El frágil control de la tuberculosis se resquebraja en el mundo: España revisa su plan para revertir el ascenso de casos

Los epidemiólogos dicen de la tuberculosis que es una enfermedad “desafortunada” porque su precario control se puede romper a la mínima. La crisis sanitaria del SARS-CoV2 hizo un favor a la infección que más mata en el mundo aunque es prevenible y curable. Su principal síntoma, la tos, se confundía con la infección por coronavirus y los pacientes no acudían de manera normal al sistema sanitario. Del momento más crítico han pasado ya cinco años, el tiempo suficiente para comprobar que lo que parecía algo coyuntural y vinculado al retraso en los diagnósticos no cesa: los casos de tuberculosis en España han abandonado la senda del descenso. El cambio de tendencia parece estar consolidándose.
Aunque sigue teniendo poca prevalencia en comparación con otros países, España contribuye a una curva mundial que no desciende lo que debería. 10,8 millones de personas contrajeron tuberculosis en el mundo en 2023 y 1,25 millones fallecieron por esta causa, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud. El impacto es muy desproporcionado en el mundo: más de dos tercios del total de casos se concentraron en solo estos países: Bangladesh, China, Filipinas, India, Indonesia, Nigeria, Pakistán y la República Democrática del Congo.
En España se contagiaron 3.994 personas en ese periodo, con una tasa de 8,2 casos por cada 100.000 habitantes, un 7% más que en 2022. Media docena de expertos consultados por elDiario.es confirman que, pese a que en los últimos años se ha avanzado en vacunas y en fármacos, la situación ha dejado de mejorar. Para hacerle frente, coinciden, se necesita inversión que permita un diagnóstico más temprano y poder seguir a los contactos para evitar que la bacteria continúe contagiándose.
Esta sed de recursos, que siempre han sido deficitarios a nivel global, se está volviendo todavía más pronunciada tras los tijeretazos de financiación de países como Estados Unidos a programas internacionales y a sus propias agencias que operaban en el exterior, como USAID. “Los enormes logros que el mundo ha conseguido contra la tuberculosis en los últimos 20 años están ahora en peligro, ya que los recortes en la financiación empiezan a interrumpir el acceso a los servicios de prevención, detección y tratamiento de las personas con tuberculosis”, denunció este lunes el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. “Acabar con la tuberculosis no es un sueño. Es una elección”, afiló el doctor Hans P. Luge, responsable de la oficina de la OMS para Europa.
Que los países con más prevalencia vayan a peor por causa de estos recortes puede terminar por afectar a los territorios que parecen más a salvo. “A países o poblaciones que no creeríamos”, apunta Eva Tabernero, neumóloga en el Hospital de Cruces (Barakaldo) y directora del Proyecto Integrador de Tuberculosis de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR). “Las bacterias de tuberculosis no tienen fronteras”, remata el epidemiólogo Joan Caylà, exjefe del Servicio de Epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona.
En España, Catalunya está monitorizando un brote que afecta al menos a 25 personas desde el año 2022, cuyo origen habría sido una persona en precariedad social que no tuvo buena adherencia a los tratamientos, según La Vanguardia. También este pasado fin de semana se confirmó el diagnóstico del futbolista Lucas Pérez, quien debe apartarse temporalmente de su nuevo equipo, el PSV, para prevenir el contagio de sus compañeros.
Hemos dado tumbos y estamos así. Cada vez hay más novedades positivas en cuanto a diagnóstico y tratamiento pero a pesar de estas mejoras en lugar de bajar los casos, aumentamos
¿Un aumento consolidado?
El hecho de que España tenga pocos casos –si se comparan con otros países de ingresos más bajos– “hace que la tendencia al alza aún sea un poco confusa”, matiza Pedro Gullón, director general de Salud Pública del Ministerio de Sanidad. Igualmente, el departamento que dirige Mónica García decidió encargar una evaluación “intermedia” del plan nacional en marcha contra la tuberculosis aprobado en 2019.
Esa revisión arrojó cuestiones que había que cambiar para enderezar la curva de nuevo hacia abajo como revisar los indicadores para medir cómo evoluciona la enfermedad incluyendo variables, por ejemplo, que permitan medir el acceso, a diagnóstico y tratamiento, de poblaciones vulnerables. “Nos pedían actualizar el plan acorde a nuevas realidades o mejorar los mecanismos de gobernanza, como el diálogo entre comunidades”, concreta Gullón.
“Hemos dado tumbos y estamos así. Cada vez hay más novedades positivas en cuanto a diagnóstico y tratamiento, pero a pesar de estas mejoras en lugar de bajar los casos, aumentamos. Estamos fallando en diagnóstico, en estudio de contactos y en cumplimiento de tratamientos”, señala el epidemiólogo Joan Caylá, exjefe del Servicio de Epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona. La evaluación del plan revela, por ejemplo, que ha aumentado ligeramente el porcentaje de personas que abandonan el tratamiento.
La tuberculosis está causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis y puede sobrevivir tiempo en el organismo sin dar la cara hasta que el sistema inmunitario se debilita. Se estima que un 20% de la población mundial estaría afectada por la bacteria aunque si no hay síntomas no hay infección activa y, por tanto, no se produce contagio. La transmisión es a través del aire, por inhalación de gotitas al hablar, toser o estornudar.
Muy lejos de los objetivos
Así que nadie cuenta –ni dentro ni fuera del Ministerio– con alcanzar los objetivos del plan en 2030: reducir los casos un 80% respecto a 2015. Hasta ahora han caído un 22%. En lo inmediato se confirma además que tampoco se va a conseguir bajar los diagnósticos en un 50% para 2025. El año en el que estamos. “Hay cosas en marcha que podrían ayudar, como nuevas técnicas diagnósticas que permiten verlo de manera más precoz, 15 vacunas candidatas en ensayos clínicos –una española en fase III– o fármacos que nos vengan a ayudar en el futuro”, proyecta Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca.
“Estamos muy lejos y si seguimos haciendo lo mismo no lo vamos a conseguir. Hay que cambiar las formas de actuar”, opina Tabernero. La doctora pone el foco en la falta de acompañamiento social y comunitario en los tratamientos. Se pueden prolongar hasta seis meses en los que es factible perder la pista del paciente. “No es como una neumonía que se trata en siete días. Tenemos que estar muy pendientes de las poblaciones vulnerables. La pobreza va asociada a la malnutrición y no estar bien alimentado hace que bajen las defensas y se facilite el contagio”, afirma. La OMS está trabajando en acortar las terapias a cuatro semanas, pero aún no se aplica en España.
La tuberculosis, igual que no entiende de fronteras, tampoco se comporta diferente según la clase social. “Cuando alguien recibe un diagnóstico todavía se sorprenden y me dicen: ¿pero no estaba erradicada? ¿Pero cómo lo voy a tener si no soy pobre?”, cuenta Caylà, que recuerda que es la infección que más mata a escala mundial. “Es como si cada año tres cuartas partes de Barcelona murieran”, ejemplifica.
Otro factor que no ayuda a caminar hacia adelante son las bacterias multirresistentes. En España son pocos casos, dicen los expertos, y normalmente se importan de países muy afectados donde los tratamientos no son completos. Esto permite a la bacteria hacerse fuerte, transformarse y seguir transmitiéndose. “Se generan casos secundarios ya resistentes y hay que detectarlos rápidamente”, apunta el epidemiólogo.
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