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El idiota moral

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El todavía presidente de la Generalitat Valenciana representa un personaje que encaja perfectamente con el que filósofos como Platón, Enmanuel Kant, Aaron James o Norbert Bilbenyn han definido como el idiota moral. No se trata de un insulto sino de una categoría. Según estos autores, el idiota moral a diferencia del idiota común, aquel que tiene mermadas sus facultades mentales, es el individuo que teniendo un nivel más o menos de desarrollo de su intelecto, sin embargo, es incapaz de distinguir las implicaciones éticas de sus conductas y decisiones. Es el que manifiesta una insolvencia para distinguir entre el bien y el mal a la vez que actúa con seguridad en sí mismo, con soberbia, frialdad y ausencia de compasión. No es una cuestión de ideologías políticas pues los idiotas morales están en todas partes.

El idiota moral no nace, se hace. Mediante aprendizaje y simbiosis con la acción de otros idiotas morales se inculca el culto al individualismo exacerbado, la codicia, el desprecio hacia el bien común, el rechazo a la defensa del interés general y la burla del principio de legalidad, el cual consideran que está para que se les aplique a los demás, pero no a ellos pues se creen que están por encima de las normas. En el ecosistema del idiota moral se considera normal estar en política para hacerse rico, apropiarse de lo que es colectivo o colonizar las instituciones con sus análogos, aunque sean unos ineptos, para ponerlas al servicio de sus intereses particulares. Se exige lealtad al jefe de los idiotas morales en la tarea de destruir cualquier orden que pueda basarse en los valores de igualdad, justicia, libertad, legalidad y solidaridad y lo hacen con desparpajo y sin complejos. En el ámbito de lo público soslayan los principios de integridad, transparencia y buen gobierno, solo cuenta su propio interés. Los idiotas morales de ayer son los que se jactan hoy de que estaban arruinados y gracias a la política se hicieron millonarios y lo han conseguido con todos los honores y aunque alguno haya tenido algún tropiezo judicial el balance final siempre le resulta a su favor pues nunca se les pilla el total del caudal apropiado. Alcanzan altas responsabilidades gracias a muchos otros idiotas morales convencidos de que algo les tocará en el reparto pues los elegidos gustan de repetir aquello de no preocuparos que hay para todos y lo representan regalando contratos y concesiones públicas a los amigos, repartiendo cargos y otros premios a quienes se alinean con los objetivos de convertir las instituciones públicas en sus particulares cortijos aún a costa de destruir la reputación y el prestigio de esas instituciones. 

Durante aquella tarde brumosa que se llevó 227 vidas Mazón estuvo desaparecido y lejos de hacer lo que un gobernante con un mínimo sentido del deber habría hecho que es ponerse al frente de la gestión de la catástrofe coordinando la respuesta a la crisis, informando a la ciudadanía y asegurándose de que los recursos estuvieran correctamente desplegados, él siguió con su banal agenda, se burló de las medidas preventivas que habían adoptado otras instituciones y se fue al Ventorro donde nadie de sus colaboradores se dignó en molestarle. Estaban más pendientes del puente del 1 de noviembre que de lo que sucedió ese infausto día. Cuando fue consciente del mal que su estulticia había provocado continuó la actuación propia de un idiota moral, considerarse ajeno a las desgracias, afirmar que él hizo todo lo que era posible con la información que disponía a la vez que se afanaba a construir un relato exculpatorio de sí mismo que solo se podía sostener echando la culpa a otros. Ni asomo de arrepentimiento ni piedad por las víctimas, incluso cuando cuatro meses después, y para salvarse de la imputación penal, contradiciéndose a sí mismo, reconoció que ese día en realidad no estuvo al frente de nada y que hasta las 20:28 se dedicó a otras cosas. La famosa foto entrando en el CECOPI vestido como si de jugar al golf viniese saludando alegremente al personal, es todo un poema.   

A veces, al idiota moral le suelen quemar las consecuencias de sus actos, pero solo si trascienden a lo público y son notorios, o tienen consecuencias judiciales y el relato exculpatorio queda desmontado porque emerge la verdad de los hechos. Por eso les obsesiona construir verdades alternativas y difundirlas a los medios comprando voluntades o amenazando a los disidentes, ocultando o manipulando los hechos. Necesita trazar una cortina de humo, saltar a otra fase que llaman pasar página con un objetivo, que no se hable de su conducta inmoral, de su irresponsabilidad y de su ausencia de compasión por las víctimas. No le faltan corifeos cómplices que hasta son capaces de echar la culpa a las propias víctimas. No recuerdo el nombre del psicópata que llegó a decir que las alertas no sirven para nada y que, aunque se hubiese avisado a tiempo, la gente no hace caso de alarmas y al final se hubiesen muerto igual.

El resorte que se usa para ese pasar página se llama reconstrucción, una necesidad imperiosa ante tanta devastación que la oponen a la rendición de cuentas. Lo hemos oído tantas veces como excusa como si lo primero estuviera reñido con lo segundo. Lo bien cierto es que 227 vidas no habrá quien las pueda reconstruir ni a sus familias llevarlas un poco de paz y consuelo. Un rasgo clásico del idiota moral es que no solo actúa mal, sino que, además, cree que tiene derecho a hacerlo sin rendir cuentas.

Catástrofe y negocios son sinónimos. Las políticas preventivas en materia de cambio climático no forman parte de los programas de los idiotas morales porque significan impedimentos a los pingües beneficios que generan los desastres, por eso nada más llegar al gobierno disolvieron la Agencia Valenciana de Emergencias de la misma manera que levantaron las restricciones de tráfico de vehículos por el centro de las grandes ciudades colapsadas y contaminadas. Tener una entidad especializada en emergencias para prevenir catástrofes y afrontar los temporales o incendios cada vez más frecuentes resultaría muy beneficioso para el conjunto de la sociedad pero no les resulta rentable a los idiotas morales porque la gestión de las consecuencias de esas catástrofes es un magno negocio cíclico que se traduce en copiosos contratos como por ejemplo los de la post DANA o, en otro orden, con esas absurdas y repetidas reposiciones de arenas en las playas que se traga el mar con cada temporal.

Las catástrofes en definitiva liberan miles de millones de euros en contratos que por la legislación de emergencias se pueden adjudicar a quienes quieran discrecionalmente, a las empresas amigas muchas de ellas condenadas por corrupción, sin trámites, sin concurrencia a pesar de que con la tecnología actual es posible, sin requisitos y sin controles que para eso se tomó el control de la Agencia Valenciana Antifraude. El desbarajuste es tal que se adjudican contratos con empresas que no tienen medios para ejecutarlos y que los subcontratan con descomunales beneficios. Se han denunciado incrementos de costes muy por encima de los precios de mercado o de los baremos fijados por la Administración del Estado. Con un desinterés absoluto por la ética pública y aprovechándose de una desgracia colectiva de magnitudes desconocidas van engordando las cuentas de resultados de las empresas amigas.

El comportamiento de Carlos Mazón durante la DANA del 29 de octubre encarna esa figura del idiota moral en el sentido filosófico que, creyéndose listo, socava las instituciones y degrada la vida pública con su irresponsabilidad. Alguien que, por arrogancia y desprecio por el bien común, actúa de forma imprudente sin asumir las consecuencias de sus actos rodeado de personajes de su misma categoría que le aplauden y jalean. Su mandato no es más que un espejo del declive de la ética en la política valenciana con toda la carga reputacional que eso representa para los valencianos, pero de esto hablaremos otro día.

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