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Peleas de gallos, 'correbous' y “las mayores atrocidades” que despertaron la lucha contra el maltrato animal en Mallorca

Uno de los antiguos reñideros en Palma, conocido como Can Beta, en el que hasta 498 espectadores apostaban grandes sumas de dinero con las peleas de gallos

Esther Ballesteros

Mallorca —

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El siglo XXI ha supuesto la eclosión del activismo antiespecista en Balears, aunque mucho antes ya comenzaron en las islas a alzarse las voces contra el maltrato y la explotación animal al abrigo de la expansión de otros movimientos contra la discriminación por motivos de raza, sexo, lengua y clase social. La inclusión de la carne roja y los embutidos en el grupo de alimentos posiblemente cancerígenos por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las recomendaciones de las instituciones contra el cambio climático de reducir el consumo de carne, además de la difusión en redes sociales de severas imágenes del interior de granjas y mataderos, han fomentado la concienciación y la sensibilización hacia otras especies animales más allá de la humana.

Lo explica el investigador Antoni I. Al·lomar Canyelles en su reciente libro L'abús dels animals a Mallorca. Segles XIX-XXI (Edicions Documenta Balear), en el que da cuenta de cómo el sufrimiento animal en la mayor de las Balears desapareció con el auge de las máquinas y los nuevos entretenimientos de masas, pero recobró fuerza con el surgimiento de la manipulación genética así como la cría y el sacrificio industriales baratos, base de la sociedad de consumo y del turismo masivo. Unos hechos que han provocado la creación de las asociaciones animalistas existentes en Mallorca, la mayor parte de ellas veganas y con gran repercusión entre los jóvenes.

El autor realiza un recorrido por la utilización y la explotación de los animales en la isla para beneficio humano, como la aparición, antes de la década de 1930, de las primeras vacas de la raza frisona-Holstein. Si hasta ese momento el consumo de leche de vaca era inexistente en Mallorca, desde entonces comenzó a darse leche a los niños de las escuelas hasta el punto de llegar a denunciarse la adulteración de la misma. La creación de grandes vaquerías incrementó su subproducto principal. Al·lomar señala que los novillos machos, siguiendo criterios de beneficio económico, eran sacrificados de inmediato dado que nunca producirían leche y mantenerlos “era un gasto inútil por la poca musculación de las razas lecheras”.

“Los novillos de raza lechera se separan de la madre para que no se beban la leche que debe comercializarse para los humanos o les ponen un bozal o una anilla con púas para que la madre los rechace cuando quieren mamar. Cuando crezcan, los novillos sustituirán a sus madres en la explotación de su capacidad reproductiva y del subproducto de su maternidad, la leche materna. La leche que tomarán para crecer será una leche más barata que la de su madre”, explica Al·lomar, doctor en Filología Catalana.

“El dolor más olvidado”: la persecución de los 'vells marins'

En este contexto, el investigador y profesor señala que el “dolor más olvidado” en Mallorca es el que históricamente sufrieron las focas: los vells marins, o focas monje, fueron perseguidos hasta la saciedad por los pescadores, “equivalentes en el mar de los cazadores-recolectores”, al considerarlos una competencia a la hora de pescar. “Ahora, las pesquerías desaparecen por culpa de los humanos, pero no de estos animales, que tienen derecho a vivir”, enfatiza.

Las carreras de lebreles en los canódromos son otra de las actividades en las que el autor centra su mirada al considerarlas otra forma de manipulación del instinto de los perros. El viejo canódromo de Palma fue considerado uno de los mejores de España. Construido por Miguel Rosselló Andreu, fundador y propietario del Canódromo Balear hasta su muerte, presenció las últimas carreras de galgos en los años ochenta y a día de hoy sus pistas de tierra permanecen como vestigio de su pasado. Por su parte, los juegos populares con toros se hicieron populares en el siglo XVII en algunas poblaciones de Mallorca, como en el caso de los correbous, que consisten en hacer correr a un toro detrás de varios hombres dentro de un recinto cerrado.

Mientras tanto, las peleas de animales domésticos (perros, canes con toros, gallos e incluso de osos con perros) fueron, a juicio de Al·lomar, “una de las mayores atrocidades de las que son responsables los sapiens”. En Palma existió un reñidero con 498 asientos, Can Beta, que llegó a ser considerado uno de los mejores de España. También se construyeron anfiteatros de este tipo en municipios como Alaró, Inca, Manacor y Llucmajor. En la actualidad, continúan celebrándose peleas de gallos de forma clandestina.

Fundación de la Protectora de Animales y Plantas de Mallorca

La crueldad de estas prácticas llevó a la prensa de la época y a algunos sectores ilustrados a comenzar a reclamar un cambio de sensibilidad hacia los animales, denuncias que sentaron las bases del movimiento proteccionista en la isla. En este contexto, en 1908 fue fundada en Palma la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Mallorca, impulsada por médicos, abogados y figuras de la burguesía ilustrada de la época. Su objetivo era combatir la crueldad hacia los animales y promover la educación y la higiene pública. La sociedad llegó a contar con apoyo institucional y organizó campañas contra el maltrato, especialmente el uso de caballos exhaustos en los carros de transporte y las peleas de animales.

Este primer movimiento de defensa animal en Mallorca combinaba la preocupación ética por el sufrimiento animal con el higienismo y la modernización social de la época, siendo precursor del ecologismo y el antiespecismo contemporáneo.

Varias décadas antes, el 8 de julio de 1882 la revista L'Ignorància hacía referencia, en un sorprendente artículo para la época, a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Madrid, aunque, como recoge el autor de L'abús dels animals a Mallorca. Segles XIX-XXI habría que esperar más de medio siglo para que en la isla se pusieran en marcha una asociación que velase por la defensa de los animales que no fuesen mascotas. La dictadura franquista, sin embargo, dio al traste con estas reivindicaciones al instaurar una ideología nacionalcatólica que no solo propugnaba el tradicional antropocentrismo judeocristiano, sino que perseguiría activamente a todo vegetariano que no lo fuese por cuestiones estrictamente médicas o terapéuticas. 

El despertar de la conciencia animalista

El autor sitúa estas primeras reivindicaciones en el igualitarismo de la Ilustración, donde se fraguó una semilla que se transmitiría al vegetarianismo ético de Percy Shelley, marido de la afamada autora de Frankenstein, Mary Shelley. Vegetariano declarado desde joven, Percy Shelley escribió uno de los primeros textos en defensa de los animales desde una perspectiva ética, A Vindication of Natural Diet (1813), en el que defendía el vegetarianismo no solo por salud o estética, sino por principios morales.

Shelley denunciaba la crueldad hacia los animales y la violencia inherente al acto de matar para comer. Asimismo, relacionaba el consumo de carne con la degradación moral y social, y abogaba por una visión más igualitaria de los seres vivos argumentando que la naturaleza humana es más afín a una dieta vegetal. La suya fue, de hecho, una de las primeras voces que asoció la emancipación humana con la emancipación animal, lo cual conecta con el germen del antiespecismo moderno.

Por su parte, aunque Frankenstein (1818) no es un tratado animalista, sí problematiza la relación humana con la “creación de vida” y el rechazo de lo “otro” por su diferencia. No en vano, el monstruo creado por Victor Frankenstein se muestra como un ser sintiente que sufre por ser marginado y tratado como inferior por su apariencia y su origen no “natural”.

Algunos historiadores han expresado que, desde una lectura contemporánea, el rechazo que sufre la criatura podría interpretarse como una alegoría del especismo, al marginarse y negarse los derechos a un ser solo por no ser “humano” a pesar de su capacidad de sentir, amar y sufrir. La novela plantea, asimismo, dilemas éticos sobre hasta dónde alcanza la responsabilidad humana hacia los seres que crea o domina, un debate vigente en el antiespecismo sobre la explotación animal y la biotecnología y que también se ve reproducido en una novela muy posterior: Jurassic Park, de Michael Crichton.

En medio de las corrientes progresistas del siglo XIX, en las que se debatían temas como el ateísmo, la abolición de la esclavitud y el vegetarianismo, apareció el vegetarianismo higiniesta, como señala en su libro Al·lomar. Este nuevo movimiento no solo apelaba a dejar de comer carne por razones éticas hacia los animales, sino también por motivos de salud, morales y espirituales: se creía que la alimentación vegetal era más “pura” y que la carne generaba enfermedades, pasiones descontroladas y degradaba el cuerpo y el alma.

La lucha por poner fin a las galeras de caballos

En la actualidad, entidades como SOS Animal Mallorca, Progreso en Verde o la Asociación de Defensa de los Animales de Mallorca (ADA Mallorca), varias de ellas surgidas al albor del resurgimiento del antiespecismo, velan por el bienestar de los animales. Los animalistas llevan años denunciando, entre otras problemáticas, la situación de los caballos de las galeras en Palma al considerarla una forma de maltrato animal institucionalizado. Recriminan, sobre todo, las condiciones extremas a las que muchos de estos animales se ven expuestos al ser obligados a trabajar durante largas jornadas, incluso en las horas de más calor del verano, arrastrando pesadas galeras sobre el asfalto y expuestos al tráfico urbano.

Asimismo, sostienen que este modelo de transporte turístico convierte a los caballos en “máquinas de trabajo” sin respetar su bienestar ni sus necesidades básicas tras documentar varios casos de caballos desplomados o muertos por golpes de calor y agotamiento. Se trata, a su juicio, de una tradición obsoleta que no tiene cabida en una ciudad moderna que presume de ser un destino turístico sostenible y respetuoso con los animales, por lo que proponen la sustitución de las galeras de tracción animal por vehículos eléctricos que mantengan el atractivo turístico pero sin explotación animal.

Organizaciones como AnimaNaturalis, Progreso en Verde, Baldea y Fundación Franz Weber han liderado campañas, manifestaciones y recogidas de firmas para lograr la prohibición definitiva de esta actividad. Algunos partidos políticos también han asumido esta reivindicación y han intentado legislar al respecto, aunque el debate sigue abierto en Palma. La principal exigencia animalista es clara: el fin de las galeras de caballos en la ciudad y su sustitución por un modelo más ético y respetuoso con los animales.

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