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OPINIÓN | 'Aislacionismo a la española', por Antón Losada
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'Para bellum'

Zelensky y Trump, en la tormentosa reunión mantenida en la Casa Blanca.

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Un documental reciente describe y atestigua los crímenes cometidos por Francia en la guerra mantenida contra una Argelia que luchaba por su independencia. La hoy potencia nuclear y miembro de la OTAN, en aquellos años pretendía estar en la Alianza a su manera, utilizó armas químicas prohibidas por el Protocolo de Ginebra, en concreto gas CN2D (cianuro y arsénico). No es el único caso entre los miembros de la OTAN, su principal activo, los Estados Unidos, utilizó napalm y otras armas mortíferas en Vietnam y, antes, en Corea, estuvo a punto de utilizar bombas nucleares.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y desde la fundación de la OTAN, sus miembros más destacados no han dejado de sostener guerras y todo ello a pesar de que el artículo 1 del citado Tratado afirma que las partes se comprometen a la solución pacífica de los conflictos de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas. Para los que crean que los tiempos actuales son broma, Estados Unidos ya invadió Panamá y, por cierto, Granada, traída a estas letras no por importante sino porque la invasión fue ilustrada con una foto de la Alhambra, prueba de la ignorancia y desprecio del otro y de cómo la guerra y la mentira se alistan en la misma oficina de reclutamiento.

Francia, además, junto al Reino Unido, intervino militarmente contra los árabes en la guerra de Suez, y en otras no menores, v.g. el Reino Unido en las Malvinas. El punto de no retorno contra lo escrito por los aliados lo marcó la OTAN con ocasión del bombardeo de Belgrado, en Europa, sí, en Europa. Naturalmente que mantener este ritmo de defensa de la paz y la democracia ha necesitado de inversiones en industria militar muy por encima de las ya escandalosas cifras reconocidas.

Desde que terminó aquella terrible gran guerra, los buenos hemos tenido la oportunidad de invertir más en la paz, la educación, los valores democráticos, crear sociedades pacíficas y no guerreras. Pero no ha sido así

Confieso que estoy en minoría, defender la paz, estar en contra de toda guerra no está de moda y es frecuente que a uno lo acusen de pacifista ingenuo o, en su peor versión, de traidor y antipatriota; pero supongo que en la idea de libertad y democracia que dicen defender los partidarios de lo contrario estará el respeto a las minorías. Sé perfectamente quiénes son los malos en estos últimos conflictos pero tengo serias dudas de quiénes son los buenos, en todo caso, entre los unos y los otros tenemos derecho a pronunciarnos.

Desde que terminó aquella terrible gran guerra, los buenos hemos tenido la oportunidad de invertir más en la paz, la educación, los valores democráticos, crear sociedades pacíficas y no guerreras. Pero no ha sido así, en vez de ello, mucho progreso militar, nuevas armas, cada día más destructivas y más caras. En la solución final de los conflictos armados siempre gana la industria y no ni los contendientes ni su futuro democrático, como los ejemplos demuestran y jalonan las noticias por doquier.

Vulnerar constantemente el derecho internacional, no respetar sus instituciones, tiene sus consecuencias y hoy se observan, no solo en el ámbito directo de la OTAN sino también entre sus brazos informales; la respuesta ante las atrocidades cometidas en Palestina por Israel ya descalifican a todos sus miembros, singularmente a una Alemania penitente, por hablar solo de la civilizada Europa.

El declive alemán no terminará compitiendo mejor con China sino armándose hasta los dientes. Mala cosa porque arrastra a todas las economías menores pero presumidas de la UE

Mi buenismo ingenuo no me resta, sin embargo, algunas reflexiones maliciosas. Una de ellas afecta a Alemania, unos halcones contra toda política de relajación presupuestaria que beneficie a los menos poderosos y las clases europeas más necesitadas que ahora no tienen reparo en andar sobre sus pasos para decir Diego donde antes decían digo. Dinero, mucho dinero para armas. Coincide con el pedido de 800.000 millones de euros de Ursula von der Leyen, otrora ministra de Defensa alemana, y con su discurso de investidura como presidenta de la Comisión Europea, cuando aún no había ganado Donald Trump. Coincide con el diagnóstico del Informe Draghi sobre la UE. El declive alemán no terminará compitiendo mejor con China sino armándose hasta los dientes. Mala cosa porque arrastra a todas las economías menores pero presumidas de la UE.

Son casi dos mil años del si quieres paz, prepárate para la guerra. Para bellum, prepárate para la guerra, un sarcasmo que la 9mm Parabellum haya sido el arma preferida de los asesinos terroristas. De nuevo tenemos que prepararnos para la guerra y de nuevo crecen los enemigos de la democracia. La guerra es un fracaso de la democracia y mucho más cuando se obvian sus instituciones, por ejemplo, el Parlamento. Esto es demasiado grave, demasiado importante como para que el pueblo lo entienda. A ellos les toca poner los muertos y sus impuestos para enriquecer la industria. Parece como si desde Alemania, que tendrían que ser por historia la principal defensora de la paz, se hubiera llegado a la conclusión de que un espacio de entendimiento, contra la guerra, como la UE ya ha dado demasiados dividendos. ¿Se ha cansado Alemania?

¿Se puede poner el enemigo? Putin, se entiende. Ahora resulta que el primo mayor de la OTAN entiende las reclamaciones territoriales en Ucrania, el mismo que quizá acabe invadiendo Panamá y tal vez Groenlandia. Ahora resulta que la OTAN comprende que Ucrania no puede ingresar en la Alianza, ahora resulta que hay que entenderse con Rusia. Y de marco general, más armas. Siempre fueron mejores las guerras de Gila.

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