Padre del aula

La Secretaria de Educación del Gobierno de Estados Unidos es una señora llamada Linda McMahon alimentada a base de spray anti frizz. Junto a su esposo, Vince McMahon (hijo del promotor de boxeo Roderick James "Jess" McMahon), se convirtieron en magnates de la Titan Sport, extensión de la World Wrestling Entertainment (WWE), la compañía de lucha libre profesional (mitad combate greco romano, mitad práctica sexual no penetrativa), de la que fue “campeón del mundo” el legendario Hulk Hogan, del mismo modo en que Martín Karadagián lo fue de Titanes en el ring.
Donald Trump fue inmortalizado por el Salón de la Fama de la WWE en reconocimiento a que el hotel casino Trump Plaza de Atlantic City fue sede varias veces de la Wrestlemanía en sociedad con los McMahon, cuyo clímax de entendimiento llegó en 2007 con La Batalla de los Billonarios, en la que Donald Trump y Vince McMahon eligieron luchadores en su representación para una disputa física delegada, que terminó con un Trump vencedor rapando en el ring a McMahon.

Trump empezó a multiplicar su fama en las capas populares a partir de 2005 con The apprentice, su programa de denigraciones en el que desplegaba los dos verbos que sostienen su identidad, y que aplica a sol y a sombra por recomendación de su viejo abogado, Roy Cohn, quien vivió con sus padres hasta los 40 años y asesoró al senador Joseph McCarthy: atacar, negar. Pero sus participaciones en el circo de la WWE le dieron a la multiplicación de su fama un alcance exponencial, y selló un pacto de mutua confianza con los McMahon, quienes en 2007 depositaron U$S 4 millones a nombre de la Fundación Trump, quizás el primer gran aporte a la carrera política del gigante de Queens.
El tiempo fue pasando, y Trump vendió en 2016 el Plaza de Atlantic City con todos sus fantasmas adentro: las noches de Madonna y Mick Jagger, el halo olímpico de Mohamed Alí, los combates a muerte de UFC y de boxeo, y las toneladas de dólares que se escurrieron por las alcantarillas del juego. El antro fue demolido en 2021 bajo las luces de un último show, para el que se llegó a pagar U$S 575 por el desayuno con vista a la implosión desde un edificio cercano.
Ese agujero negro iluminado por luces a gas que endeudó a Trump por U$S 2.000 millones da para muchas novelas, pero con unas líneas de flashback ya estamos bien. De lo contrario, perdemos la estela de la señorita maestra Linda McMahon, quien esta semana empezó a desmantelar el Departamento de Educación de los Estados Unidos.
La ceremonia fue emocionante. Donald Trump firmó el desguace en la Casa Blanca, rodeado de niños en pupitres escolares que parecían imitar su acto de gobierno (o defenestrarlo por escrito: nunca se sabe con los niños), en una escena similar a la de las tradicionales visitas de alumnos de primaria a la Legislatura de la República de los Niños.
El Presidente de los Estados de la Unión, también un poco presidente nuestro dada la elevadísima tasa de genuflexión de su idolatra argentino enclaustrado en la oscuridad de Olivos, dijo: “Estados Unidos no ha estado educando bien a sus alumnos desde hace mucho tiempo, y todo el mundo sabe que esto es lo correcto”. Atacar, negar. O negar, atacar. El orden no importa. Lo que importa es componer en los rincones derretidos del cerebro un mundo propio para imponerlo sobre los demás.
El pack Trump-McMahon-Hotel Plaza de Atlantic City-WWE operó en la educación de Estado a su manera y según su corazón. Hay que comprender el fenómeno. Es como si a Domingo Faustino Sarmiento le dieran la administración del Caesars Palace de Las Vegas. ¿Qué haría? ¿Iría como un enfermo a consumir en el Apple Store, el Gucci, el Ives Saint Lauren de la Jay Sarno Way, teniéndolos como una lámpara de Aladino al alcance de la mano? ¿Compraría bombachas en Victoria Secret’s para Aurelia Vélez Sarfield? Es más probable que se le ocurra montar una escuela normal en cada piso, o encerrarse a escribir en la Suite Escape, debido a que esas son sus tendencias, comprensiblemente desvinculadas de las funciones del lugar.
Trump, cuya educación -como la de Jorge Luis Borges- alcanzó al grado de bachiller, dijo que el cierre del Departamento de Educación, gradual hasta que sea total, “ocurrirá lo más rápido posible”. Si fuese por él, a la velocidad de demolición del Plaza de Atlantic City. El argumento es que el país “gasta mucho más dinero en educación que cualquier otro”, pero está entre los últimos “en términos de éxito”.
Bajo el mismo criterio, que es el de la lucha de titanes de la WWE, Linda McMahon colaboró con la gesta, mandando una carta a los 4.400 empleados del sistema para contarles en el registro de una elegía “la misión final” de su área: “prestar un último e inolvidable servicio público a las futuras generaciones de estudiantes”, por la vía inexorable de la inexistencia.
El Departamento de Educación de los Estados Unidos no es una usina de contenidos aplicados a las escuelas. No define los planes de estudio, ni sus modalidades, que son tareas de escala local o estatal, no federal. Sí administra programas de préstamos y becas para estudiantes de bajos recursos o con discapacidades.
Pero Linda McMahon, está lejos de la necesidad. Han pasado mil vidas desde que, en 1976, durante el embarazo de su hija Stephanie (luchadora y, también, empresaria de WWE), hundiéndose en la quiebra con su marido, recibía los cupones de alimentos del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP). Pero ¿para qué recordarlo, Linda, si tú tienes por delante, ¡oh santo Dios!, la maravillosa “misión final” del “último e inolvidable servicio público a las futuras generaciones de estudiantes” latinos, negros y enfermos de la Unión?
Para agregar una guinda de plástico al postre, que tiene muchas (casi que no hay postre: es todos guindas), la medida de Donald Trump, a la que le puso su firma acompañada de su guarnición gestual clásica (esa trompita trumpista en la que se inspiró Owen Wilson para escarnecer a su personaje Hansel McDonald en Zoolander), hizo su aporte con un meme “Felón” Musk, el Salame Más Grande del Mundo y, circunstancialmente, el humano border que más dinero tiene.
Para generar el “chiste”, Elon Musk subió a su agencia de publicidades obscenas X un fotomontaje en el que Tump se inclina (como enterrador más que como deudo) ante la tumba del Departamento de Educación de los Estados Unidos de América. La larga mesa de los efectos etológicos producidos por ese estímulo tan refinado ya está servida para que la inteligencia sobrenatural, el valor físico y la belleza tanto exterior como interior del Gordo Dan comiencen a lanzar al aire puro de la época las salvas de sus: “JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA…”
JJB/MF
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