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El mundo se desangra mientras los líderes políticos y las élites económicas siguen alimentando la maquinaria de la guerra. La humanidad se ha acostumbrado a la violencia como si fuera un destino inevitable, pero la guerra no es un fenómeno natural, es una decisión. Y la paz también debe serlo. Como lo advierte el Papa Francisco, la “tercera guerra mundial a pedazos” se ha transformado en una realidad devastadora, una tragedia impuesta por intereses geopolíticos y económicos que se benefician de la sangre de los más vulnerables. Hoy, los conflictos armados no solo no remiten, sino que se agravan con la complicidad de los Estados y de la industria armamentística.
En este siglo XXI, debemos cambiar el principio de que “si quieres la paz, prepárate para la guerra” por una verdad irrefutable: “si quieres la paz, prepárala, constrúyela, defiéndela”. No podemos seguir confiando en la lógica perversa del rearme como garantía de estabilidad. Las armas solo generan más armas, más violencia, más muerte. La única seguridad real se construye con justicia social, equidad y respeto por los derechos humanos.
Cada bala, cada misil, cada tanque es un robo descarado al futuro de la humanidad. No hay ninguna justificación para seguir financiando la industria de la muerte mientras millones de personas mueren de hambre y miseria. Se destinan billones de dólares a la industria armamentística mientras los sistemas de salud colapsan, mientras la educación se desmorona, mientras el cambio climático amenaza la existencia del planeta. La guerra no es un error, es un crimen. Y quienes la financian, la promueven y la justifican son responsables de cada vida perdida.
El Papa Francisco ha sido claro: “Las víctimas civiles no pueden ser definidas como 'daños colaterales'. Detrás de esta expresión están los rostros y los nombres de personas, hombres, mujeres y niños”. Cada ataque, cada bombardeo, cada invasión deja tras de sí un reguero de muerte y sufrimiento. Las guerras modernas ya no distinguen entre objetivos militares y civiles. Hoy, cada conflicto es una masacre indiscriminada. Hospitales arrasados, barrios convertidos en cementerios, niños sin futuro. Mientras tanto, los gobiernos siguen aprobando presupuestos militares desorbitados, financiando la muerte y perpetuando la miseria. Cada país que compra armas perpetúa el círculo de violencia. Cada político que aprueba un gasto militar descomunal mientras su población carece de servicios básicos condena a su pueblo a la miseria.
Desde el ámbito de la cooperación y el desarrollo, numerosas organizaciones han denunciado cómo el comercio de armas está intrínsecamente ligado a la pobreza y a la violación de derechos humanos. La emigración forzada y la guerra son dos caras de la misma moneda. Mientras unos países producen y exportan armas, otros sufren la devastación y el desplazamiento masivo de su gente. Es inaceptable que las mismas naciones que fabrican y venden armas sean las que luego cierran sus fronteras a quienes huyen de la violencia que ellas mismas han alimentado. Es el colmo del cinismo y la deshumanización.
Es urgente un giro radical en las políticas internacionales. No más excusas. No más diplomacia vacía. No más discursos ambiguos. Es hora de exigir un alto a la carrera armamentista, un cese inmediato en la financiación de la guerra y un compromiso firme con la cultura de paz. El desarme debe ser una prioridad mundial. No podemos seguir justificando lo injustificable bajo el pretexto de la seguridad. La seguridad no se mide en número de misiles, sino en la calidad de vida de la gente.
El Papa lo ha advertido: “Las armas crean desconfianza y desvían recursos. ¿Cuántas vidas se podrían salvar con los recursos que hoy se destinan a los armamentos?”. La respuesta es clara: muchas. La paz se construye con educación, con inversión en el bienestar social, con desarrollo sostenible. Es el momento de dejar de ser cómplices. La guerra es una elección. La paz también debe serlo. No más sangre. No más indiferencia. No más guerra. La paz es el único camino.
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