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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

No es un año nuevo, es el mismo sistema

Concentración en repulsa por el asesinato machista de una mujer de 29 años en el distrito madrileño de Usera, en Madrid.

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La violencia de género es un fenómeno que desgarra el tejido social y expone las profundas desigualdades estructurales que persisten en nuestra sociedad. Cada año, el conteo de víctimas mortales comienza de nuevo, como si el calendario tuviera el poder de borrar el dolor acumulado y reiniciar la tragedia. Este ritual de cuentakilómetros cero no sólo deshumaniza a las mujeres, reduciéndolas a números en una estadística, sino que también perpetúa una narrativa insidiosa: que esta violencia es inevitable, una constante natural y no el resultado directo de sistemas de desigualdad profundamente arraigados.

Cada comienzo de año, los titulares anuncian el “primer asesinato machista del año”, seguido del segundo, el tercero, y así sucesivamente. Este conteo fragmentado, que parece mecánico e impersonal, refuerza la desensibilización colectiva ante la violencia de género. Las mujeres asesinadas dejan de ser personas con historias, sueños y familias, para convertirse en cifras en una lista interminable. Este enfoque narrativo invisibiliza la verdadera dimensión del problema: cada asesinato machista no es un hecho aislado, sino el último eslabón de una cadena de violencias que muchas veces han sido ignoradas, normalizadas o minimizadas.

La deshumanización también tiene un impacto directo en la percepción social de la violencia de género. Si las víctimas son únicamente números, la empatía se diluye y el fenómeno se percibe como una suerte de estadística inevitable. Esto anestesia a la sociedad frente a una realidad que debería provocar indignación y movilización. Además, reduce la urgencia de implementar medidas efectivas y transforma un problema estructural en un hecho cotidiano que se acepta con resignación.

La violencia de género, en todas sus manifestaciones, ha sido normalizada de tal forma que muchas veces pasa desapercibida hasta que ocurre un hecho extremo. Comentarios machistas, desigualdades enquistadas, acoso o violencia digital son aceptadas como parte del paisaje cotidiano. Este proceso de normalización alimenta una espiral de tolerancia que permite que las formas más graves de violencia se sigan reproduciendo.

Añadido a esto, los discursos negacionistas y de odio hacia las mujeres han encontrado un terreno fértil en la polarización actual y el auge de movimientos reaccionarios. En particular, preocupa la creciente resistencia de hombres jóvenes, que adoptan posturas que minimizan o niegan la violencia de género. Este tipo de discursos no sólo perpetúan la violencia, sino que también obstaculizan los avances en materia de igualdad.

La influencia de estos discursos se ve agravada por las redes sociales, que actúan como amplificadoras de mensajes misóginos. Estas plataformas permiten que figuras públicas y comunidades enteras promuevan ideas retrógradas sin enfrentar consecuencias tangibles. Además, la desinformación y las teorías conspirativas, como la idea de que las leyes de protección a las mujeres discriminan a los hombres, refuerzan el escepticismo hacia las políticas públicas destinadas a combatir la violencia de género.

Para combatir la violencia de género es necesario un enfoque integral que aborde tanto las causas estructurales como las expresiones más visibles de esta problemática. Esto implica: reforzar la educación y sensibilización igualitarias, la regulación y control de los discursos de odio, el apoyo social a las víctimas, el diseño de políticas integrales y rigurosas, y un cambio narrativo que enfatice la responsabilidad colectiva para erradicar esta forma de violencia.

La violencia de género no es un destino inevitable ni una estadística pasajera. Es una consecuencia directa de desigualdades estructurales que debemos enfrentar con determinación y urgencia. Romper el ciclo de la deshumanización, desafiar los discursos de odio y negar la normalización son pasos esenciales para construir una sociedad más justa. Sólo así podremos aspirar a un futuro donde la igualdad sea una realidad y no una utopía distante.

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