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¿Cuántos nombres necesitará el alcalde de Toledo para enmascarar un ataque brutal a lo poco que queda ya de la naturaleza originaria de Toledo? Epidauro, Verona y más recientemente Montmartre. Aunque ninguno tenga nada que ver con la iniciativa desaforada del alcalde. La última acepción, Montmartre, de resonancias decimonónicas parisinas, es el que prefiere el alcalde que cristalice en la opinión pública. Un superficial europeísmo de revista frívola. Eso sí, Montmartre y el Valle de Toledo se parecen como un huevo a una castaña.
Pero, en su intento de confundir y escamotear la realidad, emplea vocablos y evocaciones como misiles que lanza contra el último de los espacios naturales de Toledo. Es cierto que ya muy degradado por fiestas invasivas que demanda intervenciones radicalmente opuestas a las anunciadas por el alcalde: un espacio mirador, un graderío para un auditorio al aire libre más un aparcamiento espectacular. Un Trump local en una Gaza en ruinas. En lugar de mejorar y proteger el lugar, se le eriza de espigones de cemento, de graderíos de cemento, de estructuras de cemento y lo rematamos con un amplio aparcamiento, al parecer una de las obsesiones del alcalde. Final del paisaje que contemplara Cervantes.
El denominado Valle, aunque sea una elevación escarpada por la acción erosiva del Tajo, ha sido especialmente maltratado en los últimos tiempos. Lo que antes era una fiesta minoritaria y una procesión restringida se ha convertido en una pasarela de exhibición ligera y un campo de Agramante – otro nombre culto para que pueda emplear el alcalde - para las denominadas expresiones populares. Esas expresiones populares no son otra cosa que una concentración de masas descontroladas en un lugar natural reducido que debiera ser protegido, mimado y mejorado como un resto precioso de una naturaleza en regresión.
Ahora, ya sin pudor, se plantea un ataque decidido, una invasión programada, una realización pretendidamente moderna y atrevida, un delirio fantasioso que impacte en los aburridos toledanos y hechice a los turistas de pocas horas. Mientras la mayoría de las calles – salvo algunas mejoradas por la anterior corporación - del recinto histórico son calles mohosas y cochambrosas, el centro continúa perdiendo población, las ruinas forman parte del paisaje urbano y las calles y plazas de los barrios de la periferia se descomponen por la desidia, la ausencia de mantenimiento y el uso y abuso de materiales de ínfima calidad en las infraestructuras urbanas.
Pero como la guerra es la guerra y los sueños descontrolados suplantan en el Ayuntamiento de Toledo a la “Gestión de lo cotidiano,” cada día el alcalde plantea una ocurrencia. Fin de una época en la que se fomentaba respetar un patrimonio histórico y natural muy deteriorados por el paso del tiempo, la carencia de inversiones continuadas, la confusión entre la ciudad y el negocio turístico y , último hallazgo, la conversión del centro histórico en un parque temático a semejanza del parque temático de cartón-piedra de Puy de Fou. Llegará un momento en que se confundirán. Original y copia serán indistinguibles. Y sí sucede, será la penúltima gran tragedia.
En fin, caos, borrachera de proyectos, ocurrencias llamativas para resultar originales, audaces y mundiales, cuando el atrevimiento, la originalidad y la universalidad en una ciudad como Toledo consisten en disponer de una ciudad limpia, habitable, adaptada para la vida ordinaria, llena de vecinos, compatibilizada con la actividad turística y comprometida con la transformación vegetal que el nuevo clima demanda. La revolución dorada de las cosas ordinarias es lo que necesita Toledo. En cuanto a un Guggenheim en el centro histórico, lo dejamos para otro día.
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