Raúl Álvarez, el último de la Cultural Leonesa en Primera División: “El fútbol que viví era como de la era cuaternaria”

El exfutbolista de la Cultural Leonesa Raúl Álvarez, junto a una fotografía en la que pelea un balón a Marquitos bajo la mirada de Miguel Muñoz jugando contra el Real Madrid.

César Fernández

11 de abril de 2025 08:41 h

El Real Madrid, que ya iba camino de forjar su leyenda, visitaba la Puentecilla. Y Raúl Álvarez, que venía de debutar en Primera División sin apenas haber visto un partido de esa categoría, formaba en la delantera de la Cultural Leonesa. El fútbol de élite, que hasta aquella tarde de febrero de 1956 se resumía para este leonés en los cromos, “algún Marca” y las retransmisiones por la radio de Matías Prats Cañete, se le hizo presente cuando, tras mandar un cabezazo al poste y sufrir un penalti no pitado, vio a Alfredo Di Stéfano lanzar a Roque Olsen para marcar el primero de los cuatro goles madridistas. El fútbol, que luego lo llevaría a compartir entrenamientos en Barcelona con Kubala y Luis Suárez o en A Coruña con Amancio Amaro, también era el de las duchas de agua fría con jabón Lagarto o los autocares sin calefacción prendiendo alcohol en latas vacías de sardinas. El fútbol, que este 11 de abril en que se cumplen 70 años del ascenso culturalista a los altares lo convierte en protagonista como único superviviente de aquella temporada con los mejores, terminó siendo “casi lo de menos” en la biografía de un emprendedor que acabó trayendo tecnología sanitaria punta. Y así ahora, cuando lo paran por la calle, es “Raúl el de la Cultural” o “Raúl el de las resonancias”.

“¿Sabes cómo denomino yo el fútbol de mi época? El de la era cuaternaria. Seríamos como los cromañones”, pregunta y se responde Raúl Álvarez, nacido en 1936 (tiene 88 años) y criado “al principio de Mariano Andrés”. Alumno del Colegio Maristas San José, llegó pronto al fútbol y tarde al balonmano. “El Hermano Tomás me quiso poner para jugar al balonmano. Pero yo era un poco burro. Y al segundo día que estábamos entrenando, me dijo: 'Raulín, tú vete mejor para el fútbol'”. Y acertó. Álvarez jugaba en el equipo del colegio y en el Numancia, el conjunto del barrio. Dice que tuvo “suerte” al compararse con compañeros que considera mejores como Vicente: “Hoy habría sido una gran figura”. Pero el caso es que él ya fue internacional en categorías inferiores con España a los 16 años de edad. Resultó elegido al acudir con los Maristas a Madrid a unos juegos escolares. El choque era España-Francia, en la Ciudad Universitaria. La selección ganó 7-1. Y el leonés marcó cuatro goles. Matías Prats, que ya había narrado por la radio el gol de Telmo Zarra ante Inglaterra en el Mundial de Brasil de 1950, retransmitió aquel encuentro. El apodo estaba cantado: Raúl fue aquel día el Zarra infantil.

La experiencia resultó como una primera y fugaz toma de contacto con lo que luego sería el fútbol de élite. Raúl Álvarez se recuerda estrenando dos pares de botas encargadas por familiares en Argentina. La selección tenía “dos o tres masajistas”. “Y me acuerdo de que uno de ellos nos daba unas pastillitas. No sé si serían vitaminas”, sugiere para situarse luego en el viaje de vuelta y el recibimiento en la capital leonesa con el autocar pasando entre Guzmán y Santo Domingo, la calle “llena de gente” y entrevista en Radio León, situada entonces todavía en la Casa Roldán. Su foto con la camiseta nacional llegó a exponerse en La Bañeza. Pese a estar previsto para más adelante un partido Bélgica-España, finalmente no se jugó. Ahí se cerró su trayectoria internacional.

Raúl Álvarez volvió entonces a una realidad de contrastes: la de disfrutar del fútbol, pero con medios tan rudimentarios que, cuando jugaban en Las Ventas en el campo de San Mamés, tenían que lavarse y quitarse el barro “en una presa que había al lado”. A los 17 años fichó por el Júpiter, que hacía de filial de la Cultural Leonesa. “Y el segundo año marqué 42 goles”, dice con una memoria a prueba de estadísticas y alineaciones. Tocaba entonces bregarse contra veteranos que rondaban los 30 años o vivir partidos de rivalidad provincial como aquellos contra la Ponferradina de Covarrubias y Javier Otero Vales en el antiguo campo de Santa Marta en la capital berciana. La tensión se mascaba dentro del campo (“no podías acercarte a las bandas porque la gente te arreaba con las cachas”) y también fuera (“teníamos que salir de allí escopeteados; el coche nos esperaba en la cuesta”).

