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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El lugar de los hombres ante el feminismo

Manifestación feminista por el 8M en Santander.

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Los feminismos son una red de movimientos diversa, compleja e imprescindible de los que forman parte las mujeres que luchan contra un sistema jerárquico de poder que las oprime, discrimina y agrede por el hecho de ser mujeres. ¿Han visto a algún hombre en esta definición más allá de aquellos —la mayoría— que formamos parte —con más o menos consciencia— del sistema de opresión y que nos beneficiamos de una lista infinita de privilegios por el hecho de haber nacido con pene?

Pues eso es… los hombres no somos feministas porque el feminismo lucha contra nuestros privilegios y contra las opresiones que aprendemos a ejercer desde el primer llanto. Creo, humildemente, que definir el feminismo, a estas alturas del partido, como la “lucha por una sociedad más justa y libre de machismo” sería como decir que el antirracismo es una lucha por una sociedad un poco más amable y decente con las personas racializadas. O el feminismo es más o las estructuras de opresión seguirán intactas.

Los seres humanos nacemos cargando opresiones o gozando privilegios. Los hombres somos del segundo grupo. La propia forma de parir —“nacer sufriendo”— en las sociedades occidentales ya es una forma opresora. Casilda Rodrigáñez recordaba, en su Pariremos con placer, las palabras de Amparo Moreno, quien explicaba que cada vez que una mujer pare, “afirma la vida que no debe ser, se bloquea la capacidad erótico-vital de la criatura, para a continuación adiestrarla de acuerdo con el orden establecido”. Y el orden establecido es apabullantemente patriarcal.

Por esto, y por algunos asuntos más que no da tiempo a desarrollar en una columna, es absurdo hablar de igualdad entre hombres y mujeres. De hecho, ya el término 'igualdad' es conflictivo porque si buscamos igualarnos en opresión el camino se vislumbra de terror. Suelo sustituir la idea de igualdad por la de “equivalencia en derechos” y, para lograrla, antes hay que dar algunos pasos imprescindibles.

Primero será la mujer la que recupere —no su espacio en los puestos de una mesa ejecutiva o en los cargos institucionales, sino— el control sobre su cuerpo, sobre su sexualidad, sobre sus emociones y sobre su destino y, después —y para esto falta demasiado—, ya veremos qué tipo de relación podemos construir, qué tipo de alianzas tienen sentido. Al tiempo, deberíamos contar con una mayoría de hombres dispuestos a renunciar a sus privilegios y esto, amigos, parece más difícil todavía.

Si la lucha fuera para conseguir "una sociedad más justa y libre de machismo" es difícil que alguna voz con un papel público osara a declararse en contra de tan loable propósito

La laxitud en la definición del feminismo o el “purplewashing” —este sistema de consumo convierte en mercancía hasta el clamor contra el propio sistema— han permitido que mujeres como Ana Patricia Botín se declaren feministas pero, además, ha empujado a muchos hombres que reproducen cada día el sistema de opresión a la osadía de declararse feministas. Claro, si la lucha fuera para conseguir “una sociedad más justa y libre de machismo” es difícil que alguna voz con un papel público osara a declararse en contra de tan loable propósito.

Entonces, si ya es un error que haya hombres que anden declarando que son feministas, parece más loco que lo hagan a instancia de unas mujeres que se declaran feministas. Estos días, en Cantabria, hay una especie de trasmisión morbosa en la que muchos hombres que siguen siendo líderes y protagonistas del sistema que oprime a las mujeres no tienen empacho en grabarse ellos mismos para autodenominarse como feministas. Empezando siempre por un “yo” para que ejercicio narcisista y exhibicionista cobre más peso y ocupando los espacios que, alrededor del 8M, deberían ser de las mujeres.

Un hombre podrá asegurar que está tratando de revisar sus privilegios, que entiende el sistema de opresión del que es protagonista —cómplice activo o pasivo—, que está intentando entender nuevas formas de masculinidad no tóxicas, no violentas ni perversas, o que intenta escuchar desde el respeto a las mujeres feministas y ver qué parte de sus reclamos o de sus discursos le interpelan y le obligan a transformar prácticas y pensamientos. Pero eso no es ser feminista. Un hombre no puede serlo.

Tengo la extraña sensación de que seguimos exigiendo a las feministas que, además de luchar contra el patriarcado, nos hagan sitio en sus pancartas y en sus discursos. La gran Audre Lorde escribía: “Siempre que se plantea la necesidad de entablar una supuesta comunicación, quienes se benefician de nuestra opresión nos piden que compartamos con ellos nuestros conocimientos. Dicho de otro modo, enseñar a los opresores cuáles son sus errores es responsabilidad de los oprimidos. (…) Las personas Negras y del Tercer Mundo son responsables de educar a la gente blanca para que reconozca nuestra humanidad. De las mujeres se espera que eduquen a los hombres. De las lesbianas y los gays que eduquen al mundo heterosexual. Los opresores conservan su posición y eluden la responsabilidad de sus propios actos. Y hay una sangría continua de energías a las que se podría dar mejor uso si se dirigieran a la redefinición de nuestro propio ser y a la planificación realista de los medios para modificar el presente y construir el futuro”.

Dejemos a las mujeres concienciadas que utilicen sus energías en la lucha feminista y en dejar de vivir en la impostura obligada a la que siempre hacía referencia Victoria Sau. Nuestra tarea es otra y podría empezar por renunciar a muchos de los privilegios que ni siquiera somos capaces de identificar y así dejar espacios para que los feminismos puedan resquebrajar el sistema de opresión sin tener que, además, hacer pedagogía entre nosotros los hombres y dedicarnos tiempo o desvelos.

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