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Vivan los mundos de Yupi

Imagen de archivo de soldados ucranianos trasladando un misil en las cercanías de Kiev. EFE/Sergey Dolzhenko
16 de marzo de 2025 22:51 h

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Hola, vivo en los mundos de Yupi. Pacifista, pero de salón. Un pancartero. Tengo un armario lleno de camisetas pacifistas. Y chapas. Mira, en mi solapa una de “No a la guerra”. Naif. Buenista. Flowerpower. También puedes llamarme tonto útil de dictadores. Equipárame con Chamberlain en 1938, y recuérdame falazmente episodios históricos en los que yo, no lo dudas, habría estado dispuesto a negociar con los malos. Peor que negociar: a rendirme. Me habría rendido ante los nazis, y por supuesto ante los franquistas, sin defender la República.

¿Me he dejado algo? Si falta algún insulto, siéntete libre de añadirlo al final del párrafo anterior.

No falla: en cuanto suenan los primeros tambores de guerra, antes que bombas llueven insultos sobre quienes dudamos, mostramos reservas, planteamos alternativas o directamente rechazamos entrar en una guerra, invadir países, tomar partido en un conflicto, enviar armamento o, como ahora, “rearmar Europa”. Siempre somos los mismos, y siempre nos caen los mismos denuestos: los mundos de Yupi. Pacifistas de salón. Pancarteros. Los del No a la guerra. 1938.

Lo hemos visto en todas las guerras del último medio siglo en las que España, Europa o la OTAN se han implicado, siempre siguiendo a Estados Unidos. Guerras que nunca eran guerras, siempre humanitarias, contra el terrorismo y por la libertad, para detener genocidios y frenar a tiranos. Guerras “inevitables”, claro. En todos los casos, a quienes nos opusimos o cuestionamos la narrativa belicista oficial, nos cayó el primer párrafo entero. A veces también desde posiciones de izquierda.

Los belicistas nunca son belicistas, porque siempre acompañan su ardor guerrero con eso de “yo soy el primer defensor de la paz”, que suena igual que lo de “yo no soy racista pero…”. Suena a que no eres tan defensor de la paz como crees, si cada vez que asoma una guerra y se nos pide participar (con tropas, armas, logística o las bases en nuestro territorio), en seguida secundas el toque de corneta. No serás tan pacifista cuando solo eres partidario de la paz… en tiempos de paz. Menuda cultura de la paz la tuya.

Todas esas guerras del último medio siglo en las que España, Europa o la OTAN se implicaron siguiendo a Estados Unidos, acabaron con matanzas, destrucción, inestabilidad y generalmente peores consecuencias que las que se buscaba evitar con la guerra. También para el pueblo que decíamos defender. Lo mismo en las dos guerras de Irak que en las balcánicas, Afganistán o ahora Ucrania, donde tres años de intenso suministro bélico no han servido para expulsar al invasor, garantizar la integridad territorial ni evitar miles de muertes y enorme destrucción. La culpa original y principal es por supuesto del invasor, pero algo habrá contribuido el empecinamiento belicista y la negación de cualquier otra salida que no fuera más guerra, ignorando o despreciando los intentos mediadores de otros países (y los ha habido).

Pese a todo, los buenistas, los pacifistas de salón, los de la pancarta y la chapita, los tontos útiles, seguiremos apostando por la resolución pacífica de conflictos, rechazando el belicismo y la carrera armamentística, recordando que Europa ya gasta tres veces más que Rusia y por tanto no necesita gastar más (y ya veremos si “gastar mejor”, no sea un eufemismo para gastar más), y advirtiendo de que el belicismo ambiental solo da más alas a la extrema derecha. De nada. Y que vivan los mundos de Yupi.

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