Pacheri, la joya del embalsamamiento egipcio que el Louvre prefiere no tocar

Es más fácil abrir una tumba que decidir qué hacer después. Entre la superstición, la ciencia y la prudencia, hay cuerpos que imponen incluso siglos después de morir. No por su aspecto, ni por leyendas tenebrosas, sino por el miedo a tocar donde no se debe. Porque en algunos casos, lo que más intimida no es lo que se ve, sino lo que podría deshacerse con un solo gesto. Y eso, en el mundo de las momias, vale más que cualquier maldición.
Sin ajuar, sin contexto y sin certezas
Pacheri es un ejemplo perfecto de esa tensión. Es la única momia del Museo del Louvre en la actualidad - antigumente sí habían más - y, sin embargo, no tiene ni una vitrina central ni una placa con su nombre. El museo, de hecho, evita llamarla de ninguna forma. En los textos oficiales figura solo como la momia, aunque algunos egiptólogos han identificado dos posibles nombres escritos a toda prisa en su interior: Pacheri o Nenu. La duda sigue sin resolverse, como casi todo lo que la rodea.
Su ubicación ya marca una diferencia. Nada de grandes salas ni focos frontales. La momia descansa en la cripta de Osiris, al fondo de la sala 15 del ala Sully. Para encontrarla hay que atravesar una zona estrecha, casi encajada entre vitrinas y paredes. Muchos visitantes preguntan sin éxito dónde está, y solo dan con ella por casualidad. Allí, en un nicho oscuro, permanece apartada de todo, como si el museo respetara también su descanso.

Es un cuerpo masculino, de unos 1,65 metros, que vivió durante el periodo ptolemaico, en torno al siglo III a.C. Se sabe por los análisis de rayos X que es un adulto, pero nada más. No hay contexto arqueológico, ni ajuar, ni inscripción legible que confirme su origen. Solo una momia que fue adquirida y trasladada a París en una época en la que muchas otras no sobrevivieron al viaje. Por eso esta se conserva, y por eso está sola.
Tocar lo mínimo, perder lo mínimo
Lo que la hace única no es solo su soledad, sino su estado. La momia está envuelta en lino, posee una máscara que debía proteger la cabeza, un collar ancho sobre el pecho, un delantal decorado sobre las piernas y una funda que rodea los pies. Cada una de estas piezas tiene escenas y símbolos del paso al Más Allá.
En el delantal aparecen Isis y Neftis flanqueando la figura del difunto tumbado, junto a los cuatro hijos de Horus. En los pies se repite la imagen del dios Anubis, encargado de guiar a los muertos.
La técnica de momificación es excelsa, y no solo por la conservación del cuerpo, sino por la precisión con la que fue vendada la cabeza: el patrón de lino trenzado forma un relieve que recuerda a una pirámide. Estas vendas están dispuestas en cuadrados concéntricos que cubren el rostro con una simetría casi arquitectónica.
Originalmente, sobre ellas descansaba una máscara funeraria decorada con un escarabajo alado —símbolo del renacimiento— que ahora se exhibe junto a la momia. El resto del cuerpo está cubierto por un cartonnage pintado, elaborado con capas de lino o papiro recubiertas de yeso, un material habitual en los rituales egipcios, pero pocas veces se encuentra con este nivel de detalle.
Además, los análisis han revelado que conserva todos sus órganos internos, algo extraordinario y sin precedentes porque en la mayoría de casos, durante el proceso de embalsamamiento, eran extraídos y depositados en vasos canopos o eliminados.
Debido al alto nivel de conservación no se ha desenrollado ni una venda. Nadie ha intentado restaurarla más allá de lo imprescindible. A diferencia de otras momias, que se han investigado o expuesto sin demasiados miramientos, esta ha mantenido su integridad por el mismo motivo que impone respeto: su fragilidad. El Louvre ha preferido conservarla tal cual antes que arriesgarse a perder algo de valor incalculable.
Pacheri —o Nenu, o nadie— sigue presente en el museo más famoso de París. No tiene nombre claro ni historia confirmada, pero su presencia es constante. No necesita explicación, ni paneles informativos. Solo está, perfectamente envuelto, con la quietud de quien no ha sido tocado en siglos. Y aun así, conserva más fuerza que muchas biografías enteras.
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