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Magufos y papafritas

Una de las imágenes de la actuación

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Les voy a contar una historia que está ocurriendo últimamente. Hay un futbolista al que invitan a la tele a diario. Si no saben quién es, mejor para ustedes. Yo no voy a escribir su nombre. No lo invitan por futbolista -por lo visto era muy malo- sino porque dice que la tierra es plana, que en la Antártida hay un muro de hielo gigante, como el de Juego de Tronos, y que los demás somos unos catetos.

Entonces, para contrastar la información, la tele llama a un experto, ya sea en geografía, en física o en astronomía para “confrontar” en directo con el futbolista magufo y explicar a la audiencia que lo que este dice es una barbaridad. El futbolista, que vive de generar una polémica absurda, no escucha y repite sus eslóganes a lo loco. Y al científico, que no está en su medio y que no gana nada con esto, le es complicado improvisar un cuerpo teórico riguroso, comprensible y sin simplezas ni ambigüedades en los cuarenta segundos de que dispone. 

En ese momento, el moderador, que los ha dejado interrumpirse abundantemente, da por zanjado el debate porque el tiempo se agota. Las cosas de la tele, claro. Lo hace desde la equidistancia entre los participantes y buscando dejar -casi sembrar- una duda razonable en la audiencia. Empate técnico: las majaderías que el futbolista ha proferido quedan sin refutar. “Hasta aquí los datos, suyas son las conclusiones”. Y al día siguiente, más de lo mismo.

Como es natural, la grandísima mayoría del público no se traga estas magufadas. Pero, por pura probabilidad matemática, siempre hay alguno que comulga con el farsante. Y ahí comienza el problema, si uno cree que la tierra es plana, ¿por qué no va a creer que el Gobierno de Sánchez o, incluso, que el propio Sánchez en persona a bordo del Falcon nos fumiga? ¿Por qué no va a ver razonable que exista un plan para reemplazar a las etnias europeas por bereberes u otras gentes de mal vivir?

Su técnica es muy simple. Dicen muchas tonterías. Después, llaman aborregados a todos los que creemos que la Tierra gira alrededor del sol (...). Y, finalmente se victimizan cuando se les responde.

Este último domingo, el Gran Teatro Falla vivía una situación inaudita que tenía que ver con esta fauna. Una “agrupación”, más mala que qué, por cierto, de la que tampoco voy a decir el nombre, intentaba colar en las preliminares del COAC de 2025 sus consignas negacionistas. Que si nos fumigan, que si las vacunas de la gripe tienen nanochips o que si los pájaros no existen. No se les puede negar que son muy imaginativos y que tienen ese golpe divertido y loco que engancha, como un amor de verano. Intenso, poderoso y fugaz. ¿Fugaz? Ojalá.

Al minuto del suceso, mi querido Twitter (me van a perdonar que siga utilizando la nomenclatura clásica) se llenaba de indignación por el bochorno y también de reconocimiento al público del Falla que impedía, con cánticos y peticiones en grito para bajar el telón, la difusión televisiva de los lemas negacionistas.

Su técnica es muy simple. Dicen muchas tonterías. Después, llaman aborregados a todos los que creemos que la Tierra gira alrededor del sol -aunque no hayamos subido a la ionosfera para comprobarlo-, o que los chemtrails son columnas de vapor de agua en condensación -aunque no hayamos metido la cabeza en ellos-. Y, finalmente se victimizan cuando se les responde.

Tristemente, los negacionistas, o veracidistas, como se autodenominaba la zafia comandante de esta cuadrilla que ha utilizado el carnaval con el propósito exclusivo de darse bombo, forman parte del mal de nuestro tiempo. Tenemos que convivir con ellos. Como con el niño caprichoso que chilla en la mesa de al lado.

Pero, ¿saben una cosa? De la misma manera que los niños caprichosos, se alimentan de nuestra atención. Por eso no escribo sus nombres aunque me los sé. Por eso les contesto con silencio cuando tengo la desgracia de coincidir con ellos. Y por eso este será el primer y único artículo que les dedicaré.

Porque son unos papafrita. Y dejan de existir cuando no se les echa cuenta.

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