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El declive de las democracias

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¿Están en declive las democracias del mundo?; sería la pregunta consecuente a la vista de lo que está ocurriendo con ese virus pandémico del auge de la extrema derecha que está atacando con saña a la democracia liberal. Porque los autoritarismos resultantes, allá donde alcanzan el poder, son algo que solo beneficia a las élites poderosas en detrimento de todos los demás; es decir, el noventa y cinco por ciento de los ciudadanos de cada país.

¿Y esta afirmación cuenta con los suficientes elementos objetivos capaces de avalarla con legitimidad?

Los gobiernos de Giorgia Meloni, en Italia, Viktor Orbán, en Hungría, Donald Trump en Estados Unidos, Javier Milei en Argentina, y los ascensos de los partidos de ultraderecha en la mayoría de los países europeos, alcanzando los mejores resultados de sus últimos tiempos, así lo avalan. 

Pero, ante el hecho objetivo de estas realidades, existe otro no menos objetivo, y es que, en los casos considerados, los candidatos populistas de ultraderecha han llegado al poder a través del ejercicio democrático de unas votaciones libres en el seno de legítimos procesos electorales. ¡Al parecer, la historia se repite!

La cuestión, por tanto, no es si son legítimos estos gobiernos de ultraderecha; sino qué está ocurriendo en el electorado para que abandone masivamente el tradicional conservadurismo de los centros moderados, tanto de izquierda como de derecha, que ha venido siendo la norma en el marco del sistema democrático occidental.

Gran parte de los analistas políticos suelen hacer hincapié en la proliferación de la desinformación, multiplicada por mil con el uso masivo de las redes sociales. La sobreabundancia de noticias informativas es tal, que ha conseguido que la inmensa mayoría de la población solo lea aquello que está acorde con sus preferencias políticas; es decir, solo se leen aquellos medios o noticias que ofrecen una interpretación de la realidad acorde con nuestros deseos y creencias. Y cuando además actúan, sobre todo en las redes sociales, suelen hacerlo con los afines, desdeñando a los contrarios. De este modo, incluso para los más independientes pensadores críticos, la búsqueda de la verdad presenta dificultades insalvables.

De lo único que hoy podemos estar seguros, es que los partidos políticos ya solo luchan por el poder; los que lo tienen porque no quieren perderlo, y los que no lo tienen porque desean alcanzarlo. Y ello a cualquier precio, aunque éste sea el de la propia democracia.

¿Y por qué desean el poder a cualquier precio? Pues, obviamente, por la cantidad de prebendas que otorga cuando se ejerce sin controles democráticos; aquellos que derivan de la constitucional separación de poderes del Estado; algo que es inexistente en el momento actual.

Pero es que no son solo los partidos políticos los que tienen intereses: los tienen, igualmente, los medios de comunicación afines a ellos; y todo aquel que de una manera u otra obtenga beneficios derivados de su apoyo público. Es decir, tienen intereses todos aquellos a los que las cosas no les van del todo bien con los que gobiernan y, por tanto, con la llegada de los contrarios, esperan mejorar; y aquellos a los que las cosas les van bien y/o medianamente bien con los que están gobernando, y, por tanto, no desean cambiar.

Así que es muy posible que el gran problema no sea el ascenso de los populismos de extrema derecha, a los que, igual que ocurre con los de la extrema izquierda, conviene tener dentro del sistema político; sino la enorme cantidad de gente común descontenta con la actuación de los políticos, la corrupción, y con el enorme deterioro de la situación social. Si a ello añadimos el control de la información que alimenta a cada extremo con aquel maná de lo que quieren oír, el plato está servido.

¿Y de la democracia, qué? Pues de la democracia nada: al fin, años ha, que prácticamente estamos sin ella, y aquí nos da igual. Porque como dice nuestro refranero: “Ande yo caliente, y ríase la gente”. Pues eso, cada uno a lo suyo, y los que manejan el cotarro a forrarse a costa de los demás. Al fin “lo que es del común, no es de ningún”.

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