“Lo único que conocemos”: el día a día de quienes contrabandean en Aguas Blancas, la frontera que Bullrich quiere alambrar
El sol apenas empieza a asomar en el horizonte de Aguas Blancas, una localidad fronteriza de la provincia de Salta, cuando Rafael ya está de pie. Su jornada, como la de miles de bagayeros que habitan esta zona, comienza antes del alba. La economía de Aguas Blancas, que depende casi por completo de las actividades informales, se mueve al ritmo del contrabando. Textiles, alimentos, bazar y productos de todo tipo cruzan la frontera entre Bolivia y Argentina a través del Río Bermejo, en gomones improvisados, saltando puestos de control de Gendarmería, eludiendo las leyes nacionales.
Desde hace décadas, miles de vecinos de Aguas Blancas han sobrevivido gracias al trabajo que se conoce como “bagayeo”. Este comercio, que opera al margen de la legalidad, tiene como pilar el tráfico de mercaderías entre ambos países. Los bagayeros, como Roque, compran productos a precios muy bajos en Bermejo, Bolivia, y los transportan al lado argentino. La mercancía se traslada en gomones hechos a mano con cámaras de camiones y tractores, con el trabajo de remeros que cruzan el río, cobrando $1.000 o más por persona: el precio varía dependiendo la carga y con el río crecido puede llegar hasta $10.000 el viaje.
“Desde que empecé a trabajar, la vida ha sido dura, pero es lo único que conozco. He visto todo: mercancías, accidentes, pasadores que le secuestraron mercadería, incluso amigos que se los llevó el agua, pero yo nunca pasé droga. Es un trabajo riesgoso, pero me da para comer”, cuenta Rafa mientras carga su bulto, que llega a pesar hasta 80 kilos. Es un trabajo sacrificado, pero esencial para la subsistencia de muchas familias en la zona.
La infraestructura precaria y el riesgo constante
El transporte de mercaderías no es el único desafío. Los bagayeros se enfrentan a la constante inseguridad. Los pasos ilegales, que cruzan fincas privadas y zonas desprotegidas, son recorridos sin mayor control. La falta de infraestructura en los pasos legales hace que las autoridades no puedan controlar el flujo de mercaderías, lo que lleva a los bagayeros a tomar caminos alternativos.
“Algunos cruzan a pie, otros se suben a gomones, y el río Bermejo es lo de menos. Pasan lo que sea para cruzar, sin importar si es ropa, gomas o hasta heladeras”, dice Rafa. Las autoridades de Gendarmería son conscientes de la situación, pero la falta de recursos y la imposibilidad de controlar todos los puntos de cruce hacen que la actividad continúe, aun cuando se sabe que la mercadería transportada es ilegal.
Malvina Figueroa, una pasadora que construyó su vida en la frontera
Desde muy joven, Malvina Figueroa, que hoy tiene 69 años, sabía que la vida no le iba a regalar nada. Criada en una familia humilde en Aguas Blancas, no tenía muchas opciones para ganarse la vida. Con tan solo 15 años, se vio atrapada en la misma red que conectaba a su comunidad con el otro lado del Río Bermejo, en Bolivia. Una red que no pedía permisos, que no preguntaba por los sueños ni por las aspiraciones, pero que ofrecía algo más tangible: sustento para su familia.
“A esa edad no pensaba mucho en el futuro. Mi prioridad era sobrevivir y ayudar a la familia”, cuenta Malvina con la voz cargada de una nostalgia tranquila. Sus ojos reflejan la dureza de una vida marcada por la frontera, por el río, por el riesgo. A los 15 años comenzó a trabajar como pasadora, transportando mercaderías de un lado al otro de la frontera, entre Bolivia y Argentina.
En esa época, las condiciones eran muy distintas. La economía bagayera, el contrabando a pequeña escala, era una actividad que muchos realizaban, y con el tiempo, Malvina fue aprendiendo las mañas del oficio. El cruce del Río Bermejo era su rutina diaria: cargaba los bultos, los cruzaba en gomones improvisados y los llevaba hasta los mercados de Aguas Blancas. Su trabajo, aunque ilegal, era el único que le permitía ganar lo suficiente para criar sola a sus hijos.
“Al principio, no era tan peligroso. Era un trabajo duro, claro, pero uno lo hacía porque no había de otra. Había días que me traía 100, 200 pesos, dependiendo de cuánta carga podía pasar”, recuerda. Para Malvina, ese dinero significaba la diferencia entre tener comida en la mesa o no.
El contrabando se convirtió en su vida, un ciclo que nunca parecía romperse. “Me sentía segura porque estaba entre mi gente, en la frontera. Todos nos ayudábamos, sabíamos cómo esquivar a la Gendarmería, cómo cruzar rápido, y, lo más importante, sabíamos cómo hacer el trabajo bien”, explica, mientras mira al horizonte, como si viera aquellos primeros días, cuando la vida en la frontera parecía más sencilla.
Pero, como todo en la vida, las cosas fueron cambiando. Mientras Malvina seguía su rutina de pasadora, criando a sus hijos y llevándolos a la escuela, la vida también avanzaba, y con ella, las dificultades. El contrabando se fue tornando más riesgoso. Los controles de Gendarmería aumentaron y la inseguridad en los cruces del río se hizo más patente.
“El trabajo se tornó muy peligroso. Había más gente, más competencia, más violencia, más accidentes. Yo veía cómo a veces los gomones se volcaban, cómo la gente se caía al agua, cómo la gente perdía la mercancía. No era fácil ver todo eso. Sabía que era ilegal, me daba miedo por mis hijos”, confiesa Malvina, con los ojos bajos.
