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Resignificación(es)

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En la primavera del año 2008 tuvo lugar, en el municipio de Guía de Isora, la primera y única edición de una muestra de obras de artistas plásticos llamado Intervenciones en el espacio público. Bajo el lema común Entre memorias y expectativas, aquel encuentro propuso a diez artistas —internacionales e insulares— utilizar espacios públicos del municipio para elaborar propuestas creativas de carácter efímero.

La exposición procuraba establecer una reflexión, y sobre todo buscaba una expresión, ante las profundas transformaciones que se operaban en ese momento en el entorno social y cultural del suroeste insular. Seguimos en esto al muy recordado Fernando Estévez, cuando establecía las responsabilidades del ritmo estético, moral y hasta ideológico de los «expertos» en el desarrollo de los espacios turísticos. Frente a la construcción de infraestructuras permanentes para la movilidad, la industria turística y los consensos genéricos sobre el espacio público, artistas como Hassan Darsi, Nayari Castillo, Drago Díaz, Mariela Limerutti o Adrián Alemán propusieron, desde la ligereza de la intervención, expresiones sólidas acerca del vaciamiento de sentido que aquellas otras «intervenciones» permanentes significaban.

Otra concepción de «memoria» fue convocada también en aquellos días. Junto a la memoria digamos de carácter antropológico a la que apelaba el espacio creativo del encuentro —la lectura e interpretación original y novedosa de un mundo específico (el de ese territorio antes de la llegada de los turoperadores) se hallaba ya cercada entre los muros de la cultura popular normativa y el avance del universal turístico de la realidad representada—, se decidió traer al encuentro la reflexión, aún incipiente en aquel momento, acerca de la memoria histórica.

Tuve el privilegio de compartir la dirección de aquellas intervenciones con el artista plástico Ralph Kistler. Afincado en Tenerife desde la veintena, formado como creador en el ámbito de las Islas, Kistler guardaba una memoria muy precisa acerca del modo en que su país de origen ha trabajado con el desgarro histórico del nazismo y el holocausto. Los esfuerzos de Alemania para refundar en su seno los principios democráticos —hoy nuevamente amenazados— llevaron a su país a establecer altísimos esfuerzos para lograr una reconstitución simbólica de la convivencia. Pero esto no se hizo mediante el diálogo, sino mediante la confrontación dura con los principios orgánicos del nacionalsocialismo. Al artista aventajado y fino que era Kistler ya en aquel momento —contemporáneo de este proyecto son las primeras versiones de sus Esculturas de sombra— no dejaba de extrañarle, por contraste, el modo tan superficial y tibio con el que se trataba la dictadura franquista en la enseñanza secundaria que había cursado en nuestro país. 

Mientras preparábamos aquel encuentro fueron muchas las ocasiones en que conversamos sobre esa otra anomalía española. Concluimos aquellas meditaciones con un diagnóstico que, no por adelantado a su tiempo, dejaba de mostrar una justa relevancia. Todo parecía indicar que a España le quedaba un larguísimo camino que recorrer en el campo de la memoria histórica, es decir, en la necesidad de contender y de oponer la convivencia democrática de tradición europea con los inmóviles y aún silenciosos monumentos (símbolos y pensamientos asumidos) provenientes del franquismo. Signos, así pues, enquistados en una buena parte del espectro político sedicentemente democrático.

Fue Ralph Kistler quien propició que, en paralelo a la muestra Entre memorias y expectativas, se celebrase un taller que propusiera, a su fin, la idea de una instalación permanente alrededor de los desaparecidos canarios de la Guerra Civil. Apareció entonces, avalado por el propio Kistler, el nombre de Horst Hoheisel, uno de los artistas alemanes que con mayor precisión y relevancia ha trabajado en los amplios contextos en los que opera la memoria histórica. Especialmente en aquellos aspectos en los que la creación se articula como un elemento de oposición y reformulación ontológica alrededor de los desmanes y los traumas generados por el totalitarismo. El taller La memoria del arte. El arte de la memoria se impartió en varias sedes (Guía de Isora, Facultad de Bellas Artes de la ULL, Monumento a Franco en Las Raíces) entre los días 12 y 18 de abril de 2008. Hubo una jornada, que recuerdo muy bien, en torno al concepto de ‘resignificación’ en el contexto de la memoria histórica. 

