La Plata vive en 'Interzona', entre lo real y lo imaginario, entre Joy Division y la ruta

La céntrica cafetería acordada para el encuentro tiene la persiana a la mitad. “Inauguramos mañana –se oye desde dentro– pero podéis pasar”. María Gea, bajista de La Plata y vecina de esta zona de València próxima al Jardín Botánico, accede primero. Señala cambios en su interior. “Parece que la han traspasado”, comenta, y se sienta, junto al batería Miguel Carmona, en un pequeño sofá frente a la entrada. Al minuto se presenta el camarero a tomar nota. Enterado de lo que allí acontece, arroja una incómoda pregunta: “¿Y qué tipo de música hacéis?”.
“Postpunk”, pronuncia María. “Synth-pop”, añade Miguel. Pura cortesía. Hace tiempo que los valencianos La Plata se desprendieron de etiquetas, sublevados ante forzados encajes estilísticos. No es casualidad que su último álbum, tercero en su carrera, se llame Interzona (Sonido Muchacho, 2025). “Se refiere a estar dentro de una zona propia que no pertenece a ningún género, que se mueve entre distintos géneros musicales. Además, cada trabajo que hacemos es un reto, una nueva fórmula, pero siempre dentro de una interzona que seríamos nosotras”, confirma María que ya emplearía, durante toda la entrevista, el femenino plural.
A Miguel le gusta el guiño a William S. Burroughs. “Aunque no tenga nada que ver”, aclara. María discrepa: “Sí, sí que tiene que ver, mucho”. Presente en la obra del estadounidense desde Almuerzo desnudo (1959), Interzona es una hipotética ciudad de intrazables límites entre lo real y lo imaginario. Sin Estado ni nacionalidad. Estandarte de una autonomía aspiracional en un mundo regido por despóticas fuerzas externas. Y es la misma que inspiró a Ian Curtis de Joy Division para titular el noveno corte de Unknown Pleasures (1979) en sentida genuflexión al autor/mentor de la generación beat contracultural.
Los paralelismos se suceden. Del discurrir narrativo por atmósferas distópicas o la determinación de emplazarse en tierra de nadie, a esa dualidad realidad/ficción que, aunque presente en el imaginario de La Plata desde Desorden (2018), ha cristalizado en sus últimas entregas. Espejismo, Túnel, Volar, La vida real o Niebla despliegan tramas filosóficas de larga tradición intertextual: de Platón, Teresa de Jesús o Garcilaso de la Vega a las hermanas Wachowski. “Más que filosofía es una cuestión de percepción en el sentido de Cervantes, es decir, de cómo interpretamos la realidad. Gigantes o molinos. Diego [Escriche, voz y guitarra], que es quien hace las letras, está un poco dentro y fuera siempre y tiene un universo personal que se refleja bastante en La Plata”, explica Miguel. “Aquí, todas tenemos un universo interior bastante amplio”, añade María, también letrista, quien asegura que es Luis Cernuda uno de sus máximos referentes, “me gusta leerlo mientras escribo”.
Ha pasado casi una década desde sus primeros pasos. Y ahí siguen, en foto fija, los cinco miembros fundadores de La Plata: María, Miguel y Diego junto a Patricia Ferragud (sintetizador) y Salvador Frasquet (guitarra). La formación está intacta, pero su propuesta ha ido mudando: del postpunk urgente de Desorden (2018) o la sofisticación new wave de Acción Directa (2022), al estallido experimental de su último epé Sueños (2023). “Sueños fue una experimentación sin tapujos, en plan nos la suda, porque el disco comercial ya lo habíamos hecho [Acción Directa] y no nos hizo nadie ni puto caso por la pandemia”, se sincera María. Esta meticulosa investigación los ha llevado hasta Interzona, punto intermedio, calculado, de lúcido equilibrio entre lo orgánico y lo electrónico.
“Nuestra música cambia porque la manera de componer también cambia. Al principio, La Plata era local de ensayo, juntarnos a pasar la tarde y sacar cosas y ahora por las circunstancias que tenemos con Diego viviendo en Madrid, el formato de componer y construir las canciones es alquilar un estudio e ir a cero o prácticamente a cero con bocetos y construir todo”. Un método de trabajo, desde la autoproducción, que ya testearon en Sueños. “Fue la primera vez que hicimos este formato de composición, pero entonces sí llevábamos varios bocetos de canciones y en este disco no. Interzona se ha hecho en muchos sitios diferentes: un mes en un estudio, una semana y media en una casa en Burgos y después estuvimos yendo y viniendo a Madrid para completarlo”, relata María.
El resultado es un álbum existencial de entretelas cálidas, entre lo vaporoso y lo telúrico, con picos rugosos y valles intimistas, que discurre con naturalidad a través de sus doce pistas. Un concurso de sugerentes voces –alternan y conviven las de Diego, María y Patricia– hospedadas en un paisaje ecléctico de sonidos breakbeat, drum’n’bass, ambient, folk, dreampop o noise. Un disco que demanda y dignifica la escucha lineal. De principio a fin. “Este álbum es el primero que hacemos en que las canciones están secuenciadas”, explica María. “Hay un orden. Aquí el reto era expresar unas emociones o unas situaciones muy concretas”.
