Tras compartir en mi estado este fin de semana la noticia de que el pasado 31 de enero Vox registró en la Asamblea Regional una iniciativa para derogar la Ley Regional LGTBI, me encuentro con una respuesta recurrente: “Ánimo”.
Cada vez que comparto noticias sobre ataques al colectivo LGTBI o amenazas de Vox para eliminar nuestros derechos, recibo el mismo mensaje. Un mensaje bienintencionado, pero que revela una desconexión profunda con la realidad: la creencia de que estas amenazas solo afectan a un grupo específico y no a la sociedad en su conjunto. Como madre lesbiana con una familia LGTBI, sé que los ataques a los derechos no son individuales, sino colectivos. El silencio y la indiferencia solo fortalecen el retroceso.
La ultraderecha no busca el bienestar común, ni una sociedad más justa e igualitaria. Su estrategia se basa en el miedo, en la exclusión y en la imposición de una moral única. Hoy van contra las personas LGTBI, pero mañana será contra cualquier otro grupo que no encaje en su visión restrictiva del mundo.
Cuando se permite derogar una ley que protege a un colectivo, se abre la puerta para el desmantelamiento de otros derechos. Los derechos humanos no son concesiones ni privilegios, sino pilares de la convivencia en igualdad. Y cuando toleramos que se pongan en duda, debilitamos la estructura que nos protege a todos.
Además, es importante cuestionarnos: ¿en qué afectan los derechos LGTBI a tu vida diaria?, ¿por qué generan tanta resistencia?, ¿por qué algunos consideran que la igualdad es una amenaza?
No todos los partidos son iguales. Un partido de Estado, aquel que realmente gobierna para el conjunto de la sociedad, puede tener diversas posturas económicas, diferentes enfoques sobre el gasto público o políticas laborales variadas. Sin embargo, lo que lo define es su compromiso con la democracia, la equidad y el respeto por los derechos adquiridos. Puede promover reformas, impulsar el desarrollo y gestionar la economía de distintas maneras, pero nunca debería basar su proyecto en el retroceso de derechos ya conquistados.
Por el contrario, un proyecto autoritario y reaccionario no busca gobernar para todos, sino imponer su moral e idealismo a la población. No se trata solo de diferencias en la gestión económica o en la toma de decisiones, sino de un ataque directo a la diversidad y la libertad. Los partidos que erosionan derechos fundamentales no son partidos de Estado, sino herramientas de segregación y exclusión.
Las políticas pueden ser diversas y debatibles, pero los derechos humanos no deberían ser objeto de negociación ni moneda de cambio en el juego político.
El fascismo no comienza con grandes medidas dictatoriales, sino con pequeñas concesiones en la libertad. Se normalizan discursos de odio, se justifican exclusiones “por el bien de la mayoría”, y se presentan los derechos de algunos como “ideología”, dividiendo a la gente entre “nosotros” y “ellos”, mientras los privilegios de otros se aceptan sin cuestionamiento, los derechos de otros se ven mermados.
Muchos creen que estos movimientos solo afectan a minorías, pero la historia demuestra que el autoritarismo nunca se detiene. Primero van a por los más vulnerables y, cuando ya no queda nadie para protestar, el ataque se extiende a todos.
Decir “Ánimo” ante un retroceso en derechos es minimizar la magnitud del problema. No es solo un problema de las personas LGTBI, es un problema de todos. Si permitimos que se desmantele la protección legal de un colectivo, estamos aceptando que el Estado tenga el poder de decidir quién merece derechos y quién no.
No podemos caer en la complacencia. La defensa de los derechos humanos exige compromiso, acción y conciencia. Necesitamos que las personas heterosexuales, las familias que creen en la igualdad, los amigos que dicen apoyarnos, comprendan que no basta con la empatía pasiva. Es necesario alzar la voz, implicarse y rechazar cualquier intento de recortar la dignidad de los demás.
El fascismo no se detiene por sí solo. El autoritarismo se combate con información, organización y resistencia. Quienes hoy miran desde la distancia pueden encontrarse mañana en el punto de mira. No es cuestión de ideología, sino de justicia y dignidad humana.
Agradecemos tus palabras de aliento, pero la verdadera pregunta es: ¿qué vas a hacer tú para impedirlo?
2