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Pulsiones totalitarias 'prêt-à-porter'

Imagen de archivo de Hannah Arendt

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Este año, los estudiantes de segundo de bachillerato que se presenten a las pruebas PAU en el distrito universitario de Murcia, y opten por Historia de la Filosofía, deberán hacer un esfuerzo por actualizar el pensamiento de Arendt en lo que respecta a su concepción del totalitarismo. Parece que los últimos meses el mundano acontecer les está facilitando la tarea. Demasiadas imágenes nos recuerdan que de nuevo los vicios privados de Mandeville se convierten en virtudes públicas con Trump, precisamente como Adorno/Horkheimer denunciaron que aconteció con el fascismo de los años de entreguerras.

Se percibe un espectáculo “obsceno”, patético, parece que Kanye West esté enfadado: últimamente Musk es más “nazi” que él, se cree una estrella musical, y aun en su torpe baile, es aclamado como el protagonista del espectáculo por los aplausos de sus delirantes espectadores. Parecen los nuevos vanguardistas del siglo XXI buscando la performance más epatante, provocando a aquellos que invocan la educación, el respeto, los derechos humanos o las instituciones de la verdad y la moral, que constituyeron el imperativo categórico de que no se repitiera Auschwitz. Pero ese no es su juego, ellos son los amos, no necesitan derechos ni Estados, eso es para las masas. Les basta con un ejercito bien armado.

Reconocemos al totalitario porque no acepta el consenso, el voto democrático; su credo es el del partido único: la derecha que desprecia a la izquierda o viceversa. El totalitario no aceptará que haya un gobierno de un partido que no sea el suyo, ni acatará la ley de un presidente que no sea el suyo. Pero ellos insisten: no, “nosotros somos libertarios no fascistas”, pues pretenden reducir el Estado al mínimo, pero esa es su máscara, pues, refuerzan el papel defensivo y ofensivo del Estado. Esa minimización atenta contra el mismísimo Pacto social, contra la sociedad y contra el individuo, mientras sustituyen los derechos ciudadanos por las leyes del mercado. Nosotros somos mercancías, nuestro yo colectivo, social y político, la Democracia, se convirtió en una mercancía, como la Coca Cola o el pollo frito, y ahora estamos de rebajas.

Mientras el mundo se calienta y el hielo polar se derrite, mientras se devalúa nuestro nivel adquisitivo y se planifica un asalto al Estado y sus garantías sociales, nosotros calibramos la cantidad de visitas de nuestra red social. Nos dirán que no son nazis, ni fascistas, ellos son libertarios, pero usan las fuerzas estatales para arrasar territorios como Bosnia, Palestina, o Ucrania, las usan para eliminar toda financiación a minorías y a grupos discapacitados o marginalizados. Las usan para cuestionar la OMS, que denunció la gestión trumpista de la covid, o la ONU y su Tribunal Internacional que trata a Netanyahu como un genocida. Su reducción del Estado es solo una estrategia para borrar a colectivos enteros del mapa ¿No fue eso lo que hicieron los nazis cuando retiraron la nacionalidad alemana a los judíos? Nuestro imperativo: qué no bailen sobre la tumba de nuestros derechos.

Hoy, como ayer, nos toca desfetichizar la «mercancía Trump», simple icono de otros como Milei, Abascal, Meloni…, nos toca neutralizar esa pulsión agresiva que quieren despertar en nosotros. En el mundo en red tiene poder lo que centra la atención de millones de espectadores. Ganar es solo ser el protagonista diario de los medios de todo el mundo. «Trump» es una marca comercial y se revaloriza en tanto que la identificamos multiplicada por los medios digitales. Las formas discursivas son decisivas, no tanto las promesas y los programas. Junto a la banalidad del mal llegó la banalidad de la palabra convertida en meros eslóganes faltos de vida, armas arrojadizas, que nos incapacitan para «pensar» (Arendt). Los discursos son la expresión de un pacto, no se trata de verdad o mentira, que expresa una necesidad y un sentir. Por eso hay que bucear en la fuente de ese sentimiento, no basta con decirles que ese discurso es falso, eso es indiferente porque, para ellos, es verdad que ese discurso expresa lo que ellos sienten, y por lo tanto es verdad, verdad sentida, no proposición verdadera.

