Elon Musk, Peter Thiel y la 'mafia de PayPal': el club de los tecnoligarcas con aroma supremacista

El saludo con el brazo derecho disparado hacia arriba de Elon Musk durante la investidura de Donald Trump suscitó una comparación evidente entre una mayoría de espectadores alarmados. La polémica subsiguiente y las especulaciones sobre las intenciones del hombre más rico del mundo (él insiste en que el saludo no guarda relación con el nazismo), se han centrado en sus años de crianza en la Sudáfrica del apartheid. ¿Sirven para entender lo que hizo?
Musk viene insistiendo cada vez más en los últimos meses en teorías de la conspiración de la extrema derecha. Su animadversión por las instituciones democráticas va en aumento. Antes de las elecciones germanas, dio su apoyo a la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán). Ha mostrado un escabroso interés por la genética. Se ha hecho eco de afirmaciones sobre un inminente “genocidio blanco” en Sudáfrica y ha apoyado publicaciones que hablan del 'gran reemplazo', una teoría de la conspiración racista.
Su tono y lenguaje recuerdan cada vez más a la antigua Sudáfrica, pero el de Musk no es un caso único. Forma parte de la 'mafia de PayPal', compuesta por multimillonarios defensores del liberalismo económico extremo con raíces en la Sudáfrica blanca que ejercen un poder descomunal sobre la política y la industria tecnológica de Estados Unidos.
Uno de ellos es el multimillonario de origen alemán Peter Thiel, dueño de un fondo de capital riesgo y cofundador de PayPal. En la ciudad sudafricana donde se educó todavía se veneraba abiertamente a Hitler en los años setenta. Thiel, que figura entre los principales donantes de la campaña de Trump, ha dicho que los programas de prestaciones sociales y el voto de las mujeres atentan contra el capitalismo. En una biografía publicada en 2021 con el título The Contrarian, recordaba haber defendido al apartheid mientras estudiaba en Stanford con el argumento de que era un sistema “sólido en lo económico”.

David Sacks, exdirector de operaciones de PayPal, nació en Ciudad del Cabo aunque desde joven se convirtió en un miembro de la diáspora sudafricana tras mudarse con la familia a Estados Unidos. Ahora es uno de los principales recaudadores de fondos en la campaña Trump.
Roelof Botha, exdirector financiero de PayPal, es el cuarto miembro de la 'mafia de PayPal'. Su abuelo, Pik Botha, fue el último ministro de Asuntos Exteriores en el régimen del apartheid. Aunque ha mantenido un perfil político más discreto, Botha sigue siendo cercano a Musk.
Musk destaca por ser el propietario de X, una red social donde las opiniones tienden cada vez más a la extrema derecha, y por su cercanía con Trump, que lo ha nombrado responsable del “departamento de eficiencia gubernamental” para arrasar la burocracia federal.
Hay quien ve una conexión directa entre el Musk que hoy vemos junto a Trump y el de sus años formativos como hombre blanco en Sudáfrica, un país con un gobierno cada vez más represivo que libraba una guerra contra sí mismo y en el que Musk ocupaba la cúspide de un complejo sistema de jerarquía racial.
En la semana anterior a la investidura, el exasesor de Trump Steve Bannon calificó a los sudafricanos blancos como “el pueblo más racista de la Tierra” y cuestionó su influencia en la política de EEUU. Musk era una influencia malvada, dijo, y debería regresar a su país de origen.
No todos creen que las opiniones cada vez más extremistas de Musk estén relacionadas con su educación en Pretoria. Referirse a la infancia de Musk durante el apartheid para explicar al hombre hoy es una “mala idea” porque da lugar a conclusiones “fáciles”, dijo el aclamado escritor sudafricano Jonny Steinberg.
Pero para quien quiera escarbar, hay material. Desde los primeros años de Musk junto a un abuelo neonazi que se mudó de Canadá a Sudáfrica atraído por el apartheid; hasta el bachillerato en un sistema contaminado por la ideología de la supremacía blanca.
Sus años de formación transcurrieron en la década de los 80, una época de ebullición y rebelión en los municipios con comunidades negras durante la que se declaró el estado de emergencia y hubo una violenta represión estatal. Algunos blancos huyeron del país. Otros se unieron al neonazi Movimiento de Resistencia Afrikáner que se oponía a cualquier atisbo de aflojar el régimen.
