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Una década eugénica 1: perfilados iniciales

Eugenio Padorno Navarro.

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La conversación, como todas las que mantengo con él, fue grata. Enriquecedora. Mucho. Aquella  tarde del 7 de marzo de no sé ahora bien qué año (¿2023, quizás?), hablamos por teléfono de no pocos temas: de educación superior (su ámbito) y de educación secundaria (el mío); de cuestiones familiares que el azar quiso que nos emparejaran; de la meteorología de este continente en miniatura que disocia los calores capitalinos de los sureños; de… En fin, de tanto; y, sobre  todo, de literatura, por supuesto, aquello que amamos y que nos ama. Aunque surgieron bastantes  nombres, títulos y acontecimientos, me quedo con un tiempo, un espacio y una luminosa voz que supo habitarnos y que acabó envolviendo por completo la conversada: última década del siglo  XX, Facultad de Filología de la ULPGC, Eugenio Padorno Navarro.  

Habla un testigo. No me cabe otro rol. Yo no protagonicé nada memorable en ese tramo  cronológico (tampoco en ningún otro intervalo de mi existencia anterior y posterior al periodo que nos convoca, digámoslo ya). Poseo la perspectiva que me conceden los afectos y las  admiraciones que contraje con muchos a los que vi, conocí, con los que traté, de los que aprendí; y tengo la tranquilidad que me otorga el saber que nada de lo observado se ha depositado en mi memoria con acritud ni destemplanza. Estuve cerca, pero no dentro; contemplé, pero no hice; ¿quise?, quizás, pero no pude o no supe… Sea como fuere, entre mi acceso a la citada facultad  (septiembre, 1991) y la defensa de mi tesina (enero, 2000) pude asistir a una extraordinaria eclosión literaria en la capital grancanaria que, tras la feliz charla telefónica, siento la necesidad de recoger, aunque sea consciente de que la versión de lo sucedido que ofrezca será incompleta, sesgada y desmayada: por una parte, porque me faltan muchos datos por incorporar, porque los  desconozco o porque he decidido no dar cuenta de ellos por la razón que sea; por la otra, porque  me ceñiré principalmente a un ámbito específico: el que representaron la Facultad de Filología de la ULPGC y, en menor medida, el Centro Insular de Cultura; y en lo de la flojedad, qué decir… Resignación, no queda otra.

Por encima del motivo que sea, una convicción: otros —más capacitados, mejor formados, con  más energía y predisposición que yo— deben ser los que acometan el estudio serio, riguroso,  científico de un fenómeno literario sumamente interesante como el que esbozaré, tanto por lo  estético, ideológico y cultural como por lo sociológico y, si me apuras, hasta incluso lo  antropológico. Te hablo de un instante cronológico que se vio condicionado por el espacio y por una fascinante constelación de nombres propios que caminaron hacia el final de una centuria y,  a la vez, de un milenio, y que no pudieron evitar, como siempre ocurre con los humanos —es  posible que por ser los inventores del tiempo—, el sentirse trastocados ni que su ánimo fluctuara entre la sublimidad del surfista que ha superado una ola de dimensiones colosales y la apatía y/o  depresión de quien concluye que la trascendencia del momento no será tal porque, tras el cambio, nada será diferente (en esto, larga es la sombra del gatopardismo). Espero que, antes de dos o tres siglos, alguien pueda sacar algún provecho académico a estos apuntes. Confieso que deseaba anotar «estoy convencido» en vez de «espero», pero he preferido ser prudente: por una parte, porque no soy capaz de sostener la calidad de lo que ofrecen estas páginas; por la otra, porque no  es descartable la probabilidad de que para entonces el calificativo de “académico” se aplique a  realidades ajenas al estudio y la educación.