El riesgo no solo estaba en el río, sino en las rutas clandestinas que los bagayeros recorrían para evitar los controles. Las historias de accidentes, de maltratos, de personas heridas eran cada vez más comunes.
Con el tiempo, Malvina sintió que la carga de ser madre y trabajadora de la frontera se volvía cada vez más pesada. “Mis hijos comenzaron a trabajar conmigo, pero no lo hacían por gusto. Sabían que no había muchas opciones. Yo no quería que ellos siguieran con eso, pero a veces no había otra forma de ganar el pan”, explica.
Roque, pasador
Roque es pasador de productos de Argentina hacia Bermejo, principalmente hacia Tarija, Bolivia. “Mi trabajo consiste en comprar productos de marcas argentinas, como alimentos, bebidas, productos de higiene y electrodomésticos, que son muy demandados en Tarija. Ellos prefieren la calidad de estos productos, por eso me encargo de enviarlos a través de encomienda desde Bermejo a Bolivia”.
Este trabajo le permite generar un ingreso extra para su familia, ya que en la zona de Orán los salarios son bajos y las oportunidades laborales formales son limitadas. “Con 47 años, no es fácil encontrar un trabajo estable, así que esta alternativa me ayuda a cubrir gastos. No manejo grandes cantidades de productos, sino más bien artículos personales, lo que me permite ahorrar algo de dinero”.
Trabaja solo los sábados y gana en promedio $20.000, lo que es un apoyo significativo. Los controles han aumentado con el Plan Güemes, pero con algunos desvíos y un poco de astucia, puedo seguir trabajando. Si se corta el paso de manera tajante, eso sí afectaría a muchas familias, ya que más de 2.000 personas viven de esta actividad en la frontera.
El alambrado olímpico y su impacto en la economía local
A finales de 2024 la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, presentó el Plan Güemes, con el objetivo de combatir el narcotráfico en las fronteras argentinas. Una de las medidas incluidas en este plan es la construcción de un cerco de 200 metros, conocido como el “alambrado olímpico”, que iría desde la terminal hasta el puesto de Migraciones de Aguas Blancas.
Sin embargo, la reacción de la comunidad local fue inmediata. Comerciantes, bagayeros, carreros y otros habitantes de Aguas Blancas se opusieron rotundamente a esta medida, considerando que, lejos de combatir el narcotráfico, afectaría gravemente la economía de la zona. “El tráfico de drogas no pasa por acá. El narcotráfico cruza por otros pasos ilegales más alejados”, explica Lucía Vela, presidenta de la Cámara de Comercio de Aguas Blancas.
Lucía resalta que, además, el comercio legal ya ha sufrido una disminución del 20% en sus ventas debido a la implementación de restricciones aduaneras en Bolivia. “La aduana de Bolivia permite el ingreso de mercadería solo hasta las 13 horas, lo que hace imposible comerciar durante el horario comercial en Aguas Blancas”, explica preocupada. Esta medida solo ha exacerbado la ya difícil situación económica en la localidad.
La voz de los carreros y la falta de soluciones
El presidente de los carreros de Aguas Blancas, Javier Cruz, señala que el control de la aduana boliviana también afecta a los transportistas que, como él, llevan mercaderías en carritos hasta el puerto de Chalana. “El horario limitado de aduana afecta nuestra actividad. El alambrado no solucionará nada, solo agravará la situación”, dice Javier. La falta de políticas económicas claras, sumada a la escasez de recursos para modernizar los pasos legales y mejorar las condiciones laborales, ha generado que el contrabando crezca, mientras el comercio legal pierde dinamismo.
“El gobierno argentino y boliviano no brindan las condiciones necesarias para realizar nuestras actividades de manera legal. No tenemos infraestructura, ni recursos humanos para poder hacerlo por las vías legales”, explica Javier, mientras observa el tránsito de mercaderías a través de las rutas informales.
El concejal Fabián Gutiérrez, exintendente interino de Aguas Blancas, se muestra crítico respecto del alambrado y las medidas del Plan Güemes. “Entendemos que el objetivo es proteger la frontera, pero los pasos habilitados no están en condiciones de garantizar el tránsito comercial. La infraestructura es deficiente y no hay recursos para mejorarla. Esto afectará aún más a las familias que dependen de este trabajo”, afirma Gutiérrez.
El concejal también menciona que muchos bagayeros, como Rafael, realizan su actividad porque no hay otras opciones de empleo en la zona. “La falta de políticas sociales y económicas ha dejado a la gente en esta situación. Lo único que les queda es trabajar en la informalidad”, añade.
El contrabando como única fuente de ingreso
Las historias de los bagayeros son similares. Todos coinciden en que el contrabando es su única opción. “He visto muchos casos, algunos cruzan sin saber qué están transportando. La situación es difícil, pero no tengo otra opción”, afirma Rafael. La situación se complica aún más con la escasa presencia del Estado, la falta de control en las rutas y el escaso apoyo social.
El contrabando hormiga, que atraviesa el Río Bermejo, es conocido por las autoridades, pero poco se puede hacer frente a una realidad tan compleja. “Si empezamos a controlar en serio, habrá un estallido social”, advierten.
El futuro de Aguas Blancas depende de encontrar soluciones viables que protejan tanto la seguridad en la frontera como la economía local, sin dejar a sus habitantes sin opciones. Mientras tanto, Roque y otros bagayeros seguirán cruzando el río, entre riesgos y esperanzas, en un comercio que, aunque ilegal, les garantiza su sustento diario.
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