Espacio de opinión de Canarias Ahora
Básica, sí; e indispensable

De todos los compartimentos que ofrece el actual sistema educativo para ubicar a los menores de edad, hay uno que, a pesar de su obligatoriedad, escapa al conocimiento global de la ciudadanía. El que más y el que menos tiene claro de qué va la educación infantil, la primaria, la secundaria, qué es el bachillerato y qué, la formación profesional. Grosso modo. Pero muy pocos -considerando la cantidad a la que se refiere esa apuntada “globalidad”- están al tanto de lo que es la Básica, así, con mayúscula inicial. Su nombre técnico: Ciclo de Formación Profesional Básica. Su situación: etapa anterior al grado medio que arranca a partir de la ESO. Casi dos décadas de experiencia me permiten, hasta cierto punto, sostener esto del desconocimiento: insisto, pocos están al corriente de su presencia en el catálogo de titulaciones y, en consecuencia, de lo muy necesaria que es, por un lado, la existencia de la escasa oferta que ahora hay -qué se le va a hacer, algo es algo-; y, por otro, de lo muy conveniente que sería el aumento de plazas en todos los centros de secundaria, aunque a muchos colegas la sola enunciación de esta recomendación pueda ocasionarles un estado de mortificación personal intolerable. ¿Que si exagero? Solo una migaja, lo reconozco…
Cuando entré en La Casa -en septiembre de 2002-, existían los Programas de Garantía Social (el BOE que los regulaba era de 1998), que se ofrecían como una suerte de remedio (me incomoda utilizar esta voz en un ámbito como el educativo, pero…), una solución para atender a jóvenes que circulaban por vías diferentes a las que favorecían el alcance de algún reconocimiento académico con el que conseguir, como mínimo, una inserción laboral digna y fructífera. Con un poquito de esto, otro de aquello, un trozo de aquí y una pizca de allí, se le certificaban las horas de estancia y la preparación obtenida, y a otra cosa, a confiar en que hubiera alguna continuidad provechosa: un grado medio a través de la prueba de acceso para los más animados a seguir estudiando; un empleo para los…; un…, en fin, lo que fuera.
Esta oferta en sí, tal y como estaba planteada, no representaba la mejor manera de afrontar el problema de los alejados del camino “titulante” (de hecho, en cuanto fue posible, se suprimió), pero su mera creación y desarrollo constituían una efectiva toma de conciencia de un dilema vigente desde el origen mismo de la LOGSE (1990), por no retroceder a leyes educativas anteriores, pues la coyuntura no ha dejado de darse: ¿Qué hacemos con el alumnado de secundaria que, por sus condiciones y circunstancias, y a pesar de las numerosas medidas de apoyo que recibe, es bastante probable que no logre titular en la etapa donde se encuentra y, más pronto que tarde, por edad y quizás por hartazgo, pase a engrosar, de un modo u otro, las listas de abandono escolar o, peor, de “escolares abandonados” (o que así se sienten)? ¿Aceptamos que pierdan el tiempo sin más —no sabes cuánto me disgusta anotar esto— solo porque son menores y hemos de colocarlos como sea bajo un techo estudiantil que, tal y como está configurado, nada les reporta dada su situación personal? Los Programas de Garantía Social dieron un salto de calidad con los Programas de Cualificación Profesional Inicial, que arrancaron en 2007 y que ofrecían dos líneas de actuación: por un lado, la adaptada (PCA); por otro, la que no tenía adaptación (PCPI). En el curso 2014/2015, se convirtieron en la Formación Profesional Básica y de ahí han evolucionado hasta el modelo que tenemos hoy en día, que es de 2021.
Desde 2007, año en el que me vinculé de manera voluntaria a la oferta educativa cuando llegué al IES José Zerpa (en ese momento, uno de los contados que ese curso la pusieron en marcha en Gran Canaria), he visto cómo poco a poco esta etapa ha ido haciéndose un hueco en nuestros centros, aunque esta implantación haya sido —así me lo parece constatado el panorama archipelágico y después de dieciocho años repletos de experiencias en este ámbito— sin la conveniente certidumbre de su importancia; lo que ha impedido la percepción de los inmensos beneficios que reporta su correcto desarrollo. De entrada, y no es baladí esto, en lo tocante a la paz en las aulas (a mi juicio, el principal problema que afrontan diariamente los institutos de las islas): un alumnado de segundo y tercero de la ESO desmotivado, sin expectativas de éxito académico, incómodo, enfadado por su statu quo, etc., puede cambiar a bien su situación gracias a esta nueva oportunidad que ofrece una formación en la que se combinan módulos profesionales con unos pocos de conocimiento general. El acceso a la Básica para estos discentes, se mire por donde se mire, trae consigo una mejora de su condición estudiantil. Por eso, apuesto por la mayor y más atenta vigilancia hacia la etapa, por su ampliación y promoción adecuadas; y, a ser posible, por la eliminación de toda clase de sambenitos, estigmas y menoscabos con la que suelen espolvorearla los que no están al corriente de las ventajas que atesora (e incluyo en este cupo, aunque no me resulte grato, a muchos docentes que, por los motivos que sean, se suman al carro de los desacreditadores).
La Básica, a su manera, representa aquello que tenemos claro que ha de prevalecer en la enseñanza pública: su capacidad para integrar a todo el que lo requiere; postulando no tanto por la igualdad como por la equidad (quien más dificultades tiene, más necesidades demanda y, en consecuencia, más atenciones debe recibir) y la proporcionalidad (importa más cuanto puedan hacer nuestros escolares que cuanto se supone que han de saber hacer según esos entes normativos de ficción que responden al nombre de currículos). En ese apuntado “cuanto puedan hacer” entra la constatación más reconfortante para mí como profesor de lo que es el esfuerzo, el tesón, la voluntad, el querer ir a más, etc., de un discente que se merece todas mis consideraciones: más valioso es el cuatro de quien solo puede alcanzar esta calificación y la logra por méritos propios que el aprobado raso del que perfectamente podría conseguir un sobresaliente si quisiera.
La Básica demuestra que es factible en primero convertir los números rojos del curso pasado en verdes; en otras palabras, que es posible recuperar a ese alumnado de la ESO desilusionado con los estudios pidiéndole únicamente el cumplimiento de tres requisitos bastante asequibles: asistencia regular, buen comportamiento y demostración de su interés por superar los módulos. Nada más. La actitud lo es todo. Y no lo dice alguien que acaba de llegar o uno de esos pedagógicos teóricos sentados en cátedras y alejados de las trincheras del día a día en la escuela, sino un humilde tipo que lleva dieciocho años en el frente, dieciocho enriquecedores y hermosos años, por supuesto. Un individuo, este que te escribe, al que le gusta recalcar que el mayor triunfo en esta etapa no se circunscribe tanto a la obtención de los títulos de técnico básico en una familia profesional y de secundaria (indudables méritos, ni que decir tiene, por lo que conllevan a nivel personal, académico y laboral), como al hecho de que el discente quiera continuar su educación en un grado medio; o sea, que desaparezcan los fantasmas del abandono escolar y del miedo o aversión inconsciente a querer mejorar, y se asienten los ángeles de la preparación con vistas a configurar un proyecto de vida lo más digno y feliz posible.
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