El Hermano Tomás me quiso poner para jugar al balonmano. Pero yo era un poco burro. Y al segundo día que estábamos entrenando, me dijo: 'Raulín, tú vete mejor para el fútbol

Raúl Álvarez Exfutbolista de la Cultural Leonesa

El Júpiter jugaba ya en El Ejido con una de aquellas delanteras de cinco componentes que se recitaban de carrerilla: era “la de las erres” a fuerza de cambiar en la narración un apellido (Navajo —“nosotros le decíamos Ravajo”—, Rogelio, Raúl, Reyero y Revuelta). Compartían campo con la Cultural, por lo que evitaban coincidir los fines de semana, de modo que Raúl Álvarez no estaba en León aquel 11 de abril de 1955 en el que el equipo grande consumó el histórico ascenso a Primera División al vencer al Avilés. “Aquello no se había visto nunca. Hubo un movimiento tremendo”, cuenta sobre la repercusión de aquel hito deportivo en tiempos en los que Feve cambiaba los horarios de los trenes para facilitar el desembarco de aficionados desde los pueblos de la provincia.

El equipo (“de aquella se decía la Leonesa”) estrenó en octubre de aquel 1955 el campo de la Puentecilla contra el Athletic de Bilbao, el único encuentro de estas características que había visto Raúl Álvarez antes de debutar ya a principios de 1956 en una visita a Sevilla. Le tocó bailar con la más fea. “Me marcó el defensa Campanal, que era entonces el recordam nacional de los 100 metros lisos”, apunta. Y todavía recuerda lo que decían las crónicas al día siguiente: “Raúl no rehuyó el choque”. Él da su versión: “Apenas toqué media docena de balones”. Y es que había pasado de jugar en el Júpiter con libertad, moviéndose por todo el frente de medio campo hacia arriba (se compara con el barcelonista Pedri), a situarse como punta sin apenas recorrido en un conjunto que sudaba para generar ocasiones de gol: “Yo, en el fútbol, cuando disfruté fue en el Júpiter. Disfruté enormemente jugando porque jugaba como yo quería. En la Cultural lo que hice en Primera División fue sufrir, porque no podía hacer lo que yo quería”.

Pero el segundo partido quedará para la historia. El Real Madrid, que ese año ganaría su primera Copa de Europa, visitó la Puentecilla. Raúl conserva una foto peleando el balón con Marquitos y la mirada de fondo de Miguel Muñoz. Fue Lesmes II el que le hizo un penalti no pitado (“el árbitro miró para la Catedral”; y entonces no había VAR) tras haber mandado ya un balón al larguero. El Madrid se acabó imponiendo 0-4. Di Stéfano ya hacía de las suyas. “Él fue un pionero. No tiene nada que ver con Messi o con Ronaldo, que ya juegan como si tuvieran la inteligencia artificial en la cabeza”, compara. Luego tocó visitar Mestalla en Valencia, donde se estrenó como goleador con un tanto y se sorprendió con el césped. “Aquello era como una mesa de billar. Yo les dije a mis compañeros: 'Aquí no sabemos jugar'”. Al Celta le hizo luego tres goles (“entonces no se decía lo de hat-trick”), visitó otro estadio de relumbrón como San Mamés en Bilbao (muy diferente de aquel de niño en Las Ventas) y se lesionó jugando contra el Español. Fueron en total seis partidos y cuatro goles. La media es la propia de un crack.

El mítico César Rodríguez, el leonés con raigambre en Noceda del Bierzo que encabezaba las estadísticas de goleadores del Fútbol Club Barcelona en partidos oficiales hasta que llegó un tal Leo Messi, había regresado ese año en León. No jugaba mucho en la Cultural. Y acabó llevándose a Álvarez a la ciudad condal para probar con aquel Barça de Kubala y Luis Suárez. Allí alucinó con los medios materiales, ya en el vestuario con “un armario de cuatro cuerpos” con “media docena de trajes” por cada jugador (“pensaste que eso era el paraíso”, le dice su hija Silvia a Raúl, que viene a la entrevista hecho un dandy). Y al salir al campo, en Les Corts, “habría como cien balones” cuando en León “había seis o siete” para toda la temporada. Cuando empezaban a rodar, el entrenamiento se disponía con rondos. “Y yo eso no lo había visto nunca”, admite para recordar el cabreo del argentino Ramón Alberto Villaverde por un quiebro o el del portero Ramallets cada vez que le hacía un gol. Kubala podía dar la vuelta al campo sin que se le cayera la pelota. “Y yo me dije: 'Para jugar aquí tengo que envenenar a alguno'”.

Di Stéfano fue un pionero. No tiene nada que ver con Messi o con Ronaldo, que ya juegan como si tuvieran la inteligencia artificial en la cabeza

Raúl Álvarez Exfutbolista de la Cultural Leonesa

La prueba concluyó pasando por el despacho del mítico (aquí todos los citados son mitos) secretario técnico azulgrana José Samitier, uno de los componentes de la plata española de los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Samitier puso las cartas sobre la mesa: para hacer profesional a Raúl el club tenía que pagar 250.000 pesetas a la Federación Española más el traspaso a la Cultural. Y el leonés, que cogió las maletas de vuelta a casa, se arrepiente ahora de no haberse ofrecido a quedarse entrenando por un sueldo a la espera de otra oportunidad. La Cultural había descendido a Segunda División. Álvarez regresó para hacer una buena temporada, pero ese año sólo subía el primero. Pasó por el Cádiz (con visita al Santiago Bernabéu para jugar contra el Plus Ultra, el filial madridista) hasta declararlo en rebeldía cuando le tocó hacer la mili (“me querían dejar hacerla allí de marinero y dije que no”) y se volvió para cumplir con la patria en el Ferral del Bernesga mientras jugaba en el Caudal de Mieres por mediación de Emilio Lombas. Todavía probó por el Deportivo de La Coruña, acompañado en los entrenamientos por Amancio en un extremo y Veloso en el otro. Volvió a la Cultural, le rompieron la tibia y el peroné en un partido de Copa del Generalísimo contra el Granada en Los Cármenes y colgó las botas apenas pasados los 25 años.

“A mí se me había pasado el tren del fútbol”, determina sin olvidar que tiempo después se enteró de que hasta Valencia, Atlético de Madrid y Celta habían pretendido su traspaso: “El coche de don Antonio Amilivia estuvo varias veces preparado para hacer el viaje, pero en la junta directiva dijeron que Raúl no se vendía”. Y ya en la recta final el propio César Rodríguez le ofreció 800.000 pesetas y volver a jugar en Primera División en el Mallorca, pero entonces fue él quien dijo que no. Álvarez, que reconoce que no era especialmente aficionado al fútbol, recuerda precariedades como la de usar un autocar sin calefacción. “Y en el pasillo ponían latas de sardinas grandes vacías con alcohol, y las encendían para calentarnos”, cuenta para recordar también aquellos campos llenos de barro sin equipaciones de repuesto y los tacos afilados de la defensa rival: “Eran batallas campales. Todos se santiguaban como si fuesen a la guerra”.

Una carrera de emprendedor

Al Mallorca le dijo que no también porque había empezado a labrarse una carrera profesional como emprendedor. Todavía jugaba en Mieres cuando un día en el tren oyó que había escasez de paja. La historia parece de los pioneros del oeste. Pero, en este caso, él viajó al sur para encontrar 200.000 kilos en el entorno de las lagunas de Villafáfila (Zamora) para comercializarla. Otras veces tocó ir más lejos: pasar los Pirineos, comprar automóviles Mercedes en Alemania y traerlos a España. Fue representante de baterías de coches, compró parcelas para urbanizar Las Lomas, tuvo graveras y lavadero de carbón, hizo del bar Madrid una marisquería y se estableció en el sector sanitario hasta lograr que la Clínica Santa Ana de León fuera la quinta de España en contar con resonancia magnética. Como el negocio económico no era lo fundamental y había gente con necesidades, cada mes varios pacientes no pasaban por caja.

Hasta los 83 años se mantuvo activo Raúl Álvarez, que ahora que tiene 88 es el último superviviente de aquella Cultural Leonesa que jugó en Primera División la temporada 1955-1956. El fútbol de hoy no convence a quien lo dejó en la veintena convencido de que haber estirado su carrera hasta la treintena le habría hecho perder salud sin ganar dinero. “El fútbol de ahora me aburre porque todo es igual. Todos juegan para atrás. Hay muy pocos jugadores que se la jueguen y encaren al contrario”, dice haciendo memoria de otros tiempos. “Y con los campos que hay hoy”, remata como lo hacía entonces en el área, “muchos jugadores de León habrían sido internacionales”. 

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