“Miró usó una fórmula toda su vida, lo cual está de puta madre, pero nosotras no podemos coger una fórmula y repetirla porque nos aburriríamos”, arguye María en descargo de la naturaleza audaz de La Plata. Sorprende, en ese sentido, el tramo final deudor del folk de Interzona que bien podría marcar itinerarios futuros. Ubicados en esa hipótesis, ambos divagan. “Lo siguiente será incluso más orgánico, pinta que irá hacia eso, como hacia el rock’n’roll otra vez”, dice María. “Igual más calmado, no tan urgente”, añade Miguel. “No lo sé, pero sí a nivel texturas”, responde María. Una evolución que parece subordinada, hasta cierto punto, a la traducción al directo, algo que también ha podido condicionar su retorno a lo orgánico. “Al final tendemos a eso para ejecutar las canciones porque es mucho más agradecido el formato banda sin tener que lanzar pregrabados”, asiente María.
Envites estilísticos que no son meros vaivenes. Hay rigor y coherencia en su trayecto artístico. Meditan cada paso. Es tal su alergia a la vacuidad que lo que pudo haber sido una oportunidad de promoción –su participación con el tema Real en la serie de Atresmedia, La ruta (2022)– acabó minimizada por no encajarles discursivamente. “En la secuenciación de trabajos de La Plata ese encargo no tenía sentido a nivel evolutivo. Fue un encargo, se hizo como un encargo y se trató como un encargo”, confirma María. “Hicimos un ejercicio de estilo y creo que muy bien, la canción está superchula, el teclado, la melodía, un riff increíble… Cualquier otra banda le hubiese dado bombo”, aduce Miguel.
Su elección no pudo ser más acertada. La Plata encarna el espíritu de esa Valencia rutera primigenia, la de los ochenta, embriagada por una movida de voraz apetito musical. No en vano se les adscribió, junto a Mausoleo, Antiguo Régimen o Futuro Terror, en la escena del revival postpunk surgida hace una década en una de sus tradicionales plazas, la ciudad del Turia. Y aunque se haya distanciado de aquellos postulados más oscuros, todavía exhibe ese poso actitudinal en, por ejemplo, la bien traída voz en off (“Es la música infinita, el sonido de Valencia”) con la que abren uno de los cortes más hedonistas de Interzona, Música infinita. “Eso viene de Barraca. Es un guiño. A nivel musical, Valencia siempre ha sido superfuerte y hay unas influencias que están ahí”, aclara María, a lo que Miguel añade: “Aunque nos haya saltado dos décadas”.
“El recuerdo más ‘rutero’ que tengo –continúa Miguel– son las alphas [cazadoras bomber] aunque ya fueran rollo nazi y hacer caballitos [en moto] después de la mascletà por la Avenida del Cid cuando no había controles [risas]. Lo que más nos pudo influir de aquello fue saber que se escuchaba rock y postpunk porque nosotros hemos vivido discotecas de mierda. Nos contaban que allí había directos, no a las 10 de la noche sino a las 4 o a las 6 de la madrugada… Una cosa muy loca. Como el de Stone Roses, que tocaron por contrato a esas horas y los de aquí debieron pensar ‘¿cómo mantengo a esta panda de drogadictos hasta entonces?’, todo eso nos fascina”. Admiración que, por otra parte, no se sustenta en una cándida idealización de lo pretérito. “Como dice Nieves Concostrina, ‘todo tiempo pasado fue anterior’, y aunque creamos que sería la hostia vivir, no sé, en la época de los griegos, a poco que recapacites dices ‘no, seguramente, no’, pues lo mismo con la música”, puntualiza Miguel.
La Plata aspira a profesionalizarse. A excepción de Diego, que ejerce de productor en Madrid desde hace pocos años, el resto obtiene su sustento en ámbitos distintos al de la música. “Me gustaría experimentar qué es dedicar tu tiempo completo al proyecto que es esta banda”, se lamenta María. Ella y Patricia trabajan en el sector del diseño gráfico y el audiovisual respectivamente, lo que posibilita que el control de la dirección artística también recaiga en la propia banda, cohesionando la propuesta en términos identitarios.
El diseño de Interzona lo firma La Plata. Trasladan a la portada el concepto de “zona propia”, reducido a mínima expresión, mediante una cartulina metalizada que funciona como espejo e interactúa con el espectador. “En la portada digital aparece nuestro reflejo, salimos los cinco, es nuestra interzona, pero cuando tú coges la edición física, es tu reflejo el que aparece, es decir, tu interzona”, describe María. El logotipo, con un acabado de impresión en golpe seco, es una adaptación del artista ucraniano Ostap Yashchuk, responsable también del original, con el que debutó la banda hace ocho años. Una relectura gráfica que apela a su propia transformación. “Es la salida del rock and roll”, concreta María. Un reinicio. Como el de la cafetería que ahora los alberga.
Ha pasado casi una hora. Enumeran algunas de las fechas de presentación del álbum y se levantan a pagar. El dueño, en la barra, conecta el datáfono: “¡Mi primer cobro!”, exclama. Miguel le desliza la tarjeta de crédito. “Esta es la de la banda”, apunta. En el anverso, el logotipo de una entidad de banca ética. Y regresan, mudas pero reverberantes, las palabras de María durante la entrevista: “Porque La Plata no es algo individualista de ‘yo con mi emoción’, hay un tratamiento de lo colectivo”.
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