John Vorster, primer ministro de Sudáfrica cuando nació Musk (1971) y cuando Thiel se mudó allí de Alemania, había sido general de la Ossewabrandwag (OB) tres décadas antes. Fundada poco antes de la Segunda Guerra Mundial, se trataba de una milicia fascista aliada con Hitler que se oponía a que Sudáfrica combatiese junto a Reino Unido en la contienda. Conchabada con el espionaje militar alemán, la OB tramó un complot para asesinar a Jan Smuts, el primer ministro sudafricano, y organizar un levantamiento armado en apoyo de Hitler.
Vorster no ocultaba su simpatía por el nacionalsocialismo, una ideología que comparaba a la filosofía política afrikáner del nacionalismo cristiano. “Defendemos al nacionalismo cristiano, que es aliado del nacionalsocialismo”, dijo en 1942. “Pueden llamar dictadura a este principio antidemocrático si quieren; en Italia se llama fascismo; en Alemania, nacionalsocialismo alemán; y en Sudáfrica, nacionalismo cristiano”. El gobierno de Smuts no lo vio con buenos ojos y a las pocas semanas encerró a Vorster por sus simpatías nazis.
Al final de la guerra, la OB fue absorbida por el Partido Nacional, que ganó las elecciones de 1948 con el compromiso de imponer el apartheid (los sudafricanos negros no tenían voto). En 1961, Vorster se incorporó al gobierno como ministro de Justicia y cinco años más tarde se convirtió en primer ministro.
Aunque el nazismo había sido derrotado en Europa, el nacionalismo cristiano seguía vivo en Sudáfrica bajo el liderazgo de Vorster, con sus propias clasificaciones y estratificaciones raciales, y el argumento de que era necesario para mantener a raya al swart gevaar (el peligro negro).
En los colegios, la educación nacionalista cristiana pretendía forjar una identidad en torno a una versión particular de la historia del país. A Musk y a Thiel les enseñaron que las verdaderas víctimas de las luchas sudafricanas eran los afrikáners, casi todos descendientes de colonos neerlandeses, que habían sufrido a manos de los imperialistas británicos o de los traicioneros jefes zulúes.
Antiapartheid, pero no mucho
Bea Roberts creció en el seno de una familia afín al apartheid antes de rechazarlo y ponerse a trabajar para el Instituto por una Sudáfrica Democrática. Según Roberts, se hacía mucho hincapié en presentar a los afrikáners como víctimas, con el apartheid como una forma de proteger su cultura y hasta su propia existencia. “Era una combinación extraña de 'los británicos nos jodieron en la guerra [de los bóeres], y miles de nuestras mujeres y niños murieron en los campos de concentración, así que vamos a reconstruir nuestra nación y a asegurarnos de que somos invencibles, y lo lograremos con medidas radicales'”, explica.
Durante la mayor parte del apartheid los colegios estaban divididos por razas, como muchas otras cosas. En teoría, los alumnos blancos de toda Sudáfrica recibían la misma educación nacionalista cristiana. Pero dentro de la propia sociedad blanca también había divisiones. La versión que los colegios de habla afrikáner hacían de la historia provocaba a menudo que en los colegios angloparlantes se rechazaran de manera implícita las ideas que sostenían al apartheid.
Musk estudió en un instituto de Johannesburgo y luego en el Pretoria Boys High School, una institución donde se formaron activistas tan destacados contra el apartheid como Edwin Cameron, juez del Tribunal Supremo de Sudáfrica tras la caída del régimen blanco; y como Peter Hain, que luego se convirtió en uno de los principales activistas contra el apartheid en el Reino Unido y en ministro del gobierno laborista.
Phillip Van Niekerk es un antiguo director del periódico Mail and Guardian, que en Johannesburgo lideró la lucha contra el apartheid. Aunque sus padres eran afrikáners, él estudió en un colegio angloparlante. En su opinión, la versión oficial de la historia no ayudaba a que los angloparlantes apoyaran el apartheid, aunque se beneficiaban de él y tampoco hicieron mucho por ponerlo en cuestión.
“Odiábamos al gobierno del Partido Nacional; incluso nuestros profesores se mostraban algo hostiles, lo veíamos casi como una imposición; pero la cultura lo impregna a uno y la verdad es que no veíamos a los negros como iguales, no era algo en lo que pensáramos”, dice.
Thiel recibió todo este bagaje en los colegios de Sudáfrica y de Sudáfrica Occidental, la colonia de facto que con el nombre de Namibia se independizó en 1990. Durante un tiempo vivió en la ciudad de Swakopmund, donde estudiaba en un colegio germanoparlante mientras su padre trabajaba en una mina de uranio de la zona (Sudáfrica Occidental, donde estaba Swakopmund, había sido colonia de Alemania hasta el final de la Primera Guerra Mundial).
