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Hay que comprender a los “sanchófobos”

Pedro Sánchez y José María Aznar
8 de febrero de 2025 22:33 h

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Puedo comprender el odio visceral de la derecha hacia Pedro Sánchez. No porque lo comparta (aunque el personaje no me entusiasme), sino porque a mí, como a muchos otros, también me revuelven las tripas ciertos dirigentes políticos. Para ser más concretos, José María Aznar. Creo que la fobia irracional hacia ese hombre, que dejó la presidencia del Gobierno hace más de 20 años, me acompañará toda la vida. Si yo no puedo oír a Aznar sin que se me ericen los nervios, entiendo a quienes lanzan espumarajos cada vez que habla Sánchez. Tanto Aznar como Sánchez poseen la cualidad de encrespar a media España.

El caso es que si, como parece más que probable, Pedro Sánchez resiste hasta junio, habrá gobernado más tiempo que Aznar. Quien, hay que reconocerlo, dijo que se iría tras dos mandatos y lo hizo. Sánchez llegará a ser el segundo presidente más duradero de la democracia española, sólo por detrás del inalcanzable Felipe González (13 temporadas en la Moncloa). Tantos años de Sánchez me llevan casi a empatizar con quienes lo sufren como un cólico nefrítico. Ni los bulos, ni los rosarios, ni las causas judiciales (algunas acaso sostenibles, otras un puro disparate) han servido hasta ahora para acabar con él. Para quienes padecen la fobia a Sánchez esto ha de ser terrible.

Sí, a mí también me indignaban hasta la exasperación las mentiras de Aznar. Como aquellas del accidente del Yak-42, cuando 62 militares españoles fueron embarcados sin seguro en una chatarra volante y el gobierno no se molestó siquiera en identificar correctamente los cadáveres. “Fue un error humano”, dijo Aznar, culpando al piloto. 14 años después, otro gobierno popular se vio obligado a reconocer “la responsabilidad de la Administración”.

Recordarán ustedes que Aznar empeñó su credibilidad personal telefoneando a los directores de diversos medios informativos para asegurarles que los atentados del 11-M eran obra de ETA. ¿Quién supera esa mentira tan sangrienta? Por no hablar de las armas de destrucción masiva en Irak, una trola descarada (desmentida una y otra vez por los inspectores de la ONU) que sirvió como excusa para lanzar una invasión y cometer una carnicería que aún tiene consecuencias hoy.

De alguna forma me solidarizo con quienes asisten enfurecidos a los esfuerzos de Sánchez por crear grupos industriales y mediáticos afines al Gobierno: deben de sentir lo que sentí cuando Aznar colocó al frente de Telefónica a su antiguo compañero de pupitre en la escuela, Juan Villalonga, y luego concluyó (sin debate parlamentario) la privatización de la gran empresa de comunicaciones. Aznar utilizó Telefónica para acosar a Prisa, el grupo en el que entonces trabajaba yo.

Es más, intuyo que los partidarios de Aznar se cabrearon tanto con sus fintas y quiebros como se cabrearon numerosos votantes socialistas cuando, por poner un ejemplo, Sánchez anunció la amnistía del “procés” tras prometer que eso no ocurriría nunca. Aznar les hizo pasar del “Pujol, enano, habla en castellano” a aquella maravilla del “hablo catalán en la intimidad”, y les hizo soportar que se refiriera a ETA como “Movimiento de Liberación Nacional”.

Dejemos de lado los asuntos de familia. La esposa de Sánchez es investigada por su cátedra y el hermano de Sánchez ha dimitido como “jefe de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación de Badajoz”. La esposa de Aznar acabó siendo alcaldesa de Madrid sin ganar unas elecciones, y concedió miles de pisos a un fondo buitre en el que poco después empezó a trabajar uno de sus hijos. Cosas que pasan.

Aprovecho la ocasión para advertir a los “sanchófobos” de que sus males se suavizarán cuando Pedro Sánchez abandone el gobierno, pero nunca se curarán del todo. Aznar se fue hace dos décadas y ya ven, de vez en cuando aún me sube el ardor de estómago.

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