Sobre el tramo que me muestran dos extremos segmentales muy específicos (a la siniestra, la voz de los poetas que conformaron lo que se vino a denominar, en 1992, Manifiesto poético último; a la diestra, la publicación, en 1998, de Última generación del milenio), trataré de ordenar  lo que para mí ahora se visualiza disperso y lejano. Mucho. ¿Demasiado? Sí, demasiado. Solo fuera del sistema solar y a considerable distancia es posible ver con la necesaria proyección el  movimiento planetario alrededor de la estrella, calibrar la velocidad de los astros cuando son visibles y constatar, sobre todo, los vacíos, la inmensidad del silencio y de la insondable nada.  ¿Alcanzará mi quehacer a colocar adecuadamente los hechos de hace tres décadas que ahora  yacen sueltos y caóticos en la habitación de mis recuerdos? Lo más seguro es que no. El adverbio  me queda grande. Aun así, deposito en estos apuntes —que han de servir para entenderme— el  alivio de las inquietudes que ocasionan los desniveles de mi memoria, que he procurado  equilibrar de alguna manera en esta empresa gracias a las consultas realizadas en un puñado de  fuentes documentales; a la perspectiva —la dichosa perspectiva, la feliz perspectiva— que da el  contemplar el pasado con los ojos de la vejez y observar cuán relativo es todo y cómo el tiempo  —permanente apisonadora—, de un modo u otro, acaba allanando el camino de las confluencias,  «que va a dar en la mar» siempre. […] 

591 páginas después: “Es la hora. Voy terminando (2024)”

Habla el maestro en su Cuaderno de esbozos y apuntes poéticos del destemplado palinuro atlántico (2005): «La fórmula con que se nos conminaba cuando el tiempo de entregar el examen estaba ya próximo a cumplir: “Vayan terminando”; y escuchado el aviso, ¿qué se podía en adelante anotar con sosiego? Materializar tal vez la frase con la que rematáramos un juicio; impensable otra cosa, aunque no renunciáramos a reunir, en un intento de prodigiosa síntesis, palabras que aludieran, al menos, a cuanto por extenso —y en pormenor— había quedado sin  decir. A veces, cuando estoy escribiendo —un quehacer que, en sentido esencial, no deja de  saberse apremiado por lo finito de nuestra condición—, imagino escuchar una voz que, en un casi  inaudible murmullo, me espeta por encima del hombro: “Va a ser la hora; ve terminando”». 

Concluye el discípulo: me he quedado corto. Lo sé. Hubo más. Tuvo que haberlo. Lo intuyo  porque, a poco que escarbe en los archivos de prensa, y en los catálogos bibliográficos, y en  internet, y en los libros sujetos a curiosas añoranzas, los datos vuelven a la vida, pujan por salir, por ofrecerse. Nos gritan: «Fíjate en esto y vincúlalo con esto otro… ¡Todo está comunicado!»;  nos impelen a continuar, nos afean las omisiones, nos azuzan con las imprecisiones… No sé si  regresaré. Es un sinvivir el afloramiento constante de información rediviva en estas jornadas de  escritura. Qué agitación. Qué borboteo tan absorbente y todo para que nos haya salido una  gacetilla, poco más. ¿Que si me haré con otro billete para volver antes de que la nube negra  desvirtúe por completo los recuerdos y las brújulas y sextantes muestren el camino a ninguna  parte? Lo más seguro es que no. Creo sinceramente —repito— que alguien ha de tomar el testigo  de lo poco que he podido anotar para componer ese trabajo serio, académico, científico, justo,  importante, relevante, etc., que hace falta; y que ese alguien no puedo ser yo. No soy capaz de  realizar nada en condiciones, solo me guío por mis intuiciones. Por eso, comparto con  quienquiera que asuma la noble empresa sugerida mi conjetura, que he intentado elevar a la  categoría de tesis en estos volátiles apuntes. 

He aquí lo que sostengo: «Entre la llegada de Eugenio Padorno Navarro como alumno de la Universidad de La Laguna y la llegada de Eugenio Padorno Navarro como docente de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en esos veintiocho años de diferencia, gracias a su trascendental intervención, se cimentó una admirada y admirable manera de hacer y entender la  poesía en lengua castellana que, con el tiempo, evolucionó hasta adquirir las formas de una  entidad filosófica que contribuyó al entendimiento de lo que es y representa la canariedad; y que condicionó la lírica y el pensamiento cultural que se desarrolló a lo largo de la década de los noventa del siglo XX para luego sentar las bases para que fuera posible durante este primer cuarto  del siglo XXI esa literatura de nuestra tierra que hoy no dudamos en afirmar no solo su más que demostrable existencia, sino su destacada posición dentro del amplísimo y complejo universo de  las letras hispánicas».  

Esto creo. Esto defiendo. Esto comparto, convencido de su verdad. Esto muestro esperanzado y expectante… Forse altro canterà con miglior plectro. 

FUENTE. Primer y último capítulo de Poesía universitaria palmense, 1992-1998. (Retazos testificales autobiográficos), un ensayo publicado en Mercurio Editorial en enero de 2025.

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