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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Cara a cara con la maldad

Juana Rivas, durante el juicio en 2018 por la sustracción de sus dos hijos.
6 de diciembre de 2024 05:30 h

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Si nos afecta, nos duele, nos hiere, nos subleva, pero si no somos nosotros quienes la sufrimos directamente, la maldad nos incomoda. Tendemos a no entender que alguien pueda ejercer actos de extrema crueldad sin sufrir algún tipo de enajenación mental. Tratamos de buscar alguna justificación a modo de locura transitoria o algún comportamiento en un tercero que explique cómo alguien puede ser así. Tanto nos incomoda no asimilar que la maldad es tan humana como la bondad que, a veces, nos es más sencillo poner en tela de juicio el testimonio de quien ha sido víctima de esa maldad. Paradójicamente, es más fácil escoger el camino largo y con curvas en el razonamiento -convencerse de que nos faltan piezas del puzzle, de que quizá quien acusa no cuenta toda la verdad...- que ir por la vía rápida, asumir que hay gente mala. 

Creo que es de sobras conocido el caso de Juana Rivas. Una mujer de Granada que denunció a su expareja por malos tratos. Ganó. Le acusó después de maltratar a sus hijos, pero para entonces una sentencia ya la obligaba a compartir la custodia con el progenitor. Se negó a entregárselos, hubo una campaña pública de recogida de firmas, recurrió a la Justicia, pero finalmente fue condenada por sustracción de menores y se le retiró la patria potestad de sus hijos. El juez que la condenó en Granada fue sancionado después por el CGPJ por difundir datos de uno de los menores en un comunicado; se llama Manuel Piñar. Sobre Juana Rivas se dijo de todo: se cuestionó su testimonio, su estabilidad emocional, sus intenciones... 

Desde hace un tiempo uno de sus hijos ha vuelto con su madre. Tiene 18 años. Esta semana, con motivo de la repetición del juicio que deberá dilucidar con quién debe estar su hermano menor, ha hecho público un testimonio desgarrador: “Conozco a mi padre y sé que no es capaz de controlar su impulsividad y su ira. Mi hermano está en gran peligro”. A su vez, la Fiscalía de Cagliari, en Italia, donde vive actualmente el hijo menor de Rivas con su padre, ha pedido que se procese a este por someter a aquel y a su hermano “habitualmente a violencia física, vejaciones, insultos y amenazas”.

Al escuchar el vídeo de Gabriel, uno se pregunta hasta qué punto esta sociedad y nuestro sistema de Justicia le han fallado a esa mujer y a esos niños. A la vista de los últimos acontecimientos, Rivas hizo lo que haría cualquier madre, pelear para poner a salvo a unos hijos en peligro. Cuando la razón es tan poderosa y el riesgo tan tangible, incluso haber hecho todo lo que estaba en tu mano no es suficiente para quedarse en paz. Es imposible entender el dolor que debe sentir, como imposible es devolverle una infancia feliz a unos niños que han sido obligados a estar con un padre cuya buena crianza parece bastante más que cuestionada. 

Ojalá el nuevo juicio por la custodia en Italia le permita a ella y a Gabriel reunirse con el pequeño de 10 años. Ojalá cuando escuchemos el testimonio de una víctima de violencia de género seamos capaces de entender, sin juicios de valor baratos, lo complicado de esos procesos en los que lo emocional complica tanto alejarse de tu verdugo. Ojalá la vergüenza cambie de bando y el nombre de Juana Rivas sea recordado como el de una heroína y el de Francesco Arcuri como el del rostro de esa maldad que, a veces, tanto nos cuesta reconocer.

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