Hablando con mi mujer sobre la insularidad me dice que no me sentiré totalmente isleño hasta que no me sienta tan cercano, tan pegado a la isla como una lapa, lo cual me hace reflexionar sobre los miles de veces que he salido de La Palma, casi siempre por trabajo, y por lúdicos y placenteros que esos viajes hayan sido siempre he sentido esa sensación de indefensión como si hubiese dejado la concha de la lapa que soy en el control de seguridad de los aeropuertos y sólo me la pusiera al regresar, y ese regreso siempre tiene una maravillosa primera inspiración cuando bajo la escalerilla del avión y veo arriba las montañas y me pego otra vez a la isla como una lapa ambulante, una lapa cargada de futuro, una lapa multicultural, mestiza, protegida, totalmente sostenible y abierta al infinito como los telescopios del Roque. Como esa canción de Ima Galguén que dice “la isla tiene sendas infinitas que has de recorrer a solas y sólo revelará sus secretos a quien recorra a solas sus caminos”, y añado que a solas no significa que tengas que caminar solo, no sé si me explico. En fin, lo que hace una lapa volando en Binter es pensar en el regreso y eso es lo que define el sentimiento isleño, al menos eso es lo que dice mi mujer y quién soy yo para contrariarla. Después de todo, qué le importa a una lapa la doble insularidad. Cuanto más insular mejor. Me atrevería a decir que la isla no sólo tiene forma de corazón sino de lapa, al menos se pegó a mi corazón como una lapa.