Swakopmund era conocida entonces por haber seguido ensalzando al nazismo, con celebraciones del cumpleaños de Hitler incluidas. En 1976, el periódico The New York Times informó de que algunos habitantes seguían haciendo el saludo nazi y diciéndose 'Heil Hitler'.
Recuerdos nazis en la tienda de la esquina
Van Niekerk cubrió como periodista Swakopmund cuando aquello era Sudáfrica Occidental, todavía bajo la órbita de Sudáfrica. “Era la década de los ochenta y en las tiendas de curiosidades se vendían tazas con esvásticas nazis; si eres alemán y has estado en Swakopmund en la década de los setenta, cuando Thiel estuvo allí, formas parte de esa comunidad”, asegura.
Thiel, que a los 10 años se mudó a Estados Unidos, ha dicho que su rechazo a las reglas y su liberalismo económico extremo vienen de sus años escolares en Swakopmund. Su padre trabajaba en una mina de uranio de Rössing. Al igual que en las minas de oro y carbón de los alrededores de Johannesburgo, los jefes blancos de Rössing tenían criados y llevaban una vida de lujo neocolonial, mientras los trabajadores negros cobraban lo justo para sobrevivir haciendo un trabajo peligroso en condiciones terribles.
La minería, entre otros, también era uno de los intereses de Errol Musk, el padre de Elon. Una vez alardeó de tener “tanto dinero que la caja fuerte ni siquiera cerraba” gracias a sus participaciones en las minas de esmeraldas de Zambia. Según Maye, la madre de Elon Musk, la familia tenía dos casas, un avión, un yate y unos cuantos coches de lujo.
Errol ha dicho que se opuso al apartheid y fue miembro del Partido Federal Progresista, que abandonó porque no le gustaba la exigencia de que todos los votos valiesen lo mismo. En vez de eso, Errol creía en una reforma gradual donde hubiera parlamentos separados por raza. Dentro de la familia Musk, esa era la postura progresista.
Joshua Haldeman, el abuelo materno de Musk, se mudó de Canadá a Sudáfrica en 1950 porque le gustaba el gobierno del apartheid que acababa de salir elegido. En los años treinta, Haldeman había liderado en Canadá el Technocracy Incorporated, un movimiento político marginal que venía de Estados Unidos y proponía abolir la democracia en favor de un gobierno de técnicos de élite.
Technocracy Incorporated adquirió tintes fascistas en sus uniformes y saludos, y se declaró en contra de combatir a Hitler, lo que llevó al gobierno de Canadá a prohibir el movimiento durante la Segunda Guerra Mundial por representar una amenaza para la seguridad del país. A Haldeman lo acusaron de publicar documentos contra la guerra y pasó dos meses en la cárcel.
Después de la guerra, Haldeman dirigió un partido político independiente que, entre otras cosas, se hacía eco de la mentira antisemita de los Protocolos de los Sabios de Sion. Pero aquello no cuajó y Haldeman se marchó a Sudáfrica, donde dijo sentir afinidad por el nacionalismo cristiano, la ideología central del Partido Nacional que Vorster comparaba con el nazismo.
Los padres de Maye eran tan extremistas, según Errol Musk, que dejó de visitarlos. “Eran muy fans del apartheid”, dijo Errol en el programa Podcast and Chill. “Sus padres habían venido a Sudáfrica desde Canadá porque simpatizaban con el gobierno afrikáner; apoyaban a Hitler y todas esas cosas”, contó en ese espacio.
Haldeman murió en un accidente de avión cuando Elon tenía tres años, pero el niño siguió muy unido a su abuela y a su madre. Se ha distanciado de su padre, que según Maye ha sido abusivo con ella y con sus hijos. “Un ser humano terrible”, dijo Musk de su padre. “Casi cualquier cosa malvada que se te pueda ocurrir, él la ha hecho”, dijo en 2017 sin entrar en detalles a la revista Rolling Stone (Errol Musk afirmó en una ocasión haber matado a tiros a tres personas que entraron a robar en su casa).
Lo que es indiscutible es que Musk y Thiel crecieron con privilegios increíbles y una jerarquía racial clara. Había personas que decían rechazar el apartheid pero trataban de justificar los privilegios como el orden natural de las cosas, logrado por sus propias capacidades y no como el resultado de la opresión racial sistemática. Eso fue lo que a su vez hizo que algunos sintieran que toda forma de gobierno era opresiva y que la verdadera libertad es una batalla individual por la supervivencia.
De acuerdo con su biografía, Thiel compartía una opinión con los simpatizantes del apartheid de la época: que los sudafricanos negros estaban mejor que los africanos de otras partes del continente, aunque les negaran sistemáticamente sus derechos. Thiel niega haber apoyado jamás el apartheid.