De nada sirve que denunciemos que su cientificismo es banal, que su apología de una nueva verdad oprimida o cancelada es pura nostalgia regresiva. Con clichés multirepetidos hasta la saciedad, los líderes espectaculares «ultras» defienden la libertad de unos pocos, la de los viejos vencedores, la de los que custodian el botín; para los demás, las masas, la minorías o los izquierdistas, queda la censura o los precios estratosféricos. Como el viejo judaísmo que se creyó el único pueblo elegido, o el nazi que afirmaba la superioridad de su raza, ellos creen que la mixtura y diversidad daña su concepción de la sexualidad, la familia, la nación…Ese es su peligroso totalitarismo. Por eso, ellos, atentos a esa dimensión unidimensional de su credo, denuncian lo que llaman un nuevo totalitarismo «progre», cuya «cancelación» moral confunden con una norma jurídica. La mera normalización de lo que consideran anormal es un atentado para ellos.

A esta estrategia discursiva de los liberticidas deberíamos llamarla «falsa proyección», que como mecanismo ideológico nazi denuncian los autores de «Dialéctica de la Ilustración», y esto es acusar al otro de lo que ellos practican. Ejemplos son las constantes denuncias a la prensa, a la literatura, como D. Reyes o G. Cabezón o M. Puig. Ellos, los libertarios, los denunciantes de la «dictadura Woke», de las cancelaciones morales de la izquierda, son los verdaderos censores, pero no morales sino estatales, de la opinión pública. Impactante la prohibición del Consejo Educativo de Kansas (que se suma en 2017 a otros como Alabama, Nuevo México y Nebraska) de hacer mención a Darwin y a la teoría evolucionista en cualquier escuela, a la reciente prohibición de los libros infantiles de Julianne Moore en las escuelas de Defensa americanas, la prohibición de publicar artículos contra el “libre mercado” en The Washington Post. Esta cruzada contra los infieles también se lidia en España con la eliminación de un sector de libros LGTBI en la Biblioteca pública por parte del concejal (Vox) de Burriana (Castellón), o el 'pin parental' de Vox en Murcia, suman ya miles de ejemplos de esta práctica represora ¿totalitaria? que, mientras ellos ven en los otros, la practican sin piedad. ¿No es parecido a lo que se llamó 'Entartete Kunst', arte o cultura degenerada, suprimida, por el partido Nazi en Alemania?.

En las redes se multiplican los francotiradores. En sus 'contenidos' de cualquiera de las redes, pero especialmente de youtube, fabrican su discurso bélico donde cargan su munición con un léxico que crea la representación del enfrentamiento con el enemigo. Frases como “Escándalo…”, “...humilla a ...” “le meten el palizón de su vida”,“Misera woke insulta...” “la embestida...” “Trump destruye…”, “...Olona lo destroza”, “…destruye a los zurdos”, “Bombazo brutal”, “Su peor pesadilla..”. Ciertamente la motosierra de Milei es el emblema de esta nueva violencia, y el signo de estas figuras destructivas, que se verbalizan y se representan con agresividad en las redes. Se trata de un conjunto de verbos y de adjetivos cuya violencia destaca por encima de cualquier contenido informativo, es más, verdaderamente no hay información. Por eso estas figuras recurren a los modelos históricos más brutales, recuperan esvásticas nazis, camisas negras y lemas fascistas. Y aunque hay más similitudes con el viejo totalitarismo, lo más importante es el desprecio y la violencia que impregna todo su discurso. Que sea o no verdad el contenido es indiferente, es verdad su deseo de insultar, humillar, pegar, destrozar, destruir, embestir...a toda la tropa de 'zurdos', animalistas, feministas, inmigrantes desprotegidos, LGTBI. O dicho ya de una vez, no existe ninguna teoría política para estos libertarios, lo suyo es pura praxis derivada de su salvaje competitividad capitalista y de su ultra conservadurismo moral. Ellos no han venido a crear mejores condiciones de vida laborales, ellos vienen a enriquecerse con los recursos de las mayorías agitando su frustración.           

 Sí, ciertamente lo de nuestros hitlercitos es solo espectáculo. Ellos, los nuevos amos tecnológicos, son perfectamente conscientes de que quien gane la batalla cultural tiene de su lado al electorado pero no son conscientes de que una vez abierta la caja de Pandora, y eso es lo que hacen toda una pléyade de 'haters', a las masas no les bastará con sus promesas incumplidas, poco a poco desearán más. Los jóvenes que hoy siguen entusiasmados a estos tecno «revolucionarios» de corbata, multimillonarios, con sus saludos nazis, no se contentarán con el banal bailecito o la foto de la moto sierra, querrán practicar la violencia para la que les prepararon estos discursos meramente espectaculares. Esos jóvenes que hoy se visten con camisas negras y salen a la calle a intimidar inmigrantes, no se contentarán con las meras apariencias fascistas de los actuales líderes ultras, desearán más, más violencia totalitaria. Una violencia que les devuelva una hegemonía que solo tuvieron en la ficción nostálgica del videojuego.

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