo y aseguraba la conexión con la Mancha. Cuando vean el castillo de Peñas Negras, de Mora, salvado de la ruina, entenderán las redes de comunicación, de comercio y defensa de una llanura deshabitada.
Alguien tal vez pueda sorprenderse por el derrumbe que ha ocurrido, pero para cualquiera que siguiera la trayectoria visual del castillo en los últimos treinta años lo sorprendente es que no se haya derrumbado antes. La desidia y el abandono han sido totales. No quería recurrir al tópico de García Márquez de la crónica de un derrumbe anunciado, pero explica mejor que otras expresiones lo que ha ocurrido. Cuantos pasábamos por la carretera camino de la Mancha veíamos cómo se iba escribiendo la crónica de un derrumbamiento previsible. La pregunta llegó a ser cuando sucedería.
A pocos del pueblo les inquietaba el estado de deterioro del castillo y tampoco las instituciones provinciales o comunitarias. Estaba escrito que lo que ha sucedido podía ocurrir en cualquier momento. Cuando unas ruinas no se refuerzan ni se mantienen ni cuidan lo previsible es que colapsen por algún elemento meteorológico.
Las lluvias recientes han sido el acelerador que ha provocado la eclosión. Así que ya tenemos lo que con tanto ahínco hemos buscado: que se hunda de una vez y podamos reutilizar las piedras para empedrar las calles del pueblo o reforzar los muros de las viviendas. Ya ha sido desvalijado varias veces. Descanse en paz un castillo que a nadie interesó, a nadie preocupó. En cuanto a su valor histórico y patrimonial, ¿a quién le interesa la historia pudiéndola encontrar, acaramelada, edulcorada y falseada en Puy de Fou?
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