Según Van Niekerk, oponerse al apartheid no significa necesariamente rechazar la supremacía blanca ni sus privilegios, algo que la televisión británica ya había señalado en un documental de 1968 (Thiel nació un año después) donde se decía que los angloparlantes que mandaban en las minas y otros industriales de habla inglesa de Johannesburgo se declaraban “hostiles al apartheid, y se autodenominaban progresistas”, pero hacían poco por oponerse al sistema del que se beneficiaban.
Helen Suzman, que entonces era diputada del Parlamento y una de las pocas voces contra el apartheid, criticaba a estos poderosos industriales y hombres de negocios. “Los que no hacen nada son responsables”, acusó. Les reprochaba aprovecharse del apartheid para explotar a los trabajadores negros. “No veo ninguna razón por la que los industriales no puedan mejorar las condiciones de vida de sus trabajadores”, señaló.
A Stanley Cohen, director general de la cadena de supermercados OK Bazaars (propiedad de su familia) le preguntaban en el documental por qué sólo contrataba a personas blancas para atender el mostrador. Lo hacía para complacer los prejuicios racistas de los clientes blancos, reconoció Cohen, aunque la ley no se lo exigiera. “No hay ninguna razón por la que [los negros] no puedan trabajar atendiendo el mostrador, no hay ninguna ley que lo prohíba, pero en este país existe un prejuicio natural contra el que no se puede legislar”, dijo.
Una década después, las tornas del poder estaban cambiando. En la década de los ochenta, la rebelión comenzada en 1976 en Soweto se había transformado en una crisis nacional del sistema. Comenzaba una guerra civil de baja intensidad.
El Estado reaccionó con más violencia y represión todavía. La paranoia de los blancos aumentó con el surgimiento, cada vez más cerca de Sudáfrica, de Estados africanos negros e independientes con gobiernos de tendencia marxista. Angola y Mozambique, en la década de los setenta. Zimbabue, en 1980.
Empezó a circular la teoría de la conspiración del genocidio blanco, que en los últimos tiempos ha vuelto a cobrar vida con las matanzas de granjeros blancos en Zimbabue y Sudáfrica. Aumentó el apoyo al neonazi Movimiento de Resistencia Afrikáner [AWB, por sus siglas en afrikáner], creado a principios de los años setenta por Eugene Terre'Blanche para oponerse a la más mínima relajación de las reglas del apartheid.

Terre'Blanche, un personaje imponente y extravagante dado a montar un caballo del que ocasionalmente se caía, no ocultaba el modelo que había seguido para el AWB, cuya insignia tenía un diseño y unos colores sorprendentemente similares a los de la esvástica. A sus partidarios también les gustaba imitar el saludo hitleriano del brazo rígido mientras desfilaban por las calles de Pretoria. Aparentemente, el AWB llegó a contar con el apoyo de más del 10% de los sudafricanos blancos en su mejor momento.
Según Bea Roberts, la vida de los blancos privilegiados era “claramente una burbuja de creencias afianzadas”. Pero ignorar la realidad se le hacía cada vez más difícil. “Creo que Musk, en la Pretoria de los años ochenta, debía de ser consciente de lo que vivían los negros, y de los motivos por los que estaban enfadados”, opina. “Yo de joven era bastante conservadora, pero pude cambiar de opinión; en los años ochenta había que ser bastante inflexible para seguir aferrado a la creencia de que el apartheid estaba bien, de que era correcto y beneficiaba a todo el mundo”, indica.
Musk se fue de Sudáfrica en 1988, en plena ebullición. Dos años después, FW de Klerk iniciaba el camino a la libertad con la liberación de Nelson Mandela. Si se hubiera quedado, Musk habría tenido que cumplir los dos años de servicio militar, que era obligatorio para los varones blancos. Ello podría perfectamente haberle supuesto tener que luchar en la “guerra fronteriza” de Angola o de Namibia, o ser enviado a reprimir las protestas de los negros en las barriadas segregadas. En lugar de eso, Musk consiguió la nacionalidad canadiense gracias a su madre y se mudó a Ontario.
Pero Según Van Niekerk, Musk también se llevó una parte de Sudáfrica con él, tanto si quiere reconocerlo como si no: “Aunque no pensáramos en ello de forma activa, por la propia naturaleza de nuestros privilegios y nuestro lugar en la jerarquía racial, todos [los sudafricanos blancos], crecimos creyendo que éramos la raza superior”.
Traducción de Francisco de Zárate
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