La travesía más extrema de un animal terrestre la hicieron iguanas prehistóricas sobre balsas vegetales en el Pacífico

Las arrastraron las olas, no la voluntad. Ni mapas, ni rumbo, ni intención: solo una balsa de raíces, ramas y tierra lanzada al océano con unos cuantos reptiles encima. Ningún otro vertebrado terrestre ha logrado algo así por medios naturales.
Ni siquiera los barcos humanos más antiguos partieron en condiciones tan precarias: sin control sobre la dirección, sin alimentos garantizados y sin saber si había tierra más allá. Y, aun así, aquella deriva absurda acabó marcando una etapa evolutiva irrepetible. El mayor trayecto natural hecho por un animal terrestre empezó así, por puro accidente.
Arrancadas de su hogar por una tormenta
La explicación parece inverosímil, aunque está firmada por genetistas y biólogos de varias universidades. Según un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, hace unos 30 millones de años, antecesores de las iguanas actuales de Fiyi cruzaron el océano Pacífico desde América sobre balsas vegetales.
La distancia, de más de 8.000 kilómetros, convierte esta deriva en la más larga jamás documentada entre animales terrestres que no vuelan y que se desplazaron sin intervención humana. Las pruebas moleculares son claras: estas iguanas, del género Brachylophus, están emparentadas con especies de América del Norte como Dipsosaurus, lo que descarta por completo rutas desde Asia o la Antártida.

El detalle más desconcertante del estudio no está solo en la distancia. Lo que realmente complica la historia es que no se han encontrado fósiles en islas intermedias. Es decir, o hicieron el viaje de una sola vez o sus escalas desaparecieron sin dejar rastro. El geólogo Paul N. Williams, uno de los investigadores implicados, señaló que “la única explicación posible es una dispersión directa desde América”. Y no es que haya muchas más opciones: las islas volcánicas del Pacífico aparecen y se hunden con rapidez en términos geológicos, por lo que cualquier parada técnica pudo quedar sumergida hace millones de años.
El mecanismo detrás de este viaje tiene nombre propio: rafting biológico. No implica remos, timones ni ningún tipo de control. Las tormentas arrancan árboles con raíces y suelo incluido, los lanzan al mar y forman plataformas flotantes que pueden aguantar semanas e incluso meses navegando por corrientes oceánicas.
Los científicos calculan que el trayecto de estas iguanas duró entre dos y cuatro meses. Una barbaridad para casi cualquier especie, aunque no para reptiles con metabolismo lento y gran tolerancia a la deshidratación. Además, para que todo esto funcionara, al menos una hembra fecunda —o huevos listos para eclosionar— debía formar parte del pasaje flotante.
Su presente no es demasiado alentador
Todo esto ocurrió cuando Fiyi apenas comenzaba a surgir por actividad volcánica. Era un territorio virgen, sin depredadores ni competidores, lo que ofrecía una oportunidad perfecta para que aquellas iguanas colonizadoras prosperaran. Lo hicieron. Y su evolución en aislamiento dio lugar a especies que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta.

Hoy, las iguanas de Fiyi están amenazadas por la pérdida de hábitat, la caza ilegal y la introducción de especies invasoras. Conocer su origen puede ser útil para protegerlas, sobre todo porque el viaje que las llevó hasta allí no se repetirá jamás. Es casi como si la evolución les hubiese jugado una carta única, irrepetible y absurda, pero decisiva.
En el fondo, todo se resume en eso: unos reptiles que no sabían a dónde iban, pero acabaron fundando una nueva línea evolutiva a miles de kilómetros de su hogar original. Sin quererlo, lo cambiaron todo.
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