Es normal sentirse decepcionado: ¿por qué La Gioconda de Leonardo da Vinci es un cuadro tan pequeño?

Alguien se queda inmóvil frente a La Gioconda y no sabe bien por qué. Mira, frunce el ceño, se aparta unos pasos y vuelve a acercarse, como si se le hubiera escapado algo. A su lado, alguien murmura un ¿esto es todo? que queda flotando entre las paredes del Louvre.
No hay confusión técnica, ni problema visual: lo que descoloca es el desajuste entre la imagen imaginada y lo que hay ante los ojos. Tampoco es decepción por el contenido, sino por las proporciones. La pintura más célebre del Renacimiento apenas ocupa el espacio que muchos suponen que debería.
Un tamaño completamente normal
Leonardo da Vinci no pintó La Gioconda para llenar una sala, sino para entregarla como retrato personal. Ese detalle, que a menudo queda en segundo plano, explica tanto su tamaño como su origen. Francesco del Giocondo, un comerciante florentino, no hizo un encargo formal: era amigo del artista y, según los historiadores, esa relación marcó el tono íntimo del proyecto.
El genio italiano trabajó en el retrato durante más de diez años, de forma intermitente, sin presiones ni plazos. No había condiciones sobre las dimensiones ni la entrega, lo que le permitió desarrollar la obra con una libertad inusual.
Los 79 por 53 centímetros del lienzo no eran una rareza. Para un retrato de medio cuerpo en el siglo XVI, ese formato era lo habitual. No necesitaba ser más grande. Lo que ha deformado la percepción colectiva es su fama, desproporcionada en comparación con lo que ocupa físicamente.
Quien espera encontrar una pintura monumental como La Última Cena, también de Da Vinci, se topa con una pieza contenida, protegida tras un cristal, vigilada por cámaras y barreras, y rodeada de turistas que elevan los brazos con móviles como si necesitaran confirmar su existencia.
El museo y el efecto lupa de la fama
El Louvre, donde se exhibe desde principios del siglo XIX, potencia ese efecto. La sala en la que se encuentra, una de las más transitadas del museo, la sitúa como punto culminante del recorrido. La acumulación de expectativas provoca una distorsión que termina generando sorpresa o desconcierto. En palabras del historiador de arte Martin Kemp, citado por The Guardian: “Lo que hay que decir es que el tamaño no importa”.

Pero sí importó la técnica. El sfumato con el que Da Vinci difuminó los contornos, la profundidad en los pliegues del vestido o la ambigüedad de la sonrisa han convertido a La Gioconda en una referencia del retrato renacentista. Nada en ella es inmediato ni obvio: la mirada parece seguir a quien se mueva, el fondo parece flotar, y la expresión de Lisa Gherardini se resiste a una única interpretación.
El hecho de que la obra jamás llegara a manos de la familia a la que estaba destinada también alimenta su misterio. Da Vinci la conservó hasta su muerte en 1519, y fue adquirida más tarde por Francisco I de Francia. Desde entonces, pasó de manos reales a paredes estatales, hasta encontrar su lugar definitivo en París. Nunca fue concebida para ser parte del decorado de salón: siempre fue estudio, prueba, legado.
Al final, la confusión viene de creer que la importancia debe medirse en metros. Lo que mide menos de un metro de alto lleva más de cinco siglos provocando teorías, colas y gestos de extrañeza. Y sí, sigue en el mismo sitio, del mismo tamaño, aunque el museo ya prepara cambios para 2031.
La Gioconda cambiará de sitio, pero no de tamaño
El presidente francés Emmanuel Macron anunció en rueda de prensa que La Gioconda será trasladada a una sala nueva bajo la Cour Carré, con acceso independiente al del Louvre. La directora del museo, Laurence des Cars, explicó en declaraciones a Le Parisien que el espacio contará con 2.000 metros cuadrados, casi el triple de la sala actual, y estará dedicado exclusivamente a la obra.
El diseño será adjudicado en un concurso internacional previsto para 2026, con el objetivo de ofrecer una experiencia más fluida y contemplativa, lejos del tumulto habitual.
Sin embargo, hay algo que no depende de la sala: la imagen mental que la mayoría de visitantes tiene antes de llegar. Esa idea preconcebida, construida a lo largo del tiempo por la cultura popular, la publicidad y la fama desmedida, seguirá generando una distancia entre lo imaginado y lo que realmente se ve.
El nuevo espacio puede mejorar la experiencia, pero La Gioconda seguirá midiendo 79 por 53 centímetros. Y eso, en muchos casos, seguirá sorprendiendo.
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