El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Las playas vacías del invierno, mojadas por la lluvia cuando casi anochece. ¿Cómo son los lugares que amamos cuando nadie los mira? ¿Cómo son cuando, a través de una rendija, los espiamos? ¿Se acuerdan de nosotros? ¿Quién consuela la soledad de los veleros en los puertos de marzo? ¿Quién la persiana metálica de los chiringuitos?
Volver, como un polizón, a los lugares del verano. Volver cuando parece que no toca, para acariciar el deseo de cada septiembre. Ese deseo de no regresar. Saber cómo habría sido. Buscar la solución a una pregunta sin respuesta.
Pasear como quien pasea por una historia de Martínez de Pisón. Como quien se sienta a cenar en la pizzería de una novela póstuma de José Luis Rodríguez mientras el mar ruge allá afuera. Vidas al margen cuando los márgenes son el único argumento. Cuando lo excepcional es cotidiano y el ritmo frenético del sol es ahora la luz de una farola callada y tenue.
Buscar el fantasma de edificios olvidados, de ferias que se fueron y de un Dios que se fue, también, pero que se acarició allí muy cerca. Encontrar, sin embargo, una casa con terraza y otro fantasma acaso más temible: nuestro yo adolescente bailando en una discoteca con nombre de despedida.
Cuando eso ocurre, lo más inteligente es protegerse de la lluvia, encontrar algún bar, pedir una cerveza, unas patatas. Sacar un libro del abrigo y sentarse a leer. Huir de nuevo a otra realidad. Inventar otro mundo. Marcharse a vivir a otra fantasía.
Más tarde, cuando ya hayamos vuelto a la ciudad, querremos conocer qué ocurre allá. Nunca lo sabremos. Necesitamos autorización para acceder a las grabaciones de las cámaras de seguridad. Y nadie nos concederá ese permiso. Huiremos de nuevo a otra realidad. Inventaremos otro mundo. Nos marcharemos a vivir a otra fantasía.
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