Fuego

Era el año 1997. Yo estaba comenzando la universidad y, antes de ir a clase, escuchaba una canción de Javier Álvarez llamada Sunset Boulevard. Lo he recordado ahora que hemos visto arder esa enorme avenida, como ardieron también aquellos años. “Mi oficina es el fuego”, repite y repite la voz de Manuel Vilas en su última novela.

El incendio de Los Ángeles podría dar pistas sobre el interés de Donald Trump por Groenlandia, por un hielo que pudiera sofocarlo. La explicación, no obstante, es aún más delirante. Ha contado que siempre le han gustado los mapas y que veía ahí esa isla tan grande, tan sola, y se decía: “Esto tiene que ser de Estados Unidos”. Ríete de Chaplin jugando con el globo del mundo.

También he recordado un libro de Ismael Grasa. Un libro que leí hace casi veinte años y que se llama Nueva California. En él hay un poema en el que habla de una discoteca de Fraga. No la nombra. Pero sabemos que es la Florida 135. Sobre la Florida escribió un libro Mariano Gistaín, articulista en este mismo espacio.

California. Florida. Cosas que se compró Estados Unidos. Quién sabe mañana. Elon Musk puede ayudar, si hace falta, a redondear al alza. Puede hacerlo entre programa y programa de entrevistas. ¿Dónde queda Europa en el juego de las nuevas guerras frías? No sale Europa en los mapas.

Hay fuegos y fuegos. Fuegos que purifican y fuegos que solo arrasan. Detrás del fuego de Vilas está siempre el amor. Que no sea –pide un deseo– el despacho oval una oficina de fuego.