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Mételos en tu casa. Entendiendo el fentanilo
Cualquiera que haya acompañado a alguien en situación de pobreza percibe la profunda culpabilidad que llevan como cruz; miedo a pasarse en tiempos, a preguntar demasiado… esto viene de la pésima gestión que algunas administraciones hacen de los servicios sociales, dejando un tiempo ridículo de atención a las trabajadoras, que usan de gestoras documentales para recabar firmas que sostengan presupuestos.
Después, esperar dos meses para una cita y pasar un laberinto burocrático, las ayudas, sectorizadas (una ventanilla para la de pobreza energética, otra alimentaria…) ¿no podemos implantar una que se ocupe de todo? era el espíritu del Ingreso mínimo, pero quien se entera de que va a tardar ocho meses en recibirlo se queda con su ayuda autonómica, por el terror de perderlo todo.
El estigma sobre una persona empobrecida, desde en sinhogarismo hasta trabajadoras precarias, continúa pesando, bajo el concepto caritativo de que las prestaciones son una suerte de favor humanitario, cuando corresponden por derecho. Nadie va a cobrar su sueldo con culpa, y eso sucede porque está programada con ingeniería social, y porque ciertas reaccionarias avivan ese relato: el de que la que vive con una prestación, ha fracasado (el concepto americano de Loser) y debe avergonzarse.
Vergüenza tenía que tener el que sabe que sus vecinas entregan a sus hijos menores por no tener casa, y en vez de ocuparse de eso mete presupuestos millonarios en ornato y obras colosales por rédito electoral (me refiero en este caso al alcalde de mi ciudad, Caballero).
La meritocracia y el ascensor social, una filfa: el esfuerzo no garantiza el éxito. Se puede intentar mejorar por tierra, mar y aire, y acabar arruinado en un portal. Lo que no quita que intentemos prosperar y buscarnos la vida, pero no hay una relación directa entre el esfuerzo que ponemos y lo que se nos devuelve: en España el caciquismo, los enchufes, los “favores”, los másters privados accesibles según ceros en la cuenta, son el día a día y no hay igualdad de oportunidades real.
Ojalá dejara de escuchar que quien no encuentra vida estable es por vagancia y cobardía. Estoy rodeada de valientes arruinados. Que creen que deben bajar la cabeza. Por ser despedidos, por deberle al banco, por ser desalojados a patadas y vejados por algunos que sólo han tenido mejor fortuna (o la han heredado).
Basta ya de criminalizar prostituidas, drogodependientes, personas sin hogar, migrantes vulnerabilizadas. No, no se lo han buscado. Había que verse en sus zapatos. Golpeadas por pobreza, xenofobia, aporofobia, machismo, rechazo social y paladas de miedo.
A alguno le vendría bien una noche al raso para repensar; por ejemplo, al alcalde negacionista del sinhogarismo de mi ciudad, quien, cuando censábamos hace dos años en 16 los compañeros fallecidos sin techo, públicamente declaró: “quien vive en la calle es porque quiere”.
Las decisoras sobre el futuro normativo de la prostitución, o quien sostiene que “tienen otras opciones que descartan por ser eso más rentable” normalmente no ha hablado con una mujer que hace la calle en su vida. Ni las ha acompañado a denunciar una agresión para que se les conteste que “les va en la profesión”.
Quienes llaman vividores a los adictos al fentanilo, no se han preocupado de saber de dónde viene la caída de quien ha sido tan golpeada que busca evasión a toda costa, porque su pensamiento constante es quitarse la vida. Bajo una presión diaria de personas que les miran por encima del hombro y les exigen espabilar y “estar a la altura”: comprar una casa, un coche, ahorrar y estudiar y reciclarse y ser productivos e ir al gimnasio. Los ritmos irreales de esta sociedad son una fábrica de patologías mentales.
Un ideal imposible conveniente para los que mandan: poner a los penúltimos contra los últimos, los de fuera me quitan el trabajo, está así porque quiere, ya me gustaría tener una paga; mételos en tu casa.
¿Esto no es violencia?
Quienes pasáis por esto, sois las valientes. Las que deberíais inspirar las leyes. Las admirables. Las que podríais dar lecciones. Merecéis todo reconocimiento. Vuestro día a día es el colapso, y aún os tildan de regaladas, débiles o blandas; cuando la dignidad está en vosotras, y no las del coche oficial.
Mucho ánimo, fuerza, y nunca olvidéis la importancia de tejer redes: el apoyo colectivo horizontal, la protesta organizada, y los afectos, son algo imparable.
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