¿Por que un cartel de Schweppes es uno de los grandes iconos de Madrid?

Instalado en 1972 a 37 metros de altura, el cartel de neón pesa 600 kilos y se compone de 104 tubos multicolor

Héctor Farrés

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Muchas veces se dice en tono despectivo que Madrid solo tiene un monumento y, además, tiene la desfachatez de presumir de él: el cartel de Schweppes. En una ciudad que presume de museos, palacios y plazas con siglos de historia, resulta casi provocador que una estructura publicitaria se haya colado entre los referentes culturales.

Pero ahí sigue, encendido, omnipresente, desafiante. No hay foto que se resista, ni turista que no lo busque al llegar a la Gran Vía. Y lo más curioso es que no hay trampa ni nostalgia barata. Lo que se alza sobre Callao no es un adorno: es un verdadero emblema de la capital.

El neón se encendió por primera vez en 1972, en sustitución de otro anuncio comercial: uno de Camel. La instalación fue posible tras conseguirse la licencia en septiembre de aquel año, y en cuestión de semanas, las letras con la tipografía de Schweppes ya dominaban el edificio Carrión.

Colocado a 37 metros del suelo, mide 10,65 metros de ancho por 9,36 de alto, con un peso total de 600 kilos. Sus letras, que en conjunto superan los 100 kilos, se sostienen gracias a una estructura reforzada que aloja 104 tubos de neón multicolor.

Sobrevivir a una ordenanza y salir reforzado

Todo eso quedó intacto incluso cuando, en 2009, una ordenanza municipal obligó a desmontar más de 400 rótulos luminosos. Solo tres se salvaron por su valor estético y cultural: el de Schweppes en Callao, el de Tío Pepe en Sol y el de BBVA en la Castellana.

El entonces alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, firmó una medida pensada para reducir la contaminación visual, pero ese cartel se quedó. No por casualidad, sino porque ya era parte del mobiliario emocional de la ciudad.

Detrás del cartel hay algo más que cables, metal y gas noble. Hay una historia arquitectónica que arranca en la Segunda República, cuando el marqués de Melín, Enrique Carrión y Vecín, promovió la construcción de un nuevo edificio en la Gran Vía.

Tras convocar un concurso al que se presentaron nombres como Pedro Muguruza, el diseño final fue obra de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced. La construcción se completó en 1933. Aquel mismo año, recibió el Premio del Ayuntamiento de Madrid, y al año siguiente, la Medalla de Segunda Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes.

Publicidad integrada desde la primera piedra

El edificio, de estilo art déco, también incorpora elementos racionalistas y expresionistas. Sus formas recuerdan al Flatiron de Nueva York, con el que comparte esa silueta de chaflán curvado y verticalidad expresiva.

Desde sus inicios se pensó como un espacio multifuncional, con cines, oficinas y viviendas, pero también como soporte para publicidad exterior, lo que explica que el cartel de Schweppes no sea un añadido posterior, sino parte esencial de su fisonomía.

Del frente de batalla al cine de culto

Durante la Guerra Civil, su altura lo convirtió en un punto estratégico de observación. Décadas más tarde, se convirtió en un elemento más de la cultura popular gracias al cine. La escena más reconocible aparece en El día de la bestia, de Álex de la Iglesia.

En ella, Santiago Segura y Álex Angulo escalan el cartel con el objetivo de alterar el destino del Anticristo. Según explicó el propio director en una entrevista con RTVE “la idea era que el lugar más visible de Madrid sirviera como punto de resistencia contra el mal”.

En 2018, el edificio Carrión fue declarado Bien de Interés Cultural. La resolución, impulsada durante la presidencia de Cristina Cifuentes, destacó su valor arquitectónico y su relevancia como referente urbano. No era una concesión a la nostalgia, sino una forma de proteger algo que ya se había convertido en referencia visual.

El cartel de Schweppes no es importante por lo que anuncia, sino por lo que representa: una imagen que ha conseguido pasar de reclamo comercial a emblema de una ciudad. Y lo ha hecho sin pretensiones, sin cambios radicales, manteniéndose firme mientras todo a su alrededor ha ido evolucionando.

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