El supuesto bulo de Urtasun sobre Miguel Hernández: “Dejarlo morir en la cárcel es asesinato por omisión”
En la semana en la que el Gobierno ha reconocido como víctima de la Guerra Civil y el franquismo y hecho oficial la anulación de su condena, el poeta Miguel Hernández se ha hecho viral por otra razón. Numerosos comentarios en redes sociales y artículos en algunos medios acusan al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de haber difundido “un bulo” por asegurar que “fue asesinado por transmitir sus ideas”. Lo hizo a través de un mensaje en X tras el acto de homenaje al escritor oriolano celebrado en el Ateneo de Madrid, al que asistió la familia.
No es la primera vez que ocurre. El propio Urtasun ya fue increpado hace semanas por afirmar lo mismo y se trata de una polémica recurrente desde hace tiempo en la que hay voces que siempre insisten en que el poeta murió enfermo sin hacer referencia a por qué y en qué condiciones. Pero ¿qué le pasó a Miguel Hernández?
El autor de El Rayo que no cesa o las famosas Nanas de la cebolla, que escribió para su hijo desde prisión, moriría en la madrugada del 28 de marzo de 1942 de una tuberculosis en el Reformatorio de Adultos, centro penitenciario de Alicante. Pero su final no puede deslindarse de la represión franquista a la que fue sometido debido a su posicionamiento político en contra del régimen. De hecho, su estado de salud fue empeorando con el tiempo debido a las condiciones penosas de hambre, frío, falta de higiene y masificación que vivió en la cárcel.
Sin embargo, nadie le auxilió ni le prestó asistencia sanitaria. Las pocas y precarias medicinas a las que pudo acceder fueron las enviadas por su mujer, Josefina Manresa, mientras estaba encerrado. “Josefina, la fiebre se va poco a poco y estoy mejor. Manda hoy mismo otra caja de inyecciones BISEPTISEN [...] Da besos a Manolillo. Miguel”, le escribió por última vez en un trozo de papel higiénico. Su producción literaria desde prisión fue intensa y es conocida, pero al final de su vida, en sus últimas misivas a Josefina, ya casi todo se reduce a la enfermedad y la necesidad de alimentos y medicamentos.
Su voz se va apagando poco a poco a la espera de un tratamiento que nunca llega. Su familia y su entorno siempre han defendido que lo dejaron morir. Joan Pamiés, que fue portavoz de la familia hasta 1997 por petición de Josefina Manresa, lo explicaba así a este medio hace poco: “Fue un asesinato por omisión y la razón de por qué lo dejaron morir es su antifascismo”, decía recordando “la coherencia” con la que Hernández lo afrontó: “Le ofrecieron varias veces que se arrepintiera y se expresara a favor de Franco, pero nunca lo hizo”.
El conocido como poeta del pueblo, que llegó a afirmar en los interrogatorios a los que fue sometido que creía que el Movimiento Nacional “no puede hacer feliz a España”, vivió un duro periplo represivo desde que el 30 de abril de 1939 fuera detenido en la localidad portuguesa de Moura intentando huir. Durante la Guerra Civil, Hernández militó en el Partido Comunista, se alistó en el 5º Regimiento del Ejército Republicano, intervino en actividades propagandísticas en los frentes y colaboró en publicaciones comprometidas con la causa republicana.
Sometido a maltrato y torturas, el poeta llegó a pasar por una docena de prisiones y fue objeto de dos procesos sumarios: el nº21001 y el 4407, que ahora han sido anulados en virtud de la Ley de Memoria Democrática. Fue el primero el que acabó en sentencia condenatoria a la pena de muerte por “adhesión a la rebelión”: así, el 18 de enero de 1940 el Consejo de Guerra Permanente nº5 consideró probado que el escritor era “de antecedentes izquierdistas” y se dedicó a la publicación de “numerosas poesías, crónicas y folletos, de propaganda revolucionaria y de excitación contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional, haciéndose pasar por 'el poeta de la revolución'”.
Poco después se le conmutaría la pena por una de 30 años de prisión, pero solo llegaría a cumplir poco más de dos. Según ha concluido el catedrático de la Universidad de Alicante Juan A. Ríos Carratalá, que ha estudiado a fondo los sumarios, en la decisión pudo haber influido la presión de amigos de Hernández afines al régimen como el poeta falangista Dionisio Ridruejo, pero para el experto lo que más peso tuvo fue el hecho de que la dictadura no podía permitirse una repercusión internacional similar a la del fusilamiento de Federico García Lorca. Al franquismo le importaba su imagen exterior y al mismo tiempo la condena al poeta “debía ser ejemplar”.
“En realidad, no hicieron nada para evitar su fallecimiento y le dejaron morir. La enfermedad les dio la oportunidad de llegar al mismo resultado sin coste reputacional y pensando que así no se convertiría en un mártir”, esgrime Ríos Carratalá.
Sin embargo, no es poco común que desde algunos sectores se intenten desvincular sus ideas de su vida y su muerte. Ocurrió hace un par de meses en la Comunitat Valenciana, donde varios ayuntamientos tramitaron mociones para pedir la nulidad de sus condenas –con el PP votando distinto en función de sus alianzas con Vox– y la Generalitat de Carlos Mazón impulsando una declaración institucional que no nombraba ni el Golpe de Estado de 1936 ni la dictadura.
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