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Feijóo ya aprende catalán

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados
19 de diciembre de 2024 22:12 h

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“De oído”. Sólo de oído. Alberto Núñez Feijóo aprende catalán. No ha detallado si en la “intimidad” como hizo Aznar, con profesor particular o se conecta cada tarde a un curso on line. Pero, anda en ello. Por lo que sea… Que nunca se sabe. Lo confesó, entre bromas, en la tradicional copa de Navidad que ofreció a los periodistas que siguen –o no– habitualmente la información del PP mientras el pleno del Congreso de los Diputados celebraba un debate sobre la DANA. ¿La qué? La DANA: Más de 200 muertos, un gobierno negligente, un president ausente… Y los populares, de copeo.

A lo que íbamos. El hombre que igualó a los de Puigdemont con los terroristas –con la inestimable ayuda del juez García Castellón–; el que flirteó con la idea de ilegalizar a las formaciones independentistas; el que acusaba a los neoconvergentes de querer romper España; el que llamó a “una movilización de máximos” para que los españoles se pronunciaran sobre la amnistía y sobre Catalunya ya no es ese hombre. Es otro. Es el que habla ahora de Miriam Nogueras como “una persona muy agradable”. Es el que defiende que, a diferencia del PNV, Junts es un “partido coherente”. Es el que considera que los indepes son “un interlocutor válido”. Y es el que ya no esconde que “tiene afinidad” con quienes antes propagaban la peste bubónica. Tic, tac...

Con ustedes, otro giro de guion. No es el primero ni será el último. Ya saben que Feijóo lo mismo defiende la “política para adultos” que se abona a la descalificación como Ayuso. Es el que un día sostiene que no ha llegado a Madrid para insultar, sino para ganar y, al siguiente, se pasa el día con el vituperio en la boca. Desde que llegó a la séptima planta de la calle Génova, su gestión al frente del PP ha sido un rosario de vaivenes. Sobre Catalunya, sobre Vox, sobre el procés, sobre Puigdemont, sobre los indultos, sobre lo que sea. Entre halcones y barones, el gallego no termina de encontrar su lugar en el mundo. No parece una cuestión de ubicación, sino más bien de oportunismo. O de cinismo, que es lo que la RAE define como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. También como descaro, desfachatez o impudor.

Ya se pudo comprobar la inverecundia cuando en febrero pasado reconoció ante 16 periodistas -¡¡¡dieciséis!!!- que estaba dispuesto a estudiar como alternativa a la amnistía la posibilidad de un indulto condicionado a Puigdemont como parte de un plan de reconciliación para Catalunya. La propuesta le duró lo que tardó la inquilina de Sol en mostrarle la tarjeta amarilla y la prensa, en recordarle su propia hemeroteca.

Más bandazos: sobre la mesa de diálogo con los independentistas, sobre la disolución de partidos que promuevan declaraciones de independencia o un referéndum ilegal, sobre el encaje de Catalunya en España, sobre los “actos terroristas” y la “violencia ejercida” por los líderes del procés. La hemeroteca es implacable. Y no sólo con la izquierda.

Feijóo ha empezado un cortejo con Puigdemont, a quien hace menos de un año llamaba “golpista”, que irá a más. Ya avanza que está dispuesto a apoyar en el Parlamento la proposición no de ley presentada por Junts para exigir al presidente del Gobierno que se someta a una cuestión de confianza y que, aunque descarta presentar una moción de censura porque carece de los votos necesarios, está preparado por si en 2025 hubiera elecciones generales. El próximo será un año, augura, “de muchas noticias políticas”, en alusión a la agenda judicial que afecta al Gobierno de Sánchez, un “paciente en la UCI que empeora de forma ostensible sin previsión de alta”.

La senda por la que transita es lenta, pero inexorable, por más que sus socios de Vox le recuerden que Junts es un partido “golpista que odia a España”, que tiene en sus filas a “condenados por sedición” y que lidera “un prófugo de la Justicia”. Antes o después, se entenderá con Puigdemont. 

Y cuando llegue el día, pelillos al mar. España ya no se romperá y la toxicidad que hoy desprende la conversación pública se evaporará por arte de birlibirloque. Los jueces volverán a impartir justicia sin acompasar sus tiempos y sus autos a intereses partidistas y la prensa conservadora aplaudirá con entusiasmo la hazaña porque todo será un grandioso ejercicio de patriotismo.

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