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La cadena invisible del miedo: una sociedad bajo control

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La RAE define el miedo como “la angustia que alguien siente ante un riesgo de daño real o imaginario”. Como segunda acepción, añade que es “el recelo o aprensión que alguien siente ante la posibilidad que le suceda algo contrario a lo que desea”.

Desde una perspectiva biológica, el miedo es una respuesta adaptativa, que, alertado por nuestro sistema nervioso simpático, prepara a nuestro organismo para reaccionar ante una amenaza, sea ésta real o percibida como tal. Ante la activación del sistema nervioso simpático, se libera adrenalina y cortisol, de forma que aumenta la frecuencia cardiaca y respiratoria, con la finalidad de aumentar la cantidad de oxígeno que debe llegar tanto al cerebro como a los músculos, que son los que nos permitirán, concluir con una respuesta de lucha, de huida o de parálisis global, dependiendo de la evaluación que nuestro cerebro realice del peligro.

El miedo es fisiológico, nos permite la supervivencia salvo en los casos en que, siendo inducido artificialmente y sostenido en el tiempo, se convierte en una potentísima herramienta de manipulación y control social, además de afectar a nuestra salud individual.

De esa utilización del miedo en el plano social hemos tenido múltiples y terribles muestras a lo largo de la historia y parece que no aprendemos. Cualquier dictadura o régimen totalitario ha sabido usar el miedo a la represión o a la violencia para mantener el poder. En dos mil veinte, ante la crisis sanitaria provocada por la COVID-19, la falta de información, la incertidumbre y el temor al contagio, permitió que se nos recortaran derechos civiles sin ninguna resistencia significativa por parte de la sociedad.

El miedo colectivo influye en la toma de decisiones colectivas, moldea comportamientos y dirige poco a poco a la sociedad civil hacia una actitud pasiva y entregada a sus líderes, a los cuales imbuye unas cualidades que ni siquiera han demostrado.

El uso sistemático del miedo como mecanismo de control social genera efectos negativos también a nivel individual: nos convierte en seres apáticos y conformistas, acabamos normalizando y aceptando la pérdida de libertades a favor una supuesta mayor seguridad.

El miedo en una sociedad engrandece a sus “líderes”, les alimenta el ego, al tiempo que se acurruca mansamente bajo las alas del poder, buscando protección.

Vista la situación mundial que nos muestran, es importante que, si pretendemos mantenernos mínimamente libres y autónomos, debemos esforzarnos por desarrollar el pensamiento crítico, evitar reaccionar impulsivamente ante los discursos alarmistas que nos lanzan y diversificar las fuentes de información. Tratemos de fomentar la cultura y la conciencia social y aprendamos a identificar lo que son patrones de manipulación.

Que en el momento actual existe una situación sociopolítica complicada, que nos llega tanto por el este como por el oeste de la Unión Europea, es una evidencia que no se puede negar. Pero ¡ojo!, no nos dejemos llevar por un estado de histeria colectiva, por el bien de nuestra salud mental.

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