Gasalla y el último acto de una televisión que ya no existe

Hace unos años, Antonio Gasalla, ya con su salud deteriorada y alejado de los escenarios, fue víctima del acoso del movilero de un programa de chimentos. ¿La excusa? Su cumpleaños.
Lo esperaron en la puerta de su casa, cámaras encendidas, listos para exhibirlo sin su consentimiento. No buscaban homenajearlo, sino exponer su fragilidad, convertir su vejez, su estado de salud, en un espectáculo morboso. Un atropello disfrazado de “nota periodística”.

El movilero insistía con preguntas con un tono infantil, meloso, hipócrita, de fingida preocupación. Gasalla, que jamás perdió la sagacidad ni la lucidez, ni en sus últimas horas, harto, le respondía rudamente, con frases cortas, para quitárselo de encima. Hasta que escuchó una excusa que lo sacó de quicio: “Este es mi trabajo”.
Entonces, soltó su aún potente voz de actor para lanzarle una respuesta que hoy, tras su muerte, se viraliza más de lo que merece, al lado de su colosal legado: “Si este es tu trabajo, andate a la concha de tu madre”.
Se quedó corto Gasalla. Aquella emboscada televisiva merecía, quizás, una denuncia judicial. No era Gasalla el viejo ogro cascarrabias que la televisión y las redes sociales mostraron. Era, en verdad, la víctima de un ataque descarado.
De cualquier forma, lo importante no era solo el atropello a su intimidad: con esa muy bien puesta mandada a la concha de su madre, Gasalla estaba diciendo algo más.
Estaba marcando, ante las cámaras de la televisión berreta —esa que terminó dominando las pantallas—, el final de una era. La televisión argentina, creativa, inteligente, con contenido y verdadera calidad, ya había muerto mucho antes que él. Gasalla lo sabía.
El otro día, en la redacción de elDiarioAR, mi colega Victoria De Masi dijo algo que resonó: “La gente ya no se ríe”. Y quizás sea cierto. En parte, porque ya no hay quienes hagan reír como lo hacía Gasalla.
En este tiempo donde reinan la opinión sin sustento, la estridencia sin ingenio y la vulgaridad sin talento, nos quedan el streaming y las novelas importadas en la TV Pública. Ya no hay Gasalla, ni Caloi en su tinta, ni Badía y compañía.
Murió Gasalla. Y con él murió aquella televisión argentina, la de Juana y sus hermanas o la de La noticia rebelde, que algunos tuvimos el privilegio de haberla disfrutado. Murió la risa.
JJD
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