Viene esto a cuento de un caso que toda la sociedad canaria en su conjunto tiene cerca en estos días: ¿qué hacer con el conocido como Monumento a Franco que decora el final de las Ramblas de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife? Pocas capitales de provincia cuentan, aún hoy, con un informe tan pertinente, ecuánime y justamente relevante como el redactado por la profesora Maysa Navarro a través de la Universidad de La Laguna a propósito de los vestigios franquistas de la ciudad de Gaceta de Arte.

Resulta muy sorprendente que un documento así haya podido ser ignorado hasta ahora por el equipo de gobierno municipal —que según todos los indicios prefiere continuar con el homenaje a la dictadura aún un poco más. Pues bien, la propuesta de resignificación de ese espacio que recientemente se ha lanzado desde el Cabildo de Tenerife, a través de un comunicado emitido a dos voces por su presidenta y su vicepresidente, pretende subir la apuesta y generar, todo a una, tanta intoxicación sobre el debate como estupefacción en la ciudadanía. Se propone, dicen, pasar a redenominar el conjunto como Monumento para la Concordia y resignificarlo (sic.) como «un espacio de memoria que promueva la paz y el entendimiento entre los ciudadanos». Según parece, tanto la presidenta como el vicepresidente del Cabildo piensan que la mera expresión de un anhelo basta para transformarlo en realidad.

Volvamos a 2008: algunas de las conclusiones que saqué de aquella tarde dedicada a reflexionar con Horst Hoheisel sobre el concepto de resignificación son éstas: 1.- La resignificación puede ser una buena herramienta para construir espacio democrático y rechazar el pasado dictatorial en aquellos casos en los que ha sido posible una transición medianamente pacífica. 2.- Este hecho no puede evitar la explicitación firme del rechazo de la sociedad a la dictadura a través de la resignificación: no se busca la concordia entre los partidarios de la dictadura y los partidarios de la democracia. Esa batalla la ganaron los demócratas en su momento y sigue vigente hoy: la concordia es la democracia. 3.- La resignificación pasa siempre, y sin excepciones, por intervenir, es decir, modificar duramente, el objeto resignificado, que debe ser transformado inequívocamente, de modo fuerte, hasta el punto de que no quede la menor duda de que la sociedad abraza el proceso democrático y reniega de los símbolos dictatoriales del monumento.

En el año 2018 volví a saber de Horst Hoheisel. Habían pasado diez años. Se encontraba en Pamplona, junto a uno de los artistas intervinientes en el proyecto isorano, el chileno Rodrigo Yanes (quien, por cierto, mostró, en un solar del centro del casco histórico, una bandera de más de cuarenta metros cuadrados tejida con ropas usadas por los emigrantes de los invernaderos de El Égido), para presentar un informe sobre las posibles actuaciones de resignificación del Monumento a los Caídos en la capital navarra. El informe puede ser leído, pues el ayuntamiento de Pamplona lo guarda aún en su página web. La primera de las propuestas que el artista alemán expone ante los ciudadanos —hay otras, también de gran interés— explica de modo muy eficaz en qué consiste una acción resignificadora, y a la vez señala el ridículo en el que hemos caído en Tenerife a propósito de ese concepto:

«El traslado de los generales, la clausura de la cripta y la ocultación de los símbolos y las inscripciones de la dictadura, podrían potenciarse cercando el Monumento a los Caídos y sus instalaciones con un muro, dejando así que la naturaleza desintegre y reconquiste ese espacio. Esto implicaría hacer que esta parte de la historia española fuese un espacio intransitable, ocultarla, y al igual que con un trauma, se crearía un lugar hermético del silencio y del ocultamiento. Pero España debería romper el silencio sobre la guerra civil y la dictadura asociado a la transición. Por ello, en el muro tendría que haber un texto que explicase y recordase por qué este lugar ha sido excluido de la historia y del espacio urbano, dejándolo a merced de la acción de la naturaleza.

El muro del silencio en torno al Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada se inscribiría en un contexto. Éste podría contar la historia desde la perspectiva de una sociedad constituida democráticamente y también recordaría a los muertos del otro lado de la Cruzada franquista (contra los comunistas). Podría surgir la imagen de un cementerio con inscripciones, una gran ruina en vez de un monumento neobarroco enalteciendo la dictadura. Un lugar terriblemente tranquilo al final de la zona comercial y peatonal de la Avenida Carlos III.» 

 

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