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La OTAN y la defensa europea

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, junto a Donald Trump.
24 de marzo de 2025 22:48 h

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La aparente indiferencia de Donald Trump hacia la seguridad europea, combinada con la agresividad de Vladímir Putin, han puesto de nuevo sobre la mesa en Europa la fiabilidad de la OTAN, y la necesidad de alcanzar la tantas veces debatida autonomía estratégica europea que permitiría a la UE no depender de la inestable garantía de Washington. El rápido cambio de la situación geopolítica –previsible, pero al parecer inesperado– ha causado cierta confusión entre los dirigentes europeos, y evidenciado las radicales diferencias de percepción estratégica entre ellos. Todos desean o aceptan un aumento del gasto militar, pero algunos –pocos– apuestan por la construcción de una defensa común europea, mientras otros prefieren desarrollar el pilar europeo de la OTAN, manteniendo la responsabilidad única de esta organización en la defensa de Europa, o transformarla para que los aliados europeos asuman la carga casi en su totalidad, tal vez bajo el liderazgo delegado de Reino Unido, pero sin renunciar a la garantía de EEUU, que mantendría de esta forma su dominio militar y político. Veamos algunos de los elementos que pueden ayudar a un análisis de la situación.

La Alianza Atlántica

El Tratado del Atlántico Norte (TAN) se firmó en 1949, como consecuencia de la decisión de EEUU de involucrarse en la defensa europea, ante la amenaza de la Unión Soviética –manifestada en el golpe de Praga (1948)– y la insuficiencia del Tratado de Bruselas –Reino Unido, Francia, Benelux–, del mismo año, para oponerse a ella. A partir de 1951, en parte como consecuencia de la guerra de Corea, se comenzó a poner en marcha la OTAN, la organización creada para cumplir la cláusula de defensa mutua –Artículo 5– del Tratado. El primer Secretario General de la OTAN, Hastings Ismay, definió su objetivo de una manera muy gráfica cuando dijo que se había creado para “mantener a los americanos dentro, a los rusos fuera, y a los alemanes debajo”. Europa estaba indefensa y no tenía alternativa.

En sus casi ocho décadas de existencia han ocurrido muchas cosas. En 1991 se disolvió el Pacto de Varsovia, y también la Unión Soviética, convertida en 17 estados independientes. Rusia quedó extremadamente debilitada, lo que significaba el fin de la amenaza que había fundamentado y dado un objetivo a la OTAN, y hubiera debido conducir, por una mera lógica simétrica, a su disolución. Al año siguiente, se aprobó el Tratado de Maastricht (TUE), por el que se creaba la Unión Europea, que incluía, como uno de los pilares del nuevo marco, la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) que “abarcará todas las cuestiones relativas a la seguridad de la Unión Europea, incluida la definición, en el futuro, de una política de defensa común, que pudiera conducir en su momento a una defensa común”.

Han pasado 33 años y todavía estamos esperando que eso suceda. En 1998, Francia y Reino Unido llegaron a un acuerdo, conocido como la declaración de Saint Malo, por el cual se convenía que la UE podría llevar a cabo de forma independiente misiones de paz, también militares, pero la defensa colectiva de Europa seguiría siendo responsabilidad de la OTAN. Bajo la capa de abrirse a una incipiente seguridad común, Reino Unido conseguía abortar la construcción de la defensa autónoma europea, en su permanente esfuerzo de evitar una desconexión política y militar del continente respecto a su principal aliado, EEUU. 

La consecuencia de este pacto fue la inclusión en la primera modificación del TUE, - Ámsterdam 1997-, de la Política de Seguridad y Defensa Europea, en el marco de la PESC, que a partir de Lisboa –2007- se llamó Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD). En Niza –2001- se estableció la incipiente estructura para dirigir esta política: un Comité Militar, un Estado Mayor, y una célula de planificación. Desde entonces, se han llevado a cabo 40 misiones civiles y militares, de las que 21 están activas actualmente, pero la mayoría son de entrenamiento o asesoramiento, solo ha habido o hay cuatro de carácter ejecutivo. Todas las iniciativas para impulsar la PCSD, como la Cooperación Estructurada Permanente, o la Agencia Europea de Defensa, han ido dirigidas a mejorar las capacidades militares europeas, en línea con los deseos de EEUU y Reino Unido, nunca a avanzar en la autonomía defensiva europea. 

En 2016, la Estrategia Global de la Unión Europea, introdujo el concepto de autonomía estratégica –incluyendo el ámbito de la defensa– e incorporó entre los objetivos de seguridad la defensa de Europa. Se inició un proceso de planeamiento que culminó en 2022 con la aprobación de la Brújula Estratégica, que señalaba el camino hacia la defensa común europea. Mientras tanto, la OTAN estaba –en palabras del presidente francés Emmanuel Macron– en “muerte cerebral” debido a su falta de reacción ante la anexión rusa de Crimea y a la desastrosa retirada de Afganistán. Pero la invasión rusa de Ucrania resucitó a la OTAN ante la evidencia de que la UE carecía de los instrumentos necesarios para asumir en solitario el apoyo a Kiev, y esas tímidas iniciativas de autonomía estratégica fueron congeladas. Putin ha hecho más, objetivamente, por el futuro de la OTAN que cualquier atlantista europeo.

Por su parte, la reelección de Trump ha hecho más por la construcción de una Europa de la defensa que cualquier europeísta, con su política de ningunear a sus aliados europeos y asumir las tesis rusas respecto a Ucrania, aunque parece que ni así va a salir adelante. Pero este es uno más de los engaños trumpistas. EEUU no renunciará nunca a la OTAN, ni con él ni con ningún presidente, porque no es solo una alianza militar, es un instrumento de dominio político y económico de Europa, que interesa mucho a Washington, sobre todo cuando su pugna con China se hace más enconada. EEUU tiene 38 bases militares en Europa, y seis de ellas albergan o pueden albergar armas nucleares. La administración Trump no quiere desvincularse de Europa, ni política ni militarmente, pretende seguir ejerciendo su dominio, solo quiere que los europeos lo paguen comprándoles más armamento y equipos militares.

La Unión Europea de Defensa 

El artículo 42.7 del TUE, tal como quedó redactado en Lisboa, es una cláusula de defensa mutua de los Estados miembros en términos casi idénticos a los del artículo 5 del TAN, con la ventaja para España de que cubre las plazas de Ceuta y Melilla, ya que se refiere a todo el territorio de los Estados miembros. La UE se convirtió así de iure en una alianza defensiva, aunque muchos lo olvidan o lo niegan, porque obligaría al desarrollo de la organización político-militar necesaria para hacer efectiva esta cláusula, que es lo que hizo la Alianza Atlántica en los años 50 al crear la OTAN, y eso significaría la autonomía militar de la UE. La base legal para construir una Unión Europea de Defensa (UED) está ahí, y solo falta la voluntad política de crear las estructuras necesarias, bajo la autoridad del Consejo Europeo. 

No se trataría de crear un ejército europeo que replicara uno nacional, unificado, con una sola cadena de mando y una misma dependencia orgánica. Eso es inviable en una Unión que mantiene la soberanía de sus miembros, y cuyos ejércitos siguen teniendo misiones nacionales. Solo habría que organizar una estructura de mando, similar a la de la OTAN, desde el nivel político al operativo, aprovechando las instituciones y los Cuarteles Generales existentes, y hacer una asignación de fuerzas nacionales a esas estructuras solo a efectos operativos, no orgánicos, también del mismo modo que se hace en la OTAN, que no tiene fuerzas propias, sino solo las de los aliados (excepto 15 aviones de Mando y Control)

La coordinación de los ejércitos de los Estados miembros produciría evidentes sinergias, al evitar que determinados medios y capacidades estén multiplicados por 27 y que exista un número excesivo de diferentes materiales, con los problemas logísticos y el encarecimiento en su producción que esto conlleva. Los acuerdos de colaboración, como el pooling, que significa poner en común una determinada capacidad, reuniendo los medios que la hacen posible y acordando las normas para hacer uso de ellos, o el sharing que consiste en que uno de los socios comparta una capacidad propia con los demás, que pueden compensarle con la financiación de esa capacidad o compartiendo a su vez con él alguna otra, evitan duplicidades y permiten el máximo aprovechamiento de los recursos, existentes o futuros, lo que puede traducirse en  ahorros significativos en ciertos sectores sin perder capacidades esenciales. 

La posibilidad más importante de sharing sería que Francia compartiera su capacidad de disuasión nuclear en favor de la UED, ya que desgraciadamente, y mientras no se consiga la completa desaparición de las armas nucleares, poseerlas es aún la única forma de resistir la presión o coacción de una potencia nuclear. Aunque Francia solo posee unas 290 ojivas nucleares su disuasión puede ser suficiente, ya que dispone de vectores embarcados en submarinos que pueden alcanzar casi cualquier objetivo sin ser interceptados y neutralizados Estas armas seguirían bajo la última decisión de empleo francesa, igual que en la OTAN las de EEUU solo dependen de la decisión de Washington, pero se podrían establecer protocolos de consulta y empleo para protección del resto de los socios, que a su vez compensarían a Francia con financiación para la modernización y mantenimiento de estas armas.

Compartir una defensa común, implica –en particular cuando no hay un líder hegemónico que marca el rumbo– un proceso previo de definir las amenazas y consensuar los objetivos políticos y militares, de acuerdo con los principios y valores de la UE, que se considera una potencia pacífica y no tiene otro interés que defenderse si es agredida. Solo después de tener estos extremos claros, y de estudiar las capacidades que se pueden compartir, y las carencias o vulnerabilidades del conjunto, se podrá elaborar un plan para superarlas, y solo entonces se podrá evaluar cuánto dinero es necesario para conseguir esos objetivos, que probablemente será mucho menos que la enorme cifra que ha fijado arbitrariamente la Comisión Europea. 

Los que dicen que este aumento desmedido del gasto se plantea para crear una defensa europea común autónoma, o están engañados o lo utilizan como coartada para lograr su aceptación, aprovechando que esta idea puede tener el apoyo mayoritario de los ciudadanos, porque no se ha dado ni un solo paso en esa dirección. Se pretende empezar por aprobar unos presupuestos desmesurados sin saber para qué, ni cómo, ni bajo qué autoridad o coordinación serán empleados, lo que solo puede ir en beneficio de la industria de defensa estadounidense, porque la europea tardará años en estar preparada para absorber esas enormes inversiones.

La iniciativa UE plus

De hecho, las propuestas para hacer frente al presunto abandono de Trump y a la poco verosímil amenaza rusa, no han partido de la UE, las instituciones comunitarias han estado ausentes, al menos al principio, la Comisión solo ha despertado para pedir más gasto en armas en línea con lo exigido por Trump. Las iniciativas han partido de Macron y –sobre todo– del premier británico Keir Starmer que parece pretender que Londres sustituya a Washington como líder de una especie de OTAN sin EEUU, pero con el respaldo y la dirección a distancia de EEUU, en la que estarían los miembros de la UE más Reino Unido, Turquía, Noruega, Islandia y quizá Canadá. Así, la UE se desvanece en favor de Europa.

Este formato es un absoluto despropósito si se quiere organizar una estructura defensiva coherente. No se sabe bajo qué autoridad actuaría ni quien daría las directrices políticas ni a quién se reportaría, ya que no hay ningún foro político que agrupe a estos países, como no sea la propia Alianza, pero la OTAN sin su líder, EEUU, no puede existir, y si es con EEUU todo este movimiento no tiene sentido. Para los que pretenden una autonomía estratégica europea, es aún peor. Incluir a Reino Unido en la iniciativa es meter al enemigo en casa, porque los británicos jamás han querido la unidad política europea ni mucho menos su autonomía defensiva. Las torpedearon cuando estaban dentro y lo hacen más tenazmente desde fuera, porque una de sus constantes estratégicas - heredada por EEUU – es impedir que surja en el continente un polo político que pueda competir con el liderazgo anglosajón.

Una decisión ineludible

La Alianza Atlántica no es ya la solución para Europa porque no responde a los intereses europeos sino a los de EEUU, y además no es fiable, como está demostrando Trump. Pero abandonar la OTAN sin tener una estructura defensiva europea alternativa a la que acogerse, es un salto en el vacío que parece poco responsable. Tampoco formatos artificiosos como la llamada iniciativa europea, que sobrepasa el ámbito de la UE y no ofrece un marco político sólido y efectivo, tiene ningún sentido. Se impone, ahora más que nunca, tomar la decisión política de construir una defensa común autónoma propia de la UE, creíble y suficiente, que le permita garantizar su defensa y su acción en el mundo sin depender de una potencia externa que no controla y que puede eventualmente dejarla sola. Una decisión que está pendiente desde hace más de 30 años y es imprescindible para la supervivencia de la UE.

Tal vez en estos momentos sea poco viable intentar alcanzar ese objetivo a 27, dada la división interna existente. Pero algunos Estados miembros pueden tomar la iniciativa y adelantarse, constituyendo una unión de política exterior y defensa, a la que después se irán uniendo otros. Así se hizo con la creación del euro y salió bien. Una vez más hay que apelar a la responsabilidad de nuestros dirigentes, tal vez a su valentía, porque de esta decisión va a depender el futuro de Europa y por ende el nuestro y el de las próximas generaciones.

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