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The Guardian en español

OPINIÓN

El Día de la Marmota de Reino Unido: tienes la decadencia que te mereces

Varios manifestantes protestan contra los recortes en pensiones y prestaciones sociales.
26 de marzo de 2025 22:35 h

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Es hora de resucitar el eslogan del Gobierno de Margaret Thatcher: “No hay alternativa”. Con una vuelta de tuerca, eso sí. En aquel entonces, el “no hay alternativa” se puso al servicio de un modelo económico que trajo poco crecimiento y desigualmente distribuido, la estafa de una privatización caótica de los servicios públicos, la crisis de la vivienda y la inseguridad social. Se ha hecho trágicamente evidente que ha llegado la hora de descartar este experimento fallido. No hay alternativa.

Sin embargo, la responsable de Economía de Reino Unido, la supuestamente laborista Rachel Reeves, va a meter el bisturí esta semana a los presupuestos de unos ministerios devastados por 15 años de austeridad. El Gobierno británico ha retirado el 'pago de combustible de invierno' –ayuda para los gastos de calefacción– a una mayoría de pensionistas y ha anunciado recortes de 5.000 millones de libras [unos 5.975 millones de euros] en las prestaciones por discapacidad, quitándole ayudas a ciudadanos incapaces de vestirse por sí solos o que necesitan un ayudante para ir al baño.

Según la Fundación Joseph Rowntree, cuando lleguen las próximas elecciones, todos los hogares habrán sufrido un empeoramiento en su nivel de vida, pero los más pobres habrán sufrido un duro golpe. Todo ello bajo un gobierno laborista, un partido creado para representar los intereses de la gente corriente.

Se podría perdonar a los ciudadanos británicos por sentirse presos en el Día de la Marmota. Se despiertan y sus líderes les dicen que, sintiéndolo mucho, van a tener que hacer más recortes desafortunados. Claro que esta vez, el dolor se verá recompensado por la prosperidad futura. Mil sueños después, otros mil sueños después, y la nación se vuelve a despertar con el mismo discurso. Lo peor es que, si se mantiene la trayectoria, van a oír ese discurso lo que les queda de vida, tengan hoy la edad que tengan.

Los que huyan del encorsetado aburrimiento de la monotonía no tienen nada que temer: las cosas no seguirán igual. Al fin y al cabo, cada recorte provoca más dolor que el anterior, cercenando una esfera pública y un gasto social que la anterior ronda de recortes ya había mermado.

Hay muchas razones por las que los políticos van a seguir hablando de una caja cada vez más pequeña. El envejecimiento de la población representa un coste cada vez mayor y en los próximos 40 años el número de británicos con 80 o más años se va a duplicar con creces. El vertiginoso aumento del gasto en defensa va a absorber gran parte del gasto público, con beneficios escasos para la economía en general. En el próximo cuarto de siglo, los costes derivados de la emergencia climática se van a multiplicar por tres. Por último, tener altos niveles de inmigración significa miles de millones de libras en ingresos fiscales extra para el erario público. Satisfacer la demanda de cerrar la frontera tiene un coste.

La crisis financiera de 2008 fue el momento en que el progreso social se detuvo en este país. Por supuesto, el avance científico y tecnológico seguía en marcha: los teléfonos inteligentes tenían más prestaciones, la banda ancha era mejor y la Inteligencia Artificial avanzaba a pasos agigantados. Pero los conservadores se fueron del gobierno dejando unos salarios reales todavía por debajo del nivel que tenían cuando se derrumbó Lehman Brothers. Según una estimación de la confederación sindical Trades Union Congress, si los salarios reales hubieran mantenido el crecimiento que registraban antes de 2008, el trabajador medio británico estaría cobrando hoy 10.400 libras más cada año [unos 12.430 euros].

Según los cálculos del Instituto de Estudios Fiscales, cuando terminó el último gobierno conservador, el poder adquisitivo de los presupuestos escolares se había reducido en un 4% con relación al que tenían cuando llegó al poder. El Servicio Nacional de Salud se define por la crisis permanente y los expertos técnicos están dando la voz de alarma por la inseguridad que generan unas infraestructuras deterioradas. La esperanza de vida no ha recuperado los niveles de antes de la pandemia (antes de la pandemia ya estaba en retroceso para las mujeres inglesas más pobres y ralentizando sus mejoras para la población general). Carreteras llenas de baches, calles cada vez más vacías y desoladas... La sensación de decadencia se ha convertido en una realidad.

Abandonar el declive

No hay alternativa: hay que abandonar este declive, precisamente por lo intolerable que es. En la sociedad occidental hay una expectativa arraigada y es que la vida va a ser cada vez mejor, sobre todo para la próxima generación, un optimismo que ha muerto con resultados cada vez más catastróficos. El autoritarismo de derechas pone cada vez más en cuestión la supervivencia de la democracia. EEUU entrando en una espiral de autoritarismo descarnado habría parecido una fantasía hace no tanto, pero ¿quién puede descartar ahora que algo así ocurra en los países europeos, incluido Reino Unido?

El modelo económico que prioriza el patrimonio sobre la inversión ha fracasado. Nuestro tejido social no puede seguir resistiendo el asalto implacable a lo público. Para hacer frente a la actual emergencia, algunos diputados laboristas han propuesto un impuesto al patrimonio. Se arriesgan a despertar la ira del liderazgo laborista, tan poco tolerante con la disidencia como falto de visión.

Su propuesta no es un truco ni un eslogan vacío. En 2020, un equipo de contables, economistas y abogados creó la Comisión del Impuesto sobre el Patrimonio. Estaban trabajando en serio: uno de sus principales arquitectos se había especializado en ayudar a sus clientes a navegar por el sistema fiscal británico y se conocía al dedillo todas sus lagunas. Un impuesto único al patrimonio de las parejas millonarias recaudaría 260.000 millones de libras en cinco años [unos 310.000 millones de euros], según su propuesta.

Para diseñarla se fijaron en los impuestos al patrimonio de otros países, y sobre todo en lo que no funcionaba. Trataron de hacer frente a escollos posibles, como el de las personas con una fortuna en activos pero sin efectivo para pagar los impuestos, una categoría a la que pertenecía uno de cada 14 hogares a los que se aplicaba, según sus conclusiones. Pero se les permitía pagar lo que debían en cinco años, y hasta en más tiempo cuando se aplicaba a pensiones privadas.

Es solo una sugerencia, y habrá que actualizarla, pero se basa en un trabajo serio y detallado de expertos que saben de lo que hablan. Los que consideran inviables propuestas así deberían pararse a pensar en nuestra situación ahora mismo. Un modelo económico que se basa en despojar de seguridad a la mayoría de la población de manera constante es sencillamente insostenible. Por no hablar de pobreza, la desilusión y desesperación que genera es profunda y un alimento para el populismo de derechas.

Si recortar el gasto público generara prosperidad, Reino Unido estaría ahora mismo floreciendo. En vez de eso hemos sido condenados al estancamiento y al declive. Resístanse todo lo que quieran a abandonar nuestro fracasado modelo económico, pero la fe en la democracia se terminará si los votantes llegan a la conclusión de que, voten a quien voten, les espera la misma decadencia social. Tenemos que cambiar de rumbo drásticamente. No hay alternativa.

Traducción de Francisco de Zárate.

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