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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El desamor

Jesús Quintero y Antonio Gala.

Juan José Fernández Palomo

15 de febrero de 2025 20:02 h

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Cuando yo era muy joven, le escuché a Antonio Gala en una entrevista decir: “lo contrario del amor es el desamor”. Y eso, para mí, adolescente enamorado, fue todo un aprendizaje. Sobretodo porque desapareció el odio como un antónimo demasiado obvio.

Pensaba en eso el pasado Día de San Valentín, cuando nos envuelven los caramelos del consumismo con azúcar, y hasta en el más pequeño badulaque de barrio te ofertan un ramo de flores, una caja de bombones o un globo con forma de corazón.

Como gran empresa milenaria que es, hasta la Iglesia Católica ha lanzado esta temporada con motivo de el Día de los Enamorados una campaña para intentar aumentar los matrimonios católicos o “frenar” la tendencia al divorcio de aquellos que se casaron y el tiempo y las cosas, como diría Serrat, aflojaron la cosa.

Es divertido. La Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la vida ha propuesto acciones y actividades como jugar en una escape room, “hacer un camino juntos” (el de Santiago, supongo), una master class de cocina y, la más interesante: una cata de vinos con catequesis incluida. Alto cachondeo aquí.

En realidad, si lo piensan, nada nuevo. Buen intento.

La Iglesia, como otras grandes empresas, debería tener en cuenta la opción del desamor como nicho de negocio.

Porque les voy a contar una cosa: enamorarse es una maravilla, una belleza intangible, un estado de ánimo, cierta febrícula… Una zambullida.

Pero desenamorarse es un trabajo, un negocio, una putada, una partida en un juego sin reglas… Desenamorarse es muy difícil.

La Iglesia no debería seguir intentando barrer para casa a los desenamorados. Debería acompañarlos a sus nuevas rutas.

San Valentín debería reconvertirse. Está un poco encasillado.

Es muy posible que los desenamorados estén llenos de amor y aún no lo sepan.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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