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Aida dos Santos, escritora: “Hay mujeres que ni sueñan con romper el techo de cristal, se dedican a barrer los pedazos”

Aida Dos Santos, politóloga y escritora

Aldo Conway

5 de marzo de 2025 22:03 h

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La autora no acude a la entrevista. Después de dos llamadas, contesta que está en comisaría porque le han robado el primer ejemplar de Hijas del hormigón. Aida dos Santos (Algarve, 1992) ha generado tanta expectación en torno a su primer ensayo que este episodio resulta casi plausible. “Me han hecho ya cinco o seis entrevistas y esta es la primera con el libro ya escrito”, comenta al otro lado del teléfono. Hijas del hormigón, editado por Debate (2025), es el resultado de varios años de trabajo y de entrevistas a 175 mujeres de todas las periferias de España entre más de mil interesadas.

Aida ha conversado con quienes cruzan a diario las avenidas que separan los barrios del centro y con quienes nunca han salido del suyo. Con todas esas voces ha tejido un relato colectivo que no solo documenta las dificultades que han atravesado –precariedad, violencia, desarraigo– sino que también testimonia las formas en que han resistido y transformado su entorno. “Ahí donde leas y asientas en silencio, eso a mí también me pasa, estará la prueba”, reza el prólogo de este ensayo que sale a la venta este jueves 6 de marzo.

Antes de nada, fútbol. ¿Por qué es del Atleti?

No hay una cuestión romántica en que yo sea del Atleti, no he visto un partido de fútbol con mi padre en la vida. Cuando vivía con mis abuelos sí, de todos los equipos donde jugase un portugués, hasta del Madrid de Figo. Jugaba al fútbol en el colegio de Moratalaz, pero cuando nos fuimos a vivir a Alicante allí me encontré que era solo cosa de niños. Me hice del Atleti cuando acabé la carrera, cuando me tuve que poner a buscar trabajo y lo primero y mejor pagado que me salió fue ser camarera en una peña del Vicente Calderón. Que el Atleti pasara de fase de grupos en la Champions suponía una noche más de curro. En aquel momento el Cholo era mi profeta: partido a partido, nunca dejes de creer… Me saqué el abono más barato en 2016, ya siendo teleoperadora, para despedirme del estadio.

¿De dónde surgió la idea de hacer este libro?

De sentir que las particularidades de las mujeres de clase trabajadora no se veían reflejadas ni en la literatura obrerista de autores que hablasen de cuestiones de clase, ni en la literatura feminista que abordase experiencias de mujeres rompiendo techos de cristal enfrentándose a los hombres en espacios de poder.

¿Qué distingue a Hijas de otras obras de literatura obrerista y feminista?

De la obrerista, en que habla de la clase obrera en femenino; no podemos obviar que las mujeres en el mercado de trabajo están en una posición subalterna, ocupando peores puestos y cobrando menos que los hombres trabajadores. Y de la feminista en que abordo las dificultades de las empleadas, no las aspiraciones de clase de sus jefas. Millones de mujeres no pueden ni siquiera soñar con romper el techo de cristal; se dedican a barrer los pedazos, se están dejando la salud en cuidar para que otras puedan conciliar.

Las pijas están acostumbradas al discurso feminista del empoderamiento, y yo abogo por un feminismo que recrimina a las mujeres que ocupan posiciones de poder que lo hayan hecho sobre la precariedad de sus subordinadas y la explotación de las empleadas del hogar

¿Cree que alguien se ofenderá cuando lo lea?

El libro no es para nada generoso con la patronal empresarial que tenemos en nuestro país. Tampoco con las cúpulas sindicales ni políticas. No es un libro que espere ser bienvenido ni por jefas ni por compañeros de trabajo. Quizá a quienes más le pueda molestar es a las pijas, que están acostumbradas al discurso feminista del empoderamiento, y yo abogo por la emancipación, desde un feminismo que recrimina a las mujeres que ocupan posiciones de poder que lo hayan hecho sobre la precariedad de sus subordinadas en la empresa y de la explotación de las empleadas del hogar.

Pero no todas sus entrevistadas son mujeres de clase baja, también las hay que ganan pasta. ¿Dónde empieza y dónde acaba el privilegio de clase?

Las mujeres en posiciones de poder no son unas privilegiadas per sé. Soy consciente de que las ricas también lloran, de que incluso Ana Patricia Botín ha podido sufrir comportamientos sexistas y de que Botín será subalterna de cualquier fondo de inversión que tenga más poder que el Banco Santander. La cuestión es si quieres alcanzar las posiciones de poder para ejercerlo de la misma manera que lo han estado haciendo históricamente los hombres y las mujeres burguesas, regodeándote en la meritocracia; o de si quieres que haya realmente una transformación en la distribución de la riqueza, que haya cambios en cómo se toman las decisiones empresariales, en el sistema educativo, en la consulta médica, en la representatividad de las mujeres en el cine y en las series. ¿Te haces arquitecta para proponer un diseño diferente de la ciudad o solo para ganar dinero proponiendo lo que ya hacía Calatrava? De eso va el libro.

Es decir, que una mujer privilegiada solo es subalterna en menos ocasiones que una mujer trabajadora.

El capital económico, cultural y social de las privilegiadas las mantiene a salvo de ciertos indicadores de vulnerabilidad. No es lo mismo salir del parking de tu casa conduciendo tu propio coche para llegar a una oficina en la que tú das las órdenes, que salir cuando aún es de noche y exponerte a que te acosen en un transporte público masificado sabiendo que si te enfrentas al tío y llamas a la policía, vas a llegar tarde al trabajo. Pero eso no quiere decir que la mujer rica esté a salvo de la violencia sexual, porque no hay nada que nos demuestre que los hombres de clase trabajadora sean más agresivos ni machistas que los hombres ricos.

Las ciudades segregan por clases a sus habitantes, ¿lo hacen también por género? Como dice Jorge Dioni, ya quizá no son el segundo sexo, pero sí el segundo coche.

La segregación de clase es bastante clara. Se ve en los mapas de la renta media. Gracias a los últimos avances en digitalización y datos abiertos, podemos comprobar calle a calle cómo las fronteras naturales de las ciudades se han convertido en fronteras de clase. Y hay una decisión política detrás de que haya una orilla rica y una orilla pobre. En prácticamente todas nuestras capitales se ha utilizado las vías de tren, las autovías, los soterramientos, o la no proyección de un puente para aislar a la clase trabajadora.

Los ricos de verdad están totalmente fuera del esquema urbano porque viven en urbanizaciones cerradas a las afueras o en pisos de lujo con medidas de seguridad. Las ciudades proyectadas para la productividad han diseñado que los trayectos que realizan los hombres de casa al trabajo en coche sean más cómodos que los que realizan las mujeres de casa al colegio, al mercado o al trabajo mismo. Solo hay que ver las que se montan en la puerta de los colegios por culpa del cochismo. Si no hay una red de transporte público que conecte tu barrio con el polígono industrial, donde sí hay plazas de parking, al empleo industrial, con mejores sueldos que los servicios feminizados, accederán los que tienen carné y coche, los hombres.

¿Cuántas mujeres forman parte de la población inactiva o del desempleo feminizado por no tener cómo desplazarse al trabajo?

Cuando hacemos investigación cuantitativa en cuestiones de género, lo que nos encontramos es que no todo se ha preguntado y que tampoco hay forma de contabilizarlo. Podemos saber cuántas mujeres no tienen empleo. También podemos saber su grado de empleabilidad, porque disponer de carné de conducir y de vehículo propio lo mejora en las estadísticas del propio Servicio Público de Empleo. Pero jamás podremos saber cuántas mujeres han entrado en una aplicación de búsqueda de empleo y al ver dónde está el centro de trabajo han decidido no aplicar porque saben que no van a poder desplazarse hasta allí.

A nosotras se nos enseña a limpiar desde muy pequeñas, a veces como castigo por no sacar buenas notas, a los chicos se les quita la play pero las tareas domésticas no entran dentro sus obligaciones diarias

Hay cuestiones que son puramente objetivas y tienen una base material que la estadística jamás podrá reconocer. Podemos preguntarlo en un cuestionario y tener una idea, pero será una proyección sobre una muestra, jamás tendremos el dato exacto de cuántas lo han hecho, porque en el momento en el que una mujer entra a una página de búsqueda de empleo no sabemos por qué decide salir sin enviar el currículum. Y tampoco sabremos nunca cuántas chicas han podido perder la oportunidad laboral de su vida, porque aquel día hubo un retraso en el autobús, un retraso en el metro o un retraso en la Renfe que le hizo no llegar a tiempo a la entrevista.

En Hijas dice: “Ser ama de casa es antinatural, preparar a alguien para ese rol requiere de al menos 20 años de socialización y entrenamiento dirigido por madres no remuneradas. El orden social quiebra cuando una de ellas pone pie en pared”.

Esa instrucción a veces se hace con violencia, hay entrevistadas que han recibido palizas por no hacerle la cama a sus hermanos. A nosotras se nos enseña a limpiar desde muy pequeñas, a veces como castigo por no sacar buenas notas; a los chicos se les quita la Play, pero las tareas domésticas no entran dentro sus obligaciones diarias. Así está pasando, como cuentan las entrevistadas, que la convivencia en pareja es muy difícil porque los hombres llegan a la edad adulta sin saber poner la lavadora.

Por otro lado, está el no reconocer que ser ama de casa es un trabajo, no remunerado, pero un trabajo que también está sujeto a unos horarios y a una planificación. Una generación concreta de entrevistadas repetía que el padre trabaja en (...) y su madre no trabaja. Tan importante era que su madre le lavase el mono de trabajo y le hiciera la tartera como que su padre se lo pusiera, si ese señor que se levanta para ir a la fábrica no fuese con el uniforme limpio, no le respetarían igual sus jefes y sin comida sana hecha en casa se dejaría parte del sueldo en menús del día.

En el discurso de la España vacía se olvida que si venimos de un pueblo al que aún volvemos de vez en cuando es porque tenemos una abuela viuda. Son ellas las que siguen habitando la España en la que ya no quiere vivir nadie

Para que un hombre pueda ser 100% productivo en la empresa y no tenga que abandonar su puesto si su hijo se cae en el colegio, necesita que su mujer sea quien se persone en el centro. Que ellos fuesen productivos dependía de que ellas se encargasen de lo reproductivo.

También dice que las mujeres son las responsables de que aún quede un pueblo al que ir. ¿De qué manera son ellas las que construyen comunidad?

Son mujeres las que coinciden en la puerta de los colegios, las que suelen ir a las reuniones del cole, a poner las vacunas, las que se cruzan en el parque y van a los cumpleaños. Ese espacio público que supuestamente es de todos, durante unas horas al día y para unas actividades en concreto está feminizado. Ese epígrafe es un homenajea a mi abuela adoptiva.

En el discurso de la España vacía se olvida que si venimos de un pueblo al que aún volvemos de vez en cuando es porque tenemos una abuela viuda. Son ellas las que siguen habitando la España en la que ya no quiere vivir nadie y encalan la fachada para que estén de cuento las calles, y cuidan los rosales para que España sea menos fea. Son ellas las que se pueden permitir seguir habitando una España en la que no hay trabajo. Porque su trabajo fue criar a sus hijos y ellos se fueron a trabajar a la ciudad. Ellas siguen cuidando de una tierra que nunca estuvo a su nombre.

La cancelación ha existido siempre. Pero si quien señala es una mujer, estamos jugando con el pan de una familia. La patronal es la única que puede realmente cancelarnos y la que ha decidido históricamente no darle de comer a los rojos

¿Cómo podemos lidiar con los abusos machistas que también ocurren en organizaciones sociales, partidos políticos de izquierdas, sindicatos, etcétera?

Es fundamental que haya una ley de paridad en las empresas y en la política. Lo peor que nos puede pasar es que en la derecha tengamos una Ayuso o una Olona. Pero es que sin ella, en la izquierda las militantes estamos expuestas al abuso de poder de señores que son unos traidores de clase. La razón de un partido de izquierdas es abolir los abusos de poder, pero ahí también hay hombres que los reproducen.

Ya bastante conciliamos trabajo, casa y militancia como para conciliar con gilipollas en las asambleas. Es una tontería decir que a tal o cual se le protegió por ser un “gran valor político”. La izquierda no ha tenido una mayoría absoluta desde el 86, ¿valor político de qué? Lo proteges porque es tu colega, no me vengas con excusas.

Según la derecha, la cultura de la cancelación se les ha vuelto en contra.

La cancelación, entendida como condenar al ostracismo a alguien que vivía de su imagen, ha existido siempre. Lo que pasa es que parece que si quien señala es una mujer, entonces estamos jugando con el pan de una familia. La patronal es la única que puede realmente cancelarnos y la que ha decidido históricamente no darle de comer a los rojos. Luego está esta cuestión de creer que señalar a un hombre que ha practicado no solo el abuso de poder, sino que ha abusado sexualmente de sus compañeras, de sus fans, de sus subordinadas, es un linchamiento, una cancelación.

¿Piensa irse de X con la coyuntura actual?

Sin Twitter no hubiese estallado el #metoo; sin Instagram, no hubiese conseguido ganarme la confianza de las entrevistadas. ¿Que si voy a abandonar un espacio porque esté plagado de nazis? Te he dicho que soy del Atleti.

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