Escenas de una vida

- Los gatos son chicas.
- Y los perros, chicos -dijo Dawn Pepperdine.
(Lionel Asbo, Martin Amis)
Hay una escena de la excelente película Los destellos, de Pilar Palomero, que se me ha quedado (y sospecho que se me quedará) grabada en la memoria, aquella en la que padre e hija bailan juntos mientras suena una copla de fondo. Es tan auténtica que el amor que ahí se profesa traspasa la pantalla y te llega como un tsunami que te arrasa, te penetra y hace, por tanto, que conectes de forma directa con lo que esos dos están viviendo, una despedida en forma de baile.
De nuestra vida, como del cine que hemos visto y de las novelas que hemos leído, recordamos tan sólo una brevísima porción: escenas aisladas. El primer beso, la emoción al conseguir un trabajo, un premio, una situación desternillante con amigos en la madrugada en un pub, aquella caída de la bicicleta porque no tenías que haber saltado aquella rampa o la llamada de teléfono para informarte de la muerte de tu amigo adolescente. Es una selección que hacemos nosotros o nuestra memoria por su cuenta, que es como si fuera nosotros pero no del todo, quién sabe qué del cerebro. El caso es que nos hacemos un resumen vital porque no podemos recordar todo durante todo el tiempo, como en aquel cuento de Borges, Funes el memorioso.
A mí me ocurre lo mismo con las películas y las novelas, y sospecho que a todos debe de ocurrirles algo parecido, pues cualquiera de nosotros es igual al otro, todos somos la medida del mundo. Me ocurre, pues, que mi recuerdo más claro y evidente de las obras consumidas es una escena concreta que por algún motivo se ha instalado en mi disco duro. Y esto me hace pensar si toda esa película o toda esa novela no habrá sido tan sólo una excusa para poder escribir esa escena que me ha impactado tanto como para no haberse diluido en las aguas del tiempo. Y quizá también eso ocurra en la propia existencia real, siendo toda nuestra vida tan sólo una excusa para poder disfrutar de momentos concretos que recordaremos en nuestra pantalla interior como escenas. Que recorremos kilómetros y kilómetros de vida tan sólo para poder vivir algunos momentos extraordinarios. Si uno hace memoria con el afán de recordar esos buenos momentos vividos, haciendo balance de si el camino ha valido la pena, recordará aquel viaje a Londres o a Sevilla, que quizá duró sólo cinco días, o aquella vez que ibas a salir de marcha con tu mejor amigo pero se quedaron dentro del coche durante horas, escuchando música clásica fascinados pero también riendo a carcajadas con los chistes compartidos. Cada uno tiene sus propias escenas.
La buena ficción contiene esa escena que para ti es importante, como lo fue en tu vida aquel beso, aquella primera cita o aquella acampada con amigos. Así, entre otras muchas escenas maravillosas, tengo bien almacenadas en mi mente el baile de Ana Torrent con sus hermanos en Cría cuervos, sonando Jeannette en el tocadiscos de la habitación; el productor amenazando con cortarse miembros de su cuerpo en Hollywood, de Bukowski; la discusión sobre un sofá de Kevin Spacey y Annette Bening en American Beauty; Meursault, caminando por la playa en El extranjero, de Camus; Bogart, empujando el barco dentro de la ciénaga en La Reina de África, un diálogo sobre perros y gatos de la pareja de la novela Lionel Asbo, de Martin Amis; Robin Williams salvando, cual caballero andante, a Jeff Bridges de unos matones en El rey pescador; aquel tipo hablando de cómo controlaba el tamaño de su miembro en Sexus, de Henry Miller; Eddy Murphy cruzando la autopista aterrorizado en Bowfinger, el pícaro; William Hurt, mirando la foto de su mujer fallecida en el álbum de Harvey Keitel en Smoke; Emily Watson, dirigiéndose hacia el barco en el final de Rompiendo las olas; el hijo sosteniendo a la madre en brazos en Madre e hijo; la huida en moto de Buster Keaton en Sherlock Jr.
Y luego está ese volcán de la escritura cinematográfica que te regala no una, sino varias escenas que vas a recordar de cada una de sus películas, porque quizá sea el que mejor ha entendido el verdadero poder de la escena en el cine. Me refiero a Tarantino, que escribe y rueda cada una como si la vida le fuera en ello, como si cada una de ellas fuera un cortometraje, haciendo que cada fragmento de película sea tan importante como el resto. Pero no todos los escritores son Tarantino. Éste se ha empeñado en ocupar una buena porción de nuestra memoria.
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