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Antes era más fácil explicarles a mis hijos en qué consiste mi trabajo. Cuando eran más pequeños solía valer con decir que mi trabajo consiste en ayudar a la gente. Con el paso de los años esa contestación no satisface su curiosidad y hay que ir concretando cosas.
Ya hablamos del respeto, de acompañar a personas en sus decisiones, de escuchar, etcétera. Con los 11 años que tiene el pequeño y una curiosidad casi tan grande como su capacidad para empatizar, el pasado lunes sus preguntas se iban enlazando con cada respuesta. Nunca ha entendido por qué hay personas que lo pasan mal y no tienen dinero suficiente ni una casa donde vivir, o por qué hay gente que odia a quienes vienen de otros países y les culpan de todos los males que les pasan a ellos. Tampoco que haya personas que se aprovechen de otras o a las que les resultan indiferentes esas injusticias.
Es difícil explicar que hay personas buenas y malas, pero alrededor existen incontables ejemplos.
El camino desde casa en coche suele durar 10 minutos más otros tantos buscando aparcamiento y caminado hasta nuestro destino. Durante todo el trayecto fuimos hablando de estas cosas a partir de sus múltiples preguntas y la charla avanzó hasta llegar a Las 8 de CaixaBank. A mi hijo le cambió el gesto cuando trataba de explicarle que a nuestra amiga Tasia, la que vive en Guadalajara, quieren meterla en la cárcel por intentar parar un desahucio de manera completamente pacífica. Por querer impedir que una familia se quedara en la calle por culpa de un banco y sin hacer uso de ningún tipo de violencia.
En otro momento le explicaré que no se presentaron al juicio y las consecuencias que esto tendrá para ella y las otras 7 personas tan valientes. Seguramente pase un tiempo hasta que pueda entender más cosas, como lo que es un juicio político o por qué determinadas personas arriesgan tanto declarándose insumisas a diversas normas y leyes completamente injustas.
¿Cómo es posible que alguien quiera que estén en la cárcel más de tres años si no han hecho daño a nadie ni nada malo, papá? Así llegamos hasta cerca del Altozano, donde se encuentra la academia de inglés a la que acompaño a mi hijo una vez por semana durante este curso escolar. Y allí mismo, en la calle, tuve una breve, intensa y muy inoportuna conversación.
Un hombre muy alto, casi un palmo más que yo, de unos 70 y pico años, caminaba por la acera de la academia sonriendo mientras miraba a los niños y niñas entrar. Yo estaba parado en la misma puerta viendo entrar al mío. Al llegar a mi lado me habló:
- Y dicen que se va a acabar el mundo por falta de chiquillos.
- No. Por eso precisamente no.
- Por los moros.
- Por los fascistas, le contesté sin levantar el tono ni la mirada.
- ¿Cómo?
- Que son los fascistas los que van a terminar con el mundo.
- ¿Y eso?
- Esa es mi opinión.
- ¿Y por qué? A ver.
- Usted tiene su opinión y yo la mía. Sencillo.
En el transcurso de esas frases me dio la sensación de ser una persona acostumbrada a intimidar acercándose demasiado a su interlocutor, pero con su edad ya debe estar haciéndose a la idea de que no sea una estrategia eficaz, así que continuó su camino con el mismo aire marcial que dejó ver.
Seguramente aquel hombre siguió su camino pensando que no solo los moros van a llevar al mundo a la perdición. Los rojos también, que ya ni se les distingue de las personas de bien.
(Este texto está dedicado a Tasia y el resto de las 8 de CaixaBank. Mucha fuerza, suerte y